mayo 2015

22:53

1.- No siempre tenemos que hacer los regalos a otro. ¿Por qué no regalamos algo cada día a nosotros mismos? Por ejemplo, hoy podías hacerte el regalo de un momento de silencio exterior, lejos de la gente, lejos de la radio, la TV, para echarte una miradita por dentro y charlar contigo. ¿No crees que también tú eres importante para dedicarte algo de tu tiempo?

Flickr: Cláudia Assad

2.- Hoy puedes hacerte un estupendo regalo a ti mismo. Regalarte un espacio en tus ocupaciones, para charlar a solas con Dios. Charlar de tus cosas y charlar también de las cosas de Dios. Tú tendrás mucho que decirle. Y Él tiene cantidad de cosas que compartir contigo. ¿No crees que Dios es lo suficientemente importante como para dedicarle un tiempecito de tus quehaceres?

3.- Tu regalo de hoy es muy sencillo, pero de gran interés para ti. Hoy te olvidas de todo el mundo. ¿Por qué pones esa cara? Todo el mundo es muy importante para ti. Pero. ¿no podías regalarte un espacio sereno y tranquilo para disfrutar de los tuyos? ¿Es que ellos han dejado de ser importantes en tu vida? ¿En algún momento, tu esposo o tu esposa, no eran lo más importante?

4.- Hay regalos grandes y regalos chicos. Muchos dependen de las posibilidades del bolsillo. Bueno, hoy, quiero que tu regalo no dependa de tu bolsillo. Prefiero que dependa de tu corazón. Regálate la alegría de hacer felices a los tuyos, tenerlos contentos, alegres. ¿Es que la felicidad y alegría de los demás no es también un regalo que tú mereces?

5.- Hoy puedes regalarte a ti mismo algo que posiblemente estás necesitando. Olvídate de tu pasado, de esos recuerdos que te molestan, y piensa que todo eso Dios ya lo echó al olvido, y que Dios sólo piensa en lo que aún puedes ser en la vida.

6.- ¿Quieres hacerte hoy el regalo de una linda amistad? Vete un ratito a la Iglesia. Te bastan unos minutos, aunque te aconsejo que no tengas prisas. Charla un rato con el Señor presente en el Sagrario. Insisto, no tengas prisas. Es posible que tarde en responder a tu llamada. Espera. Son los trucos del Señor para ver la sinceridad de tu visita.

7.- Para hoy te pediría que te regales algo que posiblemente te parecerá raro. Hazlo y luego me cuentas. Busca un espacio, un pequeño vacío en tus muchos quehaceres, toma un Crucifijo en tus manos. No pienses nada. No digas nada. Deja que tranquilamente Él se te vaya metiendo ahí dentro. Descubrirás que detrás del dolor hay mucho más. El dolor no es sino el telón. La escena está al otro lado.

Clemente Sobrado C. P.


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22:12


LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

(Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26)

El hombre era orgulloso de su nación nativa.  Vino del país vasco.  Dijo que allá la sacudida de la mano era suficiente para sellar un acuerdo.  No había necesidad de documentos escritos, mucho menos de abogados.  En las lecturas hoy escuchamos de otros tipos de sellos para los acuerdos.

En la primera lectura del libro de Éxodo Dios está consumando un acuerdo formal con Israel.  Es una alianza en que Dios promete a proteger al pueblo en cambio del acatamiento de Israel a su voluntad.  Se sella el pacto con la sangre de novillos primero derramada sobre el altar y entonces rociada sobre la gente.  El simbolismo es dramático.  La sangre significa la vida del hombre.  Echada sobre el altar, que
simboliza Dios, y sobre el pueblo la sangre indica que los dos ya están unidos para siempre.

En el evangelio Jesús hace una alianza nueva entre Dios y los hombres.  No limita el número de los participantes ni a sus discípulos ni a Israel sino incluye al mundo entero.  Tampoco usa símbolos para sellar el pacto.  Más bien, ocupa su propio cuerpo en forma del pan y su propia sangre en forma del vino.  Entregados a nosotros, estos elementos se hacen en nutrición para fortalecernos desde el interior.  Ya tenemos la mera vida de Jesús para movernos a cumplir la voluntad de Dios Padre.  El próximo día el cuerpo de Jesús será desgarrado y su sangre derramada como compruebas de la realidad de su don. 

La segunda lectura explica más el sacrificio de Jesús  y la alianza nueva que hizo.  Dice que su sacrificio vale más que la sangre y las cenizas de los animales esparcidas sobre la gente.  Pues, donde el sacrificio de los animales sólo puede lograr un perdón del pecado, el sacrificio de Jesús transforma la conciencia para que dirija actos de verdadera adoración.  Esta transformación configura la nueva alianza entre Dios y nosotros.  Dios nos ha hecho en sus propios hijos e hijas con un destino eterno.  Ya por nuestros actos de bondad hacia los demás hacemos  los sacrificios que le agradan.

La alianza nueva nos hace posible ser fieles a los otros compromisos que hemos hecho.  Por ser hijos e hijas de Dios, ustedes no quieren decepcionarlo por engañar a sus esposos o esposas.  Conscientes del destino eterno, todos queremos cumplir nuestras tareas en la vida diaria, sea en el trabajo, en la esquela, o en la casa.  Relacionados con los otros miembros de la alianza, apoyamos a uno y otro cuando nos pongamos desconsolados. Así nos conformamos cada vez más a Jesús, nuestro hermano mayor.

Todavía existe la costumbre de hacer la procesión del Cuerpo y Sangre de Cristo en las calles.  La idea es que no sólo la gente dentro de los templos sino toda la comunidad tenga la oportunidad para considerar la alianza nueva que hizo Jesús.  Es una muestra de buena voluntad que simboliza el sacrificio de Jesús por el mundo entero.  Ahora celebramos el sacrificio de Jesús por el mundo.

20:04

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba para ellos; pero temieron a la gente, y dejándolo allí, se marcharon”. (Mc 12,1-12)

Con frecuencia, lo esencial pasa a un segundo lugar.
Incluso, es frecuente que, a lo esencial no le demos importancia.
Y nos quedemos siempre con la hojarasca.
Secamos las raíces y luego queremos que el tronco crezca.
Cortamos el tronco y les pedimos frutos a las ramas.

