Carles Puigdemont en Dinamarca






























En medio del ambiente tan crispado que se ha dado en España durante los últimos meses a causa delprocés, un ambiente que ha sacado los peores sentimientos de unos contra otros, ayer ocurrió un gesto que me llena de esperanza, un gesto que no quiero dejar pasar sin comentarlo.

Estaba Puigdemont tomándose un café en un centro comercial de Dinamarca con unos amigos, y, de pronto, aparece un joven con una bandera de España y le dice que la bese. Además, se lo dice grabándole con una cámara. Se lo dice, le insiste que lo haga en tono burlón, con el típico soniquete del joven que solo quiere reírse a costa de él.

Y Puigdemont, con toda serenidad, con una serenidad que me ha impresionado, le dice que sí, que no tiene ningún problema y besa la bandera. El simplón que lo estaba grabando y que sostenía la bandera le reitera en el mismo tono burlón que lo vuelva a hacer. Y Puigdemont con elegancia le reitera que no tiene ningún inconveniente y la vuelve a besar.

Por supuesto, el bobalicón que le dijo eso ya no sabe qué hacer, todo ha salido al revés de lo que pensaba y se marcha. 

A mí me dice ese joven, en mitad de un centro comercial y con ese tono, que bese un crucifijo, una imagen del padre Pío o la foto de mi madre, y me hubiera salido el aragonés que llevo dentro en su peor faceta. Probablemente, hubiera tenido los mismos sentimientos de Al Capone en Los Intocables, cuando dice que le gusta el beisbol.

Cualquier mala reacción de Puigdemont hubiera sido comprensible. Pero su respuesta no es estudiada, sale espontánea, sin ningún tipo de tensión. Y su mensaje es claro: “Yo no odio España”.

Un individuo cargado de odio y resentimiento jamás hubiera hecho lo que él hizo: besar esa bandera. Jamás. El gesto de Carles ha valido más que mil discursos. Ha sido algo sincero, no previsto. Tenía toda la fuerza de la verdad.

En medio de esta tormenta de resentimiento, este gesto debe hacernos pensar a todos. Debemos ponernos en la mente del otro. No estoy diciendo que haya que dialogar. Llega un momento en que ya no hay más posibilidad que independencia o no independencia. No, no estoy diciendo que haya que dialogar y negociar. Pero, suceda lo que suceda, se busque la solución que se busque, debemos evitar caer en la fácil salida de la demonización.

Yo, en este tablero, con la situación de las piezas tal como está, he dejado bien claro que la solución más razonable me parece el respeto a la Ley, el mantenimiento del Estado de Derecho. Ahora bien, esforcémonos en entender que el otro es un ser humano con sus sentimientos, su corazón, sus razones. Ni Carles Puigdemont ni Oriol Junqueras me parecen monstruos. Sostienen posiciones que no comparto, pero, por supuesto, que si me los encontrara por la calle me pararía a hablar con ellos amigablemente o cenaría con ellos solo por el placer de charlar.

En este blog he hablado muchas veces de los monstruos. Los hay. Ciertamente que los hay. Pero ese chico con la bandera y su bésala-bésala es todo un símbolo de lo que debemos evitar.


Como sacerdote, veo a todos como hijos de una gran familia. Todo lo que fomente el buen entendimiento, la armonía, lo veo muy bien. La siembra de odios, por la razón que sea, la veo muy mal. 

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