Pensamientos azarosos acerca de la mecánica del aspecto humano de la jerarquía eclesiástica I


Tras la muy interesante conversación que tuve con el administrador general del Estado que me visitó y de su libro, que he estado leyendo, me gustaría proponeros algunos pensamientos acerca del aspecto humano de la estructura clerical de la Iglesia. Reflexiones que no haría si no tuviera la esperanza de que me pueda leer algún monseñor que, algún día, pueda hacer que este tipo de cosas florezcan en realidades.

El autor escribía:
El éxito puntual, el éxito del momento, el éxito derivado de una decisión fortuita o el éxito de una inversión decidida por azar, es mera apariencia y se desvanece en breve.

Pues bien, conozco a cierto eclesiástico que fue elevado a las alturas por un éxito incontestable en cierto tema, permitidme que no sea más explícito. Conozco bien ese “asunto” y su éxito sí que fue incontestable, pero se debió al concurso de una serie de circunstancias que nada tenían que ver con él. Hubiera quien hubiera sido puesto allí, en ese momento, a dirigir ese asunto, hubiera experimentado el mismo éxito, salvo que hubiera sido una persona sin el más mínimo sentido común.

Para mí fue una sorpresa que las autoridades eclesiásticas no percibieran la poca intervención que tuvo él en lo que sucedió. Del mismo modo que Felipe II dijo que no envió sus barcos a luchar contra los elementos, en esta otra situación, los elementos hincharon las velas sin que el afortunado capitán tuviera que hacer casi nada. La fortuna, a veces, derriba; a veces, exalta.

Otra cosa que el autor decía era:
La improvisación con que antaño se gestionaban las organizaciones y el estilo de dirección personalista dieron paso a la búsqueda de nuevas formas de gestión.

Efectivamente, qué duda cabe que este es un vicio muy arraigado en la Iglesia: la dirección personalista. Y ello supuestamente abalado por la sacralidad del tercer grado del orden. 

Cualquier cosa que se diga para intentar cambiar este vicio recibirá la respuesta airada de que ser sucesor de los apóstoles es la cosa más grande del mundo, un recordatorio de la gracia de estado y la repetición de que nihil sine episcopo. A todos los que de buena fe repiten eso (a veces, no me creo tanto esa buena fe), hay que recordarles que una cosa es la excelsitud de cada uno de los grados del sacramento del orden, y otra muy distinta es la dirección personalista.

Digo que no me creo tanto esa buena fe, porque recuerdo un sacerdote ultracrítico con el episcopado. Cuando recibió cierto cargo en el que pudo mandar, se convirtió en un verdadero martillo de herejes. Esa conversión al episcopalismo sucedió milagrosamente en el momento de recibir el cargo. Después dicen que no hay milagros.

Mañana continuaré con este interesante tema.

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10:39

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