En la vida religiosa nos puede suceder algo parecido.
La misma Iglesia no está exenta de esta tentación:
Todo es importante, menos Jesús.
Valoramos la estructuras, y nos olvidamos de la vida.
Valoramos las grandes manifestaciones, y nos olvidamos de la vida personal de cada uno.
Valoramos el pasado, y nos olvidamos de situarnos en el presente y de mirar al futuro.
Valoramos el pasado, y no vemos las urgencias y necesidades actuales.

Hay un ateísmo del cual hablamos poco y le damos poca importancia.
Es el ateísmo, no de los que dicen que no creen, sino de los que dicen creer.
Porque el problema no está en aceptar y creer en Dios.
El verdadero problema está en qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas.
Porque, con frecuencia, Dios no pasa de ser “un Dios de emergencia como los bomberos”
Con frecuencia, Dios no pasa de ser una simple “Post Data” para aprovechar el pequeño espacio que nos queda en la carta para dar la última noticia.

Jesús se aplica a sí mismo el texto de la Escritura “la piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular”.
Jesús es la piedra que sostiene todo el arco.
Sin esa piedra el arco se viene abajo.
Sin Jesús la “viña del Señor que es la Iglesia, el Pueblo de Dios” no es nada más que apariencia.
Cuidamos mucho de la “verdad”, que con frecuencia no pasa de ser “nuestra verdad, nuestra teología o nuestra ideología” y nos olvidamos de lo esencial que es “el amor”.
Es cierto que no puede haber amor sin la verdad.
Pero tampoco vale la verdad sin el amor.
Tenemos nada menos que una Congregación para la verdad de la fe, y me parece bien.
¿Y no necesitaremos una Congregación que esté atenta a la caridad de la Iglesia y del Pueblo de Dios?

Es curioso lo que dice el texto de que los “sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos” se dieron por aludidos con la parábola de los viñadores que mataron a los enviados e incluso al Hijo. “Porque veían que la parábola iba para ellos”.
No es fácil que los de arriba reconozcan sus equivocaciones.
No es fácil que los que detectan el poder reconozcan que no tienen la exclusiva de la verdad.

Y lo de siempre: “Intentaron echarle mano”.
Pero los de arriba también saben guardar sus apariencias: “temieron a la gente y dejándolo allí, se marcharon”.
La parábola no culpa a la viña, sino a los viñadores.
Son los viñadores, como responsables de la viña, quienes eliminaron a todos, incluido el Hijo.
Y los “sumos sacerdotes, escribas y ancianos” se sienten señalados.
Y lo de siempre, “intentaron echarle mano”.
Tapar la boca a quien dice verdades que no nos gustan, siempre resulta más fácil que revisar nuestra propia verdad.

Es preciso recuperar el centro de la fe y no quedarnos en la periferia.
Es preciso recuperar la vida del tronco y no quedarnos con la cáscara.
Es preciso recuperar la piedra angular y no construir sobre falsos cimientos.
Es preciso recuperar a Jesús, como único dueño de la Iglesia, de la que todos los demás somos “viñadores”, servidores.
Es preciso recuperar a Jesús, como eje de nuestra fe y de nuestro quehacer cristiano.
Es preciso, no quedarnos en la apariencia de las ramas, y regresar a las raíces.
Es preciso que al arco de nuestro fe no le falte “la piedra angular”.

Clemente Sobrado C. P.


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14:06
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En la mañana de ayer sábado, en la Jornada de Nueva Evangelización, que organiza mi diócesis, como final del curso pastoral, nos expuso dos brilantes ponencias Don Carlos Escribano, Obispo de Teruel y responsable del área de familia y Manos Unidas, de la Conferencia Episcopal.

Nos explicó muy vivencialmente, y desde una amplia experiencia parroquial y episcopal, la crisis de fe  y la crisis del matrimonio y de la familia en nuestra sociedad. Lo hizo con mucha concreción, dibujando un cuadro realista con posibilidades de  encuentro de soluciones, que es lo que importa.

Es necesario -nos señalaba- no quedarse en un anuncio meramente teórico y desvinculado de los problemas reales de las personas. Nunca hay que olvidar que la crisis de la fe ha conllevado una crisis del matrimonio y de la familia y, como conscuencia, a menudo se ha interrumpido incluso la transmisión de la fe de los padres a los hijos. Ante una fe fuerte la imposición de algunas perspectivas culturales, que debilitan la familia y el matrimonio, no tiene incidencia.

Y como solución apuntaba: La renovación radical de la praxis pastoral a la luz del Evangelio de la familia, superando los enfoques individualistas que todavía la caracterizan. Renovación de la formación de los presbíteros, los diáconos, los catequistas y los demás agentes pastorales, mediante una mayor implicación de las mismas familias.

Sin el testimonio gozoso de los cónyuges y de las familias, Iglesias domésticas, el anuncio, aunque fuese correcto, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras que caracteriza nuestra sociedad.

Es preciso realizar itinerarios que acompañen a la persona y a los esposos de modo que a la comunicación de los contenidos de la fe se una la experiencia de vida ofrecida por toda la comunidad.

Gracias, Don Carlos por su ánimo y visión positiva, que nos transmitió ilusión y esperanza. Fue, además un gusto, saludarle, recondando las dos visitas y los días magníficos que compartimos hace años en Sololá. Dios se lo pague.

   El Instituto de Antropología y Ética de la Universidad de Navarra presenta el libro póstumo de la profesora Jutta Burggraf
   El Instituto de Antropología y Ética se encargó de recoger y editar los escritos de la profesora Jutta Burggraf que no habían sido publicados anteriormente, con el fin de que estuvieran a disposición de todo el mundo. El libro lleva por título "La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna y otros escritos", lo ha publicado EUNSA y se presentó el pasado 27 de mayo en el edificio Amigos de la Universidad de Navarra.
El acto tuvo lugar en forma de mesa redonda, moderada por Manuel Martín Algarra, catedrático de Comunicación Pública de la Facultad de Comunicación y subdirector del Instituto de Antropología y Ética, quien aseguró que el libro es fruto de un "potente trabajo de edición".
Dolores Conesa, profesora del departamento de Teoría y Métodos de Investigación Educativa y Psicológica en la Facultad de Educación y Psicología, habló de diálogo y perdón. Apeló a una enseñanza de la profesora Burggraf que postulaba que era preciso atreverse a pensar por cuenta propia. "Lo genial del hombre es su libertad y todo ejercicio de diálogo es un acto libre", dijo. "Jutta apostaba por que la verdad solo se posee con libertad, y todo el mundo participa en algo de ella; mi oponente puede llegar a tener razón en algo, decía". Pero todo diálogo, que es un encuentro entre libertades, implica también el perdón. "Perdonar, enseña la profesora Burggraf, no es relativizar el mal; consiste en mirar al agresor en su dignidad de persona, empeñarse en no identificarle con su obra. El perdón hace al hombre más humano, porque profundiza en su capacidad de dar", concluyó la profesora Conesa.

