24 de enero.

MIÉRCOLES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO

Segundo Libro de Samuel 7,1-17.

Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al profeta Natán: “Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña”. Natán respondió al rey: “Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo”. Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: “Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada. Y mientras caminaba entre los israelitas, ¿acaso le dije a uno solo de los jefes de Israel, a los que mandé apacentar a mi Pueblo: ‘¿Por qué no me han edificado una casa de cedro?’. Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David: Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes, desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que él mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. El edificará una casa para mi Nombre, y yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres. Pero mi fidelidad no se retirará de él, como se la retiré a Saúl, al que aparté de tu presencia. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y su trono será estable para siempre”. Natán comunicó a David toda esta visión y todas estas palabras.

Salmo 89,4-5.27-30.

Yo sellé una alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor:
“Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones”.
El me dirá: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”.
Yo lo constituiré mi primogénito, el más alto de los reyes de la tierra.
Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él;
le daré una descendencia eterna y un trono duradero como el cielo.

Evangelio según San Marcos 4,1-20.

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: “¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno”. Y decía: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”. Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: “A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón”. Jesús les dijo: “¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos. Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa. Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno”.

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1. (año II) 2 Samuel 7,4-17
a) David no se conformaba con haber traído el Arca a Jerusalén. Llevado de su espíritu religioso y también seguramente buscando la unidad política de las diversas tribus en torno a Jerusalén, quería construir a Dios un Templo, y así se lo hizo saber al profeta Natán. Este, le da hoy la respuesta.
La respuesta es que no, que Dios no quiere que David le construya ese Templo. Sí lo hará su hijo Salomón. Pero Natán aprovecha para entonar un canto magnifico sobre cuáles son los planes de Dios para con David y sobre el futuro del pueblo de Israel. Es un canto en que se valora, no lo que David ha hecho para con Dios, sino lo que Dios ha hecho para con David. La «casa-edificio» que el rey quería levantar es sustituida por la «casa-dinastía» que Dios tiene programada, la «casa de David».
Por si acaso había dudas sobre la legitimidad de David, las palabras de Natán aseguran que ha sido voluntad de Dios su acceso al trono después de Saúl. El Salmo 88 recoge estas promesas de Dios: «sellé una alianza con mi elegido, David, mi siervo… le mantendré eternamente mi favor, le daré una posteridad perpetua».
b) Para nosotros los cristianos, leer esta profecía de Natán nos recuerda la línea mesiánica que luego se manifestará en plenitud: el hijo y sucesor de David será Salomón, pero en «la casa de David» brotará más tarde el auténtico salvador del pueblo, el Mesías, Jesús. Por eso se le llamará «hijo de David». Si Salomón construirá el Templo material. luego Cristo se nos manifestará él mismo como el verdadero Templo del encuentro con Dios.
Deberíamos escuchar con interés las palabras que Dios dirige a David. También en nuestro caso la iniciativa la tiene siempre Dios. Ya dijo Jesús a los suyos que no habían sido ellos los que le elegían a él, sino él a ellos. Creemos que somos nosotros los que le hacemos favores a Dios cumpliendo con sus mandatos u ofreciéndole nuestras oraciones o levantándole templos.
Es Dios quien nos ama primero, el que nos está cerca.
2. Marcos 4,1-20
a) En el evangelio de Marcos empieza otra sección, el capitulo 4, con cinco parábolas que describen algunas de las características del Reino que Jesús predica.
La primera es la del sembrador, que el mismo Jesús luego explica a los discípulos: por tanto, él mismo hace la homilía aplicándola a la situación de sus oyentes.
Se podría mirar esta página desde el punto de vista de los que ponen dificultades a la Palabra: el pueblo superficial, los adversarios ciegos, los demasiado preocupados de las cosas materiales. Pero también se puede mirar desde el lado positivo: a pesar de todas las dificultades, la Palabra de Dios, su Reino, logra dar fruto, y a veces abundante. Al final de los tiempos y también ahora; en nuestra historia.
b) Podemos aplicarnos la parábola en ambos sentidos.
Ante todo, preguntémonos qué tanto por ciento de fruto produce en nosotros la gracia que Dios nos comunica, la semilla de su Reino, sus sacramentos y en concreto la Palabra que escuchamos en la Eucaristía: ¿un 30%, un 60%, un 100%?
¿Qué es lo que impide a la Palabra de Dios producir todo su fruto en nosotros: las preocupaciones, la superficialidad, las tentaciones del ambiente? ¿qué clase de campo somos para esa semilla que, por parte de Dios, es siempre eficaz y llena de fuerza? A veces la culpa puede ser de fuera, con piedras y espinas. A veces, de nosotros mismos, porque somos mala tierra y no abrimos del todo nuestro corazón a la Palabra que Dios nos dirige, a la semilla que él siembra lleno de ilusión en nuestro campo.
También haremos bien en darnos por enterados de la otra lección: Jesús nos asegura que la semilla sí dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril -la juventud de hoy, la sociedad distraída, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia-, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino. No nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios.

