“Dijo Jesús a sus discípulos: “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. (Mt 6,24-34)
Cuando se cabalga sobre dos caballos termina bajo las patas.
Cuando se quiere vivir en la verdad y en la mentira, se termina viviendo en una confusión.
Cuando se quiere vivir amando a la esposa y a la vez sacando los pies del plato en fáciles aventuras, terminamos por no ser los mismos en casa, porque ya no nos atrevemos a mirarnos a los ojos, y tenemos que vivir trampeando y engañando.
O vivimos como solteros, sueltos en plaza, o vivimos como casados.
O somos solteros o somos casados. No se puede vivir al juego de medio soltero y medio casado.
Cuando se quiere vivir en la libertad y a la vez esclavos de nuestros instintos, terminamos más esclavos que libres.
Cuando se quiere vivir desde la fe, pero a la vez con los criterios del mundo, terminamos por no ser ni lo uno ni lo otro.
La vida necesita de un centro que le dé cohesión y unidad.
No podemos vivir divididos por dentro.
Porque o somos o no somos.
O somos una cosa o somos otra.
Pero nadie puede ser medio hombre y medio centauro.
Porque nadie puede ser a medias.
Ninguna mujer está medio embarazada.
O está embarazada o no lo está.
Nadie nace a medias. O nace o no nace.
Es lo que Jesús viene a decirnos hoy.
“Nadie puede servir a dos señores a la vez”.
Y peor aún cuando esos señores se llaman “Dios” y “dinero”.
Porque nuestro corazón o está en Dios como tesoro de nuestras vidas, o nuestro tesoro es la billetera y el dinero.
Jesús no dice que Dios sea incompatible con el recto uso del dinero, necesario para la vida.
Jesús habla de “servir”.
¿A quién servimos: ¿a Dios? o ¿al dinero?
¿Quién es el dueño de nuestro corazón? ¿Dios o el dinero?
¿Quién marca y señala el camino de nuestros intereses y de nuestros ideales?
Porque Dios y el dinero nos señalan caminos diferentes.
Porque Dios y el dinero nos muestran ideales diferentes.
El gran problema de cada uno es la unidad y la identidad.
El gran problema que la Iglesia se plantea desde hace años es “la separación entre la fe y la vida”, entre “nuestro bautismo y nuestro ser y estar en el mundo”.
El ser hombre o mujer implica que tengo que vivir como hombre o como mujer, de manera racional y responsable, de modo masculino o femenino. Aquí no vale eso de “unisex”.
El ser bautizado y creyente implica que debo vivir en coherencia con mi bautismo y con mi fe.
Nadie es bautizado a medias, como nadie puede creer a medias.
O estoy bautizado o no lo estoy.
O creo o no creo.
En la medida en que nuestra cultura ha tratado de oscurecer el rostro de Dios, han surgido nuevos dioses, sobre todo ha nacido el “Dios tener”, el “Dios billetera”.
Y cuando servimos y nos hacemos esclavos del dinero, vivimos en función del dinero.
No en función del Evangelio.
No en función del hermano.
No en función de la justicia.
No en función de la libertad.
No en función de la gracia.
No en función de Dios.
Sino en función “ganar, acaparar, amontonar, y vivir del prestigio que la tarjeta de crédito suele dar”.
En la medida en que la sociedad se monetariza, al mismo ritmo se deshumaniza.
Clemente Sobrado C. P.
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