Por su parte, el profesor José Manuel Fidalgo, director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas (ISCR) de la Universidad de Navarra, comentó el artículo "Secularidad. Reflexión sobre el alcance de una palabra" que recoge el libro recientemente publicado. Siguiendo algunas tesis de la profesora Burggraf y en conexión con el pensamiento deRomano Guardini, el profesor Fidalgo argumentó que "considerar el mundo al margen de Dios es pensar en un mundo clausurado, que muere. Es preciso mirarlo desde la fe y aprender a verlo con los ojos de Cristo: en esto consiste la formación cristiana, que debe alentar una sana secularidad. La verdadera secularidad cristiana (que se opone al secularismo moderno) consiste en tomarse el mundo en serio desde la fe y tomarse la fe en serio como camino para conocer el mundo en toda su grandeza. De este modo se fomenta un diálogo franco y abierto entre la fe cristiana y la cultura actual".
Cerró la presentación Tomás Trigo, profesor de Teología Sistemática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra quien comentó el artículo "La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna", que responde al título de una conferencia que la profesora Burggraf impartió en Valencia en 2010, el mismo año en que falleció. Recordó que con la publicación de la constitución pastoral Gaudium et spes (1965) de Concilio Vaticano II, "la Iglesia quiso saber qué problemas tienen sus hijos y ayudarles a resolverlos. Esta misma actitud es la que deben adoptar todos los cristianos. Gaudium et spes se dirige al mundo entero y lo que ofrece es la fe de Cristo. Sin reduccionismos. Porque sabe que al hombre solo se le puede comprender con Cristo. A menudo, continuó el profesor Trigo, podemos tener la tentación de hablar de sustituir la fe cristiana por una filosofía que contente a todos. No se trata solo de cambiar de lenguaje sino de ayudar a las personas a pensar como Cristo. Mientras tanto, no se puede decir que haya una verdadera transmisión de la fe", concluyó.
En el coloquio posterior con los asistentes surgieron cuestiones como la importancia de explicar la fe desde dentro de la propia historia, como algo que cambia la vida y es fascinante; y la importancia que tenía la amistad para la profesora Jutta Burggraf, para quien era clave el marco natural del encuentro personal. En este sentido el profesor Trigo hizo notar que "la única manera de entender qué significa el cristianismo es recibir amor. Estar en el mundo es saberse amado por Dios".
Fina Trèmols, en unav.edu.

 
   Desde el día de nuestro Bautismo, cada uno de nosotros está en comunión con el único Dios (1ª Lectura), y al ser incorporados a Cristo, recibimos el Espíritu de hijos adoptivos por el que podemos llamar a Dios: Padre nuestro (2ª Lectura).

   El misterio de la Santísima Trinidad es la fuente de donde nace la vida cristiana, de la que se alimenta, y hacia la que tiende. Venimos de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Vivimos de Dios y a Él nos encaminamos. Hijos del Padre, hermanos de Jesucristo y vivificados por el Espíritu Santo.

   Deberíamos considerar con frecuencia, a diario, esta formidable realidad: somos hijos de Dios y el Espíritu Santo está en el centro de nuestra alma. Somos un asunto divino, hemos sido introducidos, ya aquí en la tierra y como un anticipo, en la intimidad divina de la que un día disfrutaremos con plenitud, sin velos ni limitaciones, y por toda una eternidad. “Carísimos desde ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal y como es” (1 Jn 2, 2).

Es ésta una verdad impresionante y consoladora que puede, en ocasiones, llenarnos de un asombro santo y de una duda también santa: ¿no es demasiado hermoso para que sea verdad? Este sentimiento está recogido en la Liturgia de la Iglesia cuando, antes de rezar la oración que Cristo nos dictó, ella quiere que digamos: “Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro... Nos atrevemos. ¿No supondría una solemne impertinencia el dirigirnos a la majestad infinita de Dios con la espontaneidad y confianza con la que los hijos se dirigen a sus padres? Y sin embargo, esta verdad fue enunciada por Cristo.
“¡Dios es mi Padre! −Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración. − ¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina locura de su Corazón. − ¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino. Piénsalo Bien. −Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo” (S. Josemaría Escrivá).
¡Señor! -podríamos rezar hoy- ¡inculca esta verdad en mi vida, no sólo en la cabeza y el corazón sino en mi vivir diario. Que no olvide que nada me puede ocurrir que Tú no lo permitas, y si lo permites que comprenda que eso es siempre lo mejor. Que las contrariedades y los sufrimientos no me quiten la alegría! ¡Señor, que yo oiga en el fondo de mi corazón: tú eres mi hijo amado, en quien me complazco, y que esta certeza me lleve a tomarme en serio, como un buen hijo, tus mandamientos y a experimentar el gozo y la paz como un preludio de la dicha que me tienes preparada en el cielo!


   El tenor italiano Andrea Bocelli, que ha vendido más de 75 millones de discos, habló de su fe y cantó este jueves por la noche en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona en la primera edición de la gira musical "El gran misterio",organizada por el Pontificio Consejo para la Familia, que recorrerá diversas ciudades de todo el mundo.

   “Considero que es un gran privilegio, y también un deber preciso para cada uno de nosotros, ser testigos, activos y alegres, del mensaje cristiano, y divulgarlo tanto como sea posiblemediante el ejemplo y ofreciendo la posibilidad de compartirlo", explicó el famoso tenor que quedó ciego en su infancia.

   Sobre el arte como camino hacia Dios dijo: "La buena música lleva consigo un fuerte mensaje de paz y de hermandad: interpretar el repertorio sacro, así como escucharlo, puede ser una forma intensa de oración. Una oportunidad que encuentra plena expresión y “floritura” cuando los momentos de reflexión acercan y elevan la escucha gracias a la obra de los sacerdotes, ministros de la misericordia divina".
También habló del gran tema de la gira, la familia cristiana: "La familia, el principal pilar de la sociedad, es la insustituible palestra de los afectos, es la institución crucial para la expresión y la transmisión de los valores cristianos. Es el seno de la Iglesia (y mediante las enseñanzas de Aquel que la ha inspirado), donde podemos profundizar juntos, y comprender mejor, la fuerza extraordinaria del amor entre el hombre y la mujer, y, consecuentemente, de la familia”.

