“La gente que era mucha. Disfrutaba escuchando”. (Mc 12,35-37)
La gente era capaz de seguir a Jesús todo el día escuchándole.
Y lo escuchaba a gusto.
Y no se aburría ni cansaba.
La gente escuchaba a Jesús disfrutando de sus palabras.
No miraba al reloj para ver cuanto tardaba.
¿Por qué la gente disfrutaba escuchando a Jesús?
Porque decía cosas bonitas.
Porque decía cosas nuevas.
Porque decía cosas vivas.
Porque abría nuevos caminos.
Porque no hablaba de memoria sino con el corazón.
Porque cada uno se sentía tocado de su palabra.
Y no es que Jesús hablase para caer bien y agradar a la gente.
Nada más agradable que decir la verdad del Padre.
Todo esto me obliga a cuestionarme personalmente.
¿Cómo me escuchan mis fieles?
¿Cuánto se aburren los fieles en mis homilías?
¿Cuán a gusto me escuchan?
El Papa Francisco entendió muy el por qué la gente escuchaba a gusto a Jesús:
“Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente.
Venían a escucharlo de todas partes.
Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas.
Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad.
Con la palabra los Apóstoles, a los que instruyó “para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” atrajeron la seno de la Iglesia a todos los pueblos”. (EG 135)
Y da la razón:
“la proclamación de la palabra de Dios…no es tanto un momento de meditación y catequesis sino que es el dialogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza”.
“La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar donde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado y no pudo dar fruto”. (137)
“El predicador tiene la hermosa y difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y el de su pueblo”. “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús”. (143)
A Jesús la gente le seguía feliz de escucharle.
A nosotros ya sería suficiente que nos escuchen sin aburrirse.
A Jesús la gente le seguía porque se sentía liberada de la esclavitud de la ley.
A nosotros ya estaría bien que nos escuche porque encuentra respuestas a sus interrogantes.
Y a veces me daría por satisfecho con que la gente, como dice el Papa Francisco, nos escuche sin aburrirse y ganas de que siguiésemos hablando y no con ansias de que terminemos cuanto antes.
Por eso, Francisco nos pide que “con mucho cariño quiero detenerme a proponer un camino de preparación de la homilía”.
Señor, si no soy capaz de atraer a la gente, que el menos no la aleje.
Si no soy capaz de entusiasmarla, que al menos, no la desilusiones.
Si no logro que la gente me busque, que yo sea capaz de buscarla.
Señor, si “no disfrutan escuchándome”, que al menos, no se aburra.
Clemente Sobrado C. P.
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