1. A una semana del Viernes Santo, el primer día del Triduo Pascual, de nuevo aparece Jeremías como figura de Cristo Jesús en su camino de la cruz. Con unas situaciones muy parecidas a las que meditábamos el sábado de la cuarta semana de Cuaresma. A Jeremías -que cuando fue llamado por Dios a su vocación de profeta era un muchacho de menos de veinte años- le tocó anunciar desgracias y catástrofes, si no se convertían. El suyo fue un mensaje mal recibido por todos, por el pueblo, por sus familiares, por las autoridades. Tramaron su muerte, y él era muy consciente de ello.
Pero en la página de hoy se ve que, a pesar del drama personal que vive -y que en otras páginas incluso adquiere tintes de rebelión contra Dios-, triunfa en él la oración confiada en Dios: «el Señor está conmigo… mis enemigos no podrán conmigo… el Señor libró la vida del pobre de manos de los impíos».
Jeremías representa a tantas personas a quienes les toca sufrir en esta vida, pero que ponen su confianza en Dios y siguen adelante su camino. De tantas personas que pueden decir con el salmo de hoy: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó».
2. Contra Jesús reaccionan más violentamente aun que contra Jeremías. Sus enemigos de nuevo agarran piedras y le quieren eliminar. Es el acoso y derribo.
Una vez más se suscita el tema crucial: «blasfemas, porque siendo un hombre, te haces Dios». Por eso le quieren apedrear. Su «yo soy» escandaliza a los judíos. Los razonamientos de Jesús están llenos de ironía: «¿por cuál de las obras buenas que he hecho me queréis apedrear?», «¿no está escrito en la ley (salmo 82,6): sois todos dioses, hijos del Altísimo?».
En parte, Jesús les da la razón. Si él no probara con obras que lo que dice es verdad, serian lógicos en no creerle: «si no hago las obras de mi Padre, no me creáis». Pero sí las hace y por tanto no tienen excusa su ceguera y su obstinación. Otras veces le tachan de fanático, o de endemoniado, o de loco. Hoy, de blasfemo. Cuando uno no quiere ver, no ve.
Menos mal que «muchos creyeron en él».
3. Nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días.
Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jeremías, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: «me cercaban olas mortales, torrentes destructores».
Ojalá no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó… yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi libertador… desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos». Como tuvo confianza Jeremías. Como la tuvo Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en Dios su Padre: «mi alma está triste hasta la muerte… no se haga mi voluntad sino la tuya… a tus manos encomiendo mi espíritu».
Es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua.
«Mis amigos acechaban mi traspiés» (1ª lectura)
«El Señor está conmigo, como fuerte soldado» (1ª lectura)
«En el peligro invoqué al Señor y me escuchó» (salmo)
«El Padre está en mi y yo en el Padre» (evangelio)
Publicar un comentario