Bocelli fue presentado por el padre Andrea Ciucci en sustitución del presidente del Pontificio Consejo de la Familia, Vincenzo Paglia, quien no pudo acudir como estaba previsto. El acto contó también con una predicación sobre la familia a cargo del cardenal Sistach.


Recordando el Génesis
Andrea Ciucci, presbítero de la diócesis de Milán, habló primero en catalán y luego en castellano comentando el relato de la Creación en el Génesis. Invitó a los presentes a “no dejar pasar el tiempo y las tardes [de esa narración] tan deprisa. Deleitémonos. Al final del sexto día vio Dios que todo era muy bueno”.

Contó también como vio Dios “conmovido por la soledad de Adán” decidió “ofrecerle una ayuda que le confortara. Y fue al final del sexto día cuando creó a la mujer. Y Adán se alegró”. 

Recordó que “el amor del hombre y la mujer son imagen de su Iglesia, el Gran Misterio”, aludiendo al título de la gira.

El sacerdote invitó a “hacer esta tarde memoria agradable de nuestras familias y las de todo el mundo. Sobre todo las desfiguradas por la velocidad de la historia y por el egoísmo de los hombres”, “a sentarnos en el jardín reproducido por Gaudí junto a Dios y gozar de esta tarde".

La familia, motor del mundo y de la historia
El cardenal Martínez Sistach predicó sobre la hermosura de la institución familiar. Así, proclamó: “La familia surge del matrimonio y es un bien incomparable [para el bienestar de la persona y de la sociedad humana]... Esta sociedad del bienestar sólo podemos conseguirla si las familias gozan de estabilidad y de armonía. Entre otras razones porque con las familias desestabilizadas la sociedad no dispone de medios económicos suficientes para conseguir aquel bienestar y porque substituir el amor de los padres es casi imposible... Es el lugar donde se aprende a amar... La familia es el motor del mundo y de la historia. Cada uno de nosotros construimos la propia personalidad en la familia".

Tuvo después unas palabras para los abuelos: “Como dice el Papa Francisco, felices aquellas familias que tienen los abuelos cerca. El abuelo es padre dos veces, y la abuela es madre dos veces”. Realizan un servicio muy valioso con la acogida, la suplencia, la ayuda económica y la catequesis de los nietos”.

El cardenal no olvidó el sufrimiento de las familias separadas, y recordó el deber de acogerlas y ser buenos samaritanos. 


La violinista Petryshak y la dirección de Marcello Rota
La violinista Anastasiaya Petryshak, de 21 años de edad, emocionó tocando la "Thaïs" de Massenet. La Orquesta Sinfónica del Vallés y la Polifónica de Puigreig, dirigidas por Marcello Rota, interpretaron el "Réquiem lacrimosa" de Mozart. 

Bocelli cantó el “Verum Corpus”, un texto eucarístico del siglo XIV, musicado por Mozart, que trata de los símbolos del Bautismo, que nos acoplan a la muerte y resurrección de Jesucristo, y de la Eucaristía, “fármaco de inmortalidad” en palabras de san Ignacio de Antioquia.

Siguió “Mille Cherubini in Coro” de Schubert, que evoca la intimidad que se crea entre madre e hijo a la hora de dormir pero también es una metáfora de la confianza que el discípulo pone en Dios. Alude al Salmo 131: “Me mantengo tranquilo en paz, tengo el alma serena. Como un infante en el regazo de su madre, como un niño pequeño se siente el alma mía”.

Después de implorar la misericordia del benigno juez celestial con el “Pieta Signore” de Stradella, llegó la melodía central de la película “La Misión”, de Ennio Morricone, con Anastasya Petryshak en el violín. 

Marcello Rota dirigió después a las dos orquestas en el “Nabucco – Va Pensiero”, de Verdi, que remite al Salmo 137: “Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos al recordar Sion. En los sauces que allí había colgamos nuestras arpas”.

Resonaron también tres avemarías clásicas: de Schubert, Gounod y Caccini.


La celebración se acercó al final con el rezo del Padre Nuestro, para el que todos los concurrentes en la celebración se levantaron. Bocelli rezó con un leve movimiento de sus labios en su lengua materna, se santiguó y juntó sus manos al acabar la bendición.

Acabó el acto con Bocelli y una de las canciones que con más éxito ha interpretado¨: “The Prayer”, de D Foster: las palabras finales son las que reflejan con más intensidad el espíritu de esta gira por la familia que ha promocionado: “Y la fe con la que nos has iluminado, siento que nos salvará".

religionenlibertad.com

01:32
En Saxum los peregrinos se podrán detener y encontrar un lugar acogedor en el que orar y reflexionar, pero desde Saxum los peregrinos podrán también partir a pie, para vivir una etapa especial de su peregrinación. ¿De qué manera? Recorriendo “El camino de Emaús”, un sendero que desciende desde las colinas de Judea de Abu Gosh, donde se encuentra Saxum, hasta Emaús Nicopolis, localidad conocida desde la antigüedad como el lugar en el que Jesús partió el pan con los dos discípulos.

“El camino se ha puesto a punto como un reconstrucción del recorrido que hizo Jesús con los dos discípulos desde Jerusalén a Emaús —explica Henry Gourinard, del Instituto Polis. Ahora el camino comienza desde Abu Gosh, pero el proyecto es proseguirlo hasta Jerusalén.”

El camino de Emaús ha sido estudiado como ocasión de reflexión sobre las Escrituras (especialmente sobre el Mesías y el paralelismo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento) y sobre la propia peregrinación, siguiendo el objetivo general del Saxum Multimedia Center. “Y ofrecerá a los peregrinos —explica Gourinard— la ocasión de un último encuentro con Jesús en el camino de regreso a casa, al final de la peregrinación, precisamente como le sucedió a los dos discípulos…”

En el Saxum Multimedia Center, punto de partida del camino hacia Emaús, los peregrinos recibirán una guía con informaciones sobre el lugar, citas y reflexiones.

“El camino de Emaús” o “Emmaus Trail” es una iniciativa de Saxum Foundation, patrocinada por el Ministerio de Turismo y del Jewish National Fund KKL. Es un sendero excursionista inmerso en la naturaleza, a lo largo de unos 15 kilómetros, y que se puede recorrer en leve descenso sin ninguna dificultad.

23:49

“Se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y ancianos, y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces eso? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?” Jesús les respondió: “Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis os diré con qué autoridad hago esto… Y respondieron: “No sabemos”. (Mc 11,27-33)

Siempre resulta más fácil preguntar a los demás.
Siempre es más fácil cuestionar lo que hacen los demás.
Siempre es más fácil poner en duda lo dicen y hacen los demás.
“¿Con qué autoridad haces eso?”

Lo difícil resulta cuando son otros los que nos preguntan a nosotros.
Sobre todo cuando el que pregunta a es Jesús.
Lo difícil es dejarnos cuestionar a nosotros.
Lo difícil es dar razón de las cosas que decimos.
Lo difícil es dar razón de las cosas que hacemos.
Entonces preferimos salirnos de la cancha con la evasiva:
“No sabemos”.

La pregunta “Por qué hacemos lo que hacemos” es una pregunta radical y esencial.
Nos da miedo preguntarnos a nosotros mismos.
Pero también nos suele dar miedo preguntar ciertas cosas hoy en la Iglesia.
¿Con qué autoridad se imponen ciertas cosas?
¿Con qué autoridad se exigen ciertas obligaciones?
¿Con qué autoridad imponemos silencio a los que dicen lo que no nos gusta?
¿Con qué autoridad mandamos callar a los que nos molestan?
¿Con qué autoridad mandamos guardar silencio a los que piensan diferente?

Jesús no respondió “con qué autoridad hacía lo que hacía”:
Porque sabía que eran preguntas capciosas.
Porque sabía que eran preguntas maliciosas.
Y quien pregunta con malicia no busca la verdad.
Quien pregunta con malicia no lo hace para saber.

Sin embargo hay preguntas sinceras que buscan la verdad.
Y Jesús no hace preguntas capciosas sino preguntas que van a las raíces.
Además, todos tenemos derecho a preguntar por la verdad.
Todos tenemos derecho a preguntar por qué se exigen ciertas cosas.
Todos tenemos derecho a preguntar por qué se imponen ciertos silencios.

Estamos acostumbrados a una “obediencia ciega”, que precisamente por ser ciega, no sabemos para qué sirve.
La obediencia ciega no es una obediencia racional.
La obediencia ciega no es una obediencia humana.
La obediencia ciega crea ciegos que caminan como ciegos.
La obediencia ciega no es más obediencia por ser ciega.
La obediencia es más obediencia cuando soy consciente de por qué obedezco.
La obediencia ciega engendra:
Hombres y mujeres aniñados.
Cristianos y cristianas aniñados.
Ciudadanos niños aniñados.

Pero si tenemos derecho a preguntar, también tenemos la obligación de preguntarnos a nosotros mismos y dejarnos preguntar:
Está bien que preguntemos a la Iglesia.
Pero también la Iglesia tiene derecho a preguntarnos:
¿Qué hacemos en la Iglesia?
¿Qué hacemos por la Iglesia?
¿Qué hacemos para que la Iglesia sea más testimonial?
¿Qué hacemos para que la Iglesia sea más creíble?

Está bien que le preguntemos a Jesús.
Pero preguntarle con sinceridad y no maliciosamente.
Pero también hemos de dejarnos preguntar por él.
Y sin salirnos por la tangente de decirle “no sabemos”.
Quien pregunta honestamente es que quiere saber. Quien se deja preguntar sin dobleces, es que quiere sincerarse consigo mismo.

Clemente Sobrado C. P.


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23:49

“Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, por no era tiempo de higos. Entonces le dijo: “Nunca jamás coma nadie de ti”. (Mc 11,11-26)

Dicen que las apariencias engañan.
Hay muchas vitrinas bonitas pero dentro no hay nada.
No todo lo que reluce es oro.
Hay mucho hierro y aún madera dorados.

Hay muchas famas artificiales.
Hace unos años, un amigo mío me dijo: “Tú estás perdiendo mucho dinero. Invierte doscientos mil dólares en difundir tu imagen y te invitarán de todo el mundo y te ganarás un dineral”.
Hace unos días estaba contemplando un jarrón de flores.
Realmente eran bellas y hermosas. Ni me atrevía a tocarlas.
Cuando pasó alguien y me dijo:
– ¿Te gustan?
– Me encantan, ¿cómo lograr plantarlas en mi jardín?
– No lo podrás hacer nunca. ¿No te das cuenta de que son artificiales?

Jesús tiene hambre. Y cerca del camino contempla una higuera llena de hojas verdes.
Se acercó y se dio cuenta de que todo era pura hoja. Ni un solo higo.
Fe tal su desilusión que la maldijo: “Nunca jamás alguien coma de ti”.

Lo extraño es que el texto dice que “no era tiempo de higos”.
¿Cómo pretender higos fuera de su tiempo?
¿Cómo querer segar el trigo en el invierno?
¿Cómo buscar flores cuando aún no llegó la primavera?
Bueno, ahora ya existen esos espacios cubiertos que las hacen florecer todo el año.

No bastan nuestras apariencias, cuando alguien tiene hambre de verdad.
No bastan nuestras apariencias de bondad, cuando alguien tiene hambre de testimonios.
No bastan nuestras apariencias de servicialidad, cando dejamos que sean los demás los que lo hagan todo.
No bastan nuestras apariencias de ser promotores de comunidad, cuando vivimos nuestras vidas “por libre” y nunca estamos con los demás.
No bastan nuestras apariencias de santidad, cuando nuestros corazones están llenos de telarañas.
No bastan nuestras apariencias hablando mucho de caridad, cuando luego nos pasamos el día juzgando y criticando a los demás.

Las higueras tienen su tiempo para dar fruto.
Pero nosotros no podemos vivir el Evangelio según las estaciones del año o los grandes momentos litúrgicos: Adviento, Cuaresma o Pascua.
Dios espera frutos de nosotros todos los días.
Cada día Dios tiene hambre de nuestra santidad.
Cada día Dios tiene hambre de nuestra generosidad con los demás.
Cada día Dios tiene hambre de nuestra servicialidad con todos.
Cada día Dios tiene hambre de nuestra solidaridad.

Porque cada día, la Iglesia y el mundo necesitan de nuestra santidad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra generosidad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra servicialidad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra solidaridad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra alegría.
Porque cada día, el mundo necesita testigos del Evangelio.

Las apariencias son una manera de engañar a los demás.
Pero también una manera de engañarnos a nosotros mismos.
Las apariencias pueden ganarnos admiración.
Pero sólo la verdad es capaz de hacernos felices.
Las apariencias engañan a los de afuera, pero nos hacen sentir nuestro vacío interior.

Clemente Sobrado C. P.


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23:49

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

“Y tomando una copa pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora el fruto de la vida, hasta que venga el reino de Dios”. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”. Después de cenar hizo lo mismo con la copa, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros”. (Lc 22,14-20)

Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Y el Evangelio nos retrotrae a la institución de la Eucaristía.
De nuevo sentados todos a la misma mesa.
Comiendo todos el mismo pan convertido en Cuerpo de Jesús.
Bebiendo todos del mismo vino convertido en la Sangre derramada de Jesús.
Grano sembrado, convertido en espiga.
Convertido en harina.
Convertido en pan.
Hecho pan de vida, pan de Eucaristía.
Hecho “Cuerpo entregado” de Jesús.
Hecho comunión de todos nosotros.

Vid cargada de racimos.
Uvas estrujadas en el lagar.
Unas convertidas en sabroso vino.
Vino convertido en Sangre derramada de Jesús.
Sangre hecha comunión y sacramento de la Alianza nueva.

Jesús, sacerdote de la nueva alianza.
Jesús que se encarna en el pan y cuerpo de comunión.
Jesús que se encarna en vino y sangre de alianza.
Jesús que nos hace compartir su sacerdocio para actualizar su entrega y su nueva alianza.

Eucaristía nueva encarnación de Jesús.
Sacerdocio que actualiza cada día la encarnación de Jesús.
Eucaristía memoria del futuro y del pasado.
Pan y vino.
Cuerpo y Sangre, sacramentos de la muerte y resurrección.
Pan y vino.
Cuerpo y sangre creadores de la comunión y comunidad de vida fraterna.

La primera encarnación en el seno de María, por obra del Espíritu Santo.
La segunda encarnación en el pan y en el vino, por obra de Jesús sumo y eterno sacerdote.
Las encarnaciones eucarística en el pan y en el vino, por obra del ministerio sacerdotal.
María entregó el Jesús encarnado a la humanidad.
Jesús entregó su encarnación eucarística, como sacramento pascual, en el pan y en el vino.
Y este pobre sacerdote contempla cada día a Jesús encarnado en el pan y en el vino, en sus manos sacerdotales: “Haced esto en conmemoración mí”.
Miro mis pobres manos:
y veo florecer el pan en el Cuerpo entregado de Jesús.
y veo florece el vino, zumo de la vid, en la Sangre derramada de Jesús.
y veo florecer en comunión fraterna.
Ya no son manos de la Antigua Alianza de la Ley.
Son manos de la alianza nueva.
De la alianza no escrita en piedra sino en la entrega y la nueva vida.
De la alianza no hecha Decálogo sino transformada en el amor eterno de Dios.

Clemente Sobrado C. P.


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23:34

“Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28,16-20)

El texto está tomado del relato de la Ascensión. En él no se habla de “Trinidad”. Ese es un término teológico posterior. Los Evangelios son más sencillos y hablan “del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y que nosotros podemos simplificar todavía más diciendo: “hoy celebramos la fiesta de “Papá Dios”.
Y con la fiesta de “Papá Dios” comenzamos de nuevo el tiempo ordinario.

Hablar de Dios debiera ser como un sentirnos en familia padres, hijos y hermanos y sentir el calor y el cariño de todos.
Porque es el misterio de Dios: “ser una familia”, como decía Juan Pablo II.
En vez de meternos con esas ideas un tanto lejanas de Trinidad, mejor nos sentimos con Dios como en familia, o mejor nos sentimos miembros de su familia. Hijos del Padre. Hermanos de Cristo. Familia de amor en el Espíritu Santo.

Cada uno de nosotros estamos marcados por el misterio de Dios.
Somos imágenes y semejanza suyas. Y somos unos marcados por él.
Tal vez, lo hagamos de una manera inconsciente, pero fuimos “bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Y al día cantidad de veces nos santiguamos “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Y nos bendecimos “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Y somos perdonados “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

El misterio de Dios no es para nosotros algo lejano, ni siquiera misterioso.
El misterio de Dios es como parte de nosotros mismos.
El misterio de Dios está presente en cada uno de nosotros.
No es el misterio que necesitamos mirar hacia arriba para encontrarlo y sentirlo.
Es el misterio que basta que nos miremos a nosotros mismos por dentro.
Porque Dios no es tan complicado como lo ponen los filósofos o teólogos, sino como lo pone Jesús “vendremos y habitaremos y haremos morada en vosotros”.
Es un Dios a quien tenemos, siempre a la mano.
Un Dios que, al morar en nosotros, comparte, como en familia, nuestros sentimientos, nuestras penas, nuestras alegrías, nuestros problemas.

Por eso, en este onomástico de Dios, quisiera renovarle mi fe, como una manera de decirle cómo lo veo y cómo lo siento o quisiera sentirlo y vivirlo en mi vida.

1.- Creo en un Dios a quien no puedo manipular. Pues no es El quien ha de adaptarse a mis caprichos sino que soy quien deba adaptarse a las exigencias de su amor.
2.- Tampoco creo en ese Dios que deba solucionar todos mis problemas. Mis problemas tendré que solucionarlos todititos yo. Lo único que le pido es que me ayude, me dé fuerzas para solucionarlos.
3.- El Dios de mi fe no es el culpable de las cosas que me salen mal: ni de mis enfermedades, accidentes, fracasos. No es ése un deporte practicado por mi Dios.
4.- No me atreveré nunca a romper mis relaciones con El, amargado porque le pedí no sé qué cosas y no me las concedió. Mi Dios no es ni una farmacia, ni un supermercado.
5.- Jamás se me ocurriría pensar que las cosas me salen mal, sencillamente porque Dios me está castigando por lo que hice no sé cuándo y no sé dónde. Dios no reparte castigos. Sólo reparte amores y perdones.
6.- A Dios debo considerarle como el mejor y único amigo que me queda de verdad.
7. – Cada mañana al levantarme pienso que Dios quiere para mí un día muy feliz. Mi infelicidad sé que le duele en su propio corazón. Yo no olvido que soy su hijo.
8.- No quiero ser de los que no tienen tiempo para El, o sólo le conceden los “vueltos”, es decir, el tiempo que no me sirve para nada.
9.- No olvidaré jamás que Dios me necesita para hacer felices a los demás. Por eso cada mañana me pide una sonrisa, para que sea la sonrisa que Él mismo regala a los demás.
10.- Si algún día meto la pata y le ofendo, sé que no todo está perdido.
11.- Tampoco le sigo tratando de usted. Como buen amigo, prefiere que le tutee. Le encanta mi confianza.
12.- Yo no le pido lo que yo puedo hacer. Pero cuando ya no puedo más, le pido que me dé fuerza para seguir.
13.- Mi mejor deseo hoy sería de que Dios pueda considerarme como el mejor amigo que tiene en el mundo. No me está pidiendo mucho. Sólo me pide mi amistad.

¡Feliz Día “Papito lindo”.

Clemente Sobrado C. P.


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10:25

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Solemnidad de la Santísima Trinidad

La Escritura nos describe la creación como la obra de un Dios movido al juego, que parece divertirse enormemente haciendo brotar surgentes de agua de los abismos, pintando montañas y acomodando cielos, y de cuyas manos, como las de un mago, salen plantas y animales de toda especie. “Cuando estableció el firmamento… dice la Sabiduría (Porv. 8, 30), yo estaba a su lado, yo era su delicia día tras día, recreándome en su presencia siempre, recreándome sobre el suelo de la tierra, y mi delicia eran los hijos de los hombres”.

Ya el Génesis nos había mostrado que Dios jugaba con la arcilla, la mañana de la creación, modelando con sus manos la figura de un ser humano, y le agradó de tal manera que insufló en sus narices su propio hálito de vida, para hacerlo un ser viviente. Pablo, mucho más tarde, describirá la misma realidad diciendo que “el amor de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.

Hemos sido creados, entonces, imagen y semejanza de Dios, de su propio Soplo, llevando entonces en nosotros una semilla de vida divina, llamada a crecer continuamente. Y porque esta semilla es divina, tiene una dimensión de infinitud, en nosotros, podemos decir que el ser humano tiene una capacidad de crecimiento constante.

Jesús de Nazareth es el ser humano (en cuanto verdadero Dios y verdadero hombre) en el cual la capacidad de crecimiento ha alcanzado su pleno desarrollo. Imagen perfecta de Dios, Él es hombre hasta tal punto (como Dios ha querido al hombre) de ser Dios. Perfectamente Dios y perfectamente hombre, vivió a la manera humana todo lo que Dios es, y que fue trazado en el gran fuego artificial de la creación. En su ser se ha revelado la riqueza de la relación, la capacidad de amar que Dios es.

Jesús compartió con nosotros esta experiencia. Nos ha hablado de su relación con Dios. Nos ha dicho que Dios es su Padre, que Él y su Padre están unidos por un misterio de amor que llama Espíritu y que, en definitiva, su Padre y Él, en el Espíritu son Uno. Nos ha, también, hablado de Dios como de una madre tierna, se ha comparado a sí mismo a un esposo y a un pastor. A través de estos innumerables símbolos e imágenes, nos ha permitido entrever toda la riqueza de la vida afectiva de Dios. Y todavía es importante no olvidar que Dios es infinitamente más grande, más rico y más bello de todo esto que podemos decir de Él, y entonces más grande y más bello que todos estos símbolos y figuras.

Juan, el discípulo más cercano al corazón de Jesús, ha resumido toda esta enseñanza en una breve fórmula: “Dios es amor”. Más tarde fue inventada una palabra para describir esta danza de vida en el seno de la divinidad. Se comenzó a hablar de Trinidad. Los Padres de la Iglesia y los teólogos, a partir de diversos sistemas filosóficos, han utilizado las categorías de persona, naturaleza, relación, por ejemplo, de “circumincesión” y de otras cosas similares. Y después, evidentemente, hubo pelea en torno a estas palabras, como saben hacer los pensadores, también los teólogos, y fueron también inventadas diversas herejías, de nombre siempre más exóticos. A fin de cuentas, todas estas palabras y estas profundas reflexiones teológicas, no dicen nada más de cuanto Juan había dicho en tres palabras mucho más simples: “Dios es amor”

Y la cosa más maravillosa para nosotros, es que estamos invitados a unirnos a esta danza, y a entrar en esta relación, a unirnos a la Sabiduría, que “se recreaba sobre el suelo de la tierra, encontrando su delicia en los hijos de Dios”. Si es verdad que Dios es amor, cada vez que nosotros amamos de verdad, participamos en la vida de Dios y en la naturaleza de Dios. Que se trate del amor entre padres e hijos, entre esposos o novios, entre hermanos y hermanas de una familia natural o religiosa, cada vez que nosotros amamos, participamos en la vida de Dios. Cuando nosotros amamos a los otros (y también cuando nos amamos a nosotros mismos, como hace Dios), vivimos el misterio de la Trinidad, en el cual Dios es al mismo tiempo el amante, el amado y el amor que une.

Todo esto es un misterio. Y si es un misterio, ¿Para qué lo revela Dios? Para que lo conozcamos, para que seamos humildes, y para que conozcamos no solamente a Dios, sino la realidad y nos podamos relacionarnos de verdad con Él.

Para que lo conozcamos: si una persona que no significa nada para nosotros dice algo, nuestro, que no es cierto, no nos preocupa (salvo que seamos supersensibles, que es lo mismo que decir sensiblero). Pero, si alguien que significa algo para nosotros dice una mentira o distorsiona una realidad, nos molesta y hasta a alguno puede dolerle. Dios, entonces, como es Padre, y quiere una revelación personal, nos dice quien es, aunque esto sea un misterio absoluto, el mayor de la fe cristiana, no obsta, que lo conozcamos, aunque no lo podemos entender acabadamente.

Segundo, para que seamos humildes. Nuestro entendimiento es limitado, debemos reconocerlo. Si no reconocemos esto, nos ensoberbecemos y entonces enloquecemos. Por qué, porque el intelecto es lo más grande que hay en la realidad, el hombre participa del saber de Dios. Dice Aristóteles que Dios es un pensamiento que se piensa a sí mismo, y ese “sí mismo” es el Hijo, que desde siempre se relaciona con el Padre y esa relación se realiza en el Amor, el Espíritu. La verdad conocida se ama. Por eso el que no ve clara la realidad no puede amar bien, ama desordenadamente, ama torpemente.

La tercera razón es para que tengamos conocimiento de Dios, del hombre, incluso de los problemas sociales y políticos. El entendimiento del hombre tiene esta propiedad que cuando lo derriban, se levanta, digamos con más furia. Lo mismo que el mitológico gigante Anteo, que era hijo de la tierra y luchó con Hércules, cada vez que Hércules lo tiraba, la tierra le daba fuerza, hasta que Hércules lo alzó y sin que toque tierra lo ahorcó. “A cada golpe más gozoso salta”, dijo un poeta, el entendimiento humano, cuando choca con este muro divino que es la Trinidad, se esfuerza de una manera increíble. Los Padre de la Iglesia y los Doctores para preservar esta realidad tuvieron que agarrar la filosofía griega y desarmarla, limpiarla y completarla. Tuvieron que pulir y completar y pulir los conceptos de: sustancia, procedencia, filiación, paternidad, de relación. Porque la Trinidad está constituida de relaciones. La Paternidad constituye la persona del Padre que es creador y no engendrado, la filiación constituye la persona del Hijo que no es creado sino engendrado, y la procedencia constituye la persona del Espíritu Santo, que es ni creado ni engendrado. Esta relaciones son accidentales en nosotros, en Dios son sustanciales. Los filósofos recorrieron las 9 categorías, solo la relación se puede aplicarse a Dios. La sustancia, no puede ser porque serían tres dioses. Las demás ocho (cantidad, cualidad, dónde, cuándo, posición, tener, hacer, padecer), tampoco porque pondrían imperfección en Dios: cantidad, lugar, tamaño, tiempo. Solo la relación se puede aplicar.

La relación es lo más importante en el mundo, parece nada o es nada, y por otro lado es importantísima porque constituye el orden, porque todos los órdenes están constituidos por relaciones, desde el el orden de una biblioteca hasta el orden de una nación, como el de la Nación Argentina, como dice Castellani, no se rían porque el desorden también está constituido por relaciones, claro: falsas, relaciones sin base, el orden del hombre a Dios es una relación, si yo digo: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”, o Dios no lo permita: “maldito sea el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. A Dios, ¿Qué daño le hace eso?, nada. Pero daña mi relación con Él. Mi relación con Dios se llama simplemente salvación o perdición. Para que no seamos soberbios y creamos que podemos saber y entender todo, nos revela este gran misterio, para que lo sepamos, pero no lo podamos a agotar. Es el misterio de la intimidad de Dios, de su vida afectiva, cuando creemos conocer y agotar esto caemos en la nada y en la insatisfacción, cuando nos abrimos al misterio de Dios y del otro, no agotamos, pero avanzamos. La razón enloquecida es una cosa tremenda. La fuerza bruta es una mala cosa, pero la razón bruta es una cosa horrorosa. ¿Hay otro camino para ayudarnos en este conocimiento? Sí, el camino del amor.

Por eso Santo Tomás de Aquino, sin renunciar al estudio de Dios, declaró: “en esta vida, a Dios, es mejor amarlo que conocerlo. Que María Nuestra Madre, que tuvo, como nadie, una relación tan íntima con la Trinidad, nos ayude a progresar en el amor a Dios.


09:58
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Hablar de Dios como lo hace el evangelio es hablar de un misterio que nos supera sin abrumarnos. Pues dice lo que más desea un corazón humano: que nos quiere aquel por quien somos y existimos. El evangelio nos asegura que al ser bautizados en Él, somos por Él acompañados y salvados, seamos de la nación que seamos. 

Cada comunión es vida y salvación que recibimos de ese Dios amoroso. Es posible entrar en comunión con Él, porque se ha abajado y se ha puesto a nuestra altura para elevarnos y plenificarnos.

Comulguemos con fe, con conciencia, con más amor, porque Dios Padre  nos entrega a su Hijo en cada Eucaristía y nos infunde la fuerza de su Espíritu Santo ¡Merece la pena recibir a Dios conscientes y bien preparados, y con la misma alegría con que  lo han hechos los niños de nuestras parroquias en los recien pasados días de Pascua!

 

La fe auténtica, abierta a los demás y al perdón, hace milagros. Que
Dios nos ayude a no caer en una religiosidad egoísta y especuladora. Lo
dijo el Papa en su homilía de este 29 de mayo por la mañana en Casa
Santa Martha al comentar el evangelio del día que propone “tres modos de
vivir” en las imágenes de la higuera que no da frutos, en los
especuladores del templo y en el hombre de fe.

21:25
San Fernando, Bartolomé Murillo, Catedral de Sevilla.

San Fernando, Bartolomé Murillo, Catedral de Sevilla.

Cuerpo incorrupto de san Fernando, Capilla de los Reyes, Catedral de Sevilla.

Cuerpo incorrupto de san Fernando, Capilla de los Reyes, Catedral de Sevilla.

SAN FERNANDO III DE CASTILLA Y LEÓN

(† 1252)

 San Fernando (1198?-1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.

 A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y a otro bajo el de la desventura y el fracaso.

 Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en Africa, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín.

 Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aún frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del “príncipe” de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.

 Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.

 Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.

 Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de lograr que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. “Nada parecido hemos leído de reyes anteriores”, dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. “Era un hombre dulce, con sentido político”, confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI “el santo et bienaventurado rey Don Fernando”.

 Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.

 Fue mortificado y penitente, como todos los santos, pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica: es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.

 Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.

 Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como “buenísima, bella, juiciosa y modesta” (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.

 Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

 Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.

 San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y el ajedrez, y de los juegos de salón.

 Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.

 Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: “todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando”.

 Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.

 A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.

 Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.

 Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.

 De su reinado queda la fama de sus conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o “cabalgadas” de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.

 Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.

Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. “San Fernando —dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico— practica desde el comienzo una política de lealtad”. Su obra “es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par”. Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.

Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el Africa una faz distinta.

Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado “atleta de Cristo” y “campeón invicto de Jesucristo”. Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.

Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad —se aventura a decir el mesurado Feijoo— que en otra nación alguna non est inventus similis illi.

Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.

Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?

Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: “ irruit… Domini Spiritus in rege”. Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.

Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: “no conoció el vicio ni el ocio”.

Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. “Si yo no velo —replicaba a los que le pedían descansase— ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?” Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.

A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable “Virgen de las Batallas” que se guarda en Sevilla. En campana rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la “Virgen de los Reyes”, que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana, Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.

La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: “El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida”. Y añade: “Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?”

San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:

“Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hí en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.”

Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes, lo cual es tan necesario, pues abundan los malos, e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestras Patrias.


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