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SAN FRANCISCO DE SALES
Patrono de los periodistas y escritores católicos, obispo y doctor;

El visitante que llega hoy a Annecy queda sobrecogido ante la increíble belleza de la ciudad y del paisaje. Si en lugar de quedarse entre calles sube a la colina en la que está edificado el monasterio de la Visitación, su admiración se acrecienta. Todo es bello: los Alpes nevados; el lago, sereno, terso y bruñido; la ciudad tendida a los pies del viajero; la iglesia y el monasterio. Cuando penetra en el templo ve, a los lados del altar mayor, dos preciosas urnas. Y en ellas los cuerpos de San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal. Ambos a dos parecen estar dormidos, bajo sus mascarillas de cera admirablemente trabajadas. Se diría que de un momento a otro van a abrir sus ojos y a saludar al visitante.
Pero el Annecy que hoy vemos era menos brillante al comenzar el siglo XVII. Ni los hombres de entonces tenían nuestra moderna sensibilidad por el paisaje, ni el turismo había embellecido tantos rincones, ni las circunstancias históricas eran propicias para aquel rincón de Saboya. San Francisco de Sales escribía en 1606 al papa Paulo V dándole cuenta de su diócesis: Annecy era una villa de su diócesis en la que se habían tenido que refugiar sus obispos hace setenta y un años, como consecuencia de la rebeldía de su propia ciudad episcopal: Ginebra. Esta rebeldía había arrastrado en pos de sí ciento treinta parroquias. Y había producido un sin fin de guerras, de rivalidades, de luchas fratricidas que habían empobrecido la diócesis. Refugiados en Annecy los obispos, habían comenzado una labor de lenta reconquista de la que el mismo San Francisco de Sales había de ser maravilloso artífice.
Aún nos parece verle andando por las callejas de la ciudad, que conservan todavía la misma fisonomía que tuvieron mientras el Santo vivía; nos lo imaginamos entrando en la casita de la galería, o ejercitando las funciones pontificales en la pobre y sencilla iglesia que había venido a sustituir a la magnífica catedral ginebrina; nos lo imaginamos subiendo aquellas montañas, visitando los últimos rincones, atendiendo a las gentes que de todas las partes de la diócesis venían a consultarle. Es cierto que la diócesis era pobre, y se encontraba en desgracia. Por eso precisamente la amaba más San Francisco. Un día que Enrique IV, el rey de Francia, le ofrecía un espléndido obispado, él contestó rotundamente: “Majestad, estoy casado; me he desposado con una pobre mujer y no puedo dejarla por otra más rica”. El rey no volvió a insistir. Y San Francisco de Sales murió obispo de Ginebra, con residencia en Annecy.
Había nacido, según modernamente parece demostrado, en 1566. De noble familia, pues su padre, el marqués de Sales, había heredado, por su mujer, el rico señorío de Boisy. En el castillo de Thorens, en que sus padres residían, vio la primera luz y en la iglesia del mismo lugar recibió el bautismo. Su educación fue exquisita: primero en el Colegio de La Roche, después en el de Annecy. A los diez años hace su primera comunión y recibe la confirmación, y desde aquel momento solo desea consagrarse a Dios.
Pero el itinerario iba a ser largo. Prácticamente iba a pasar por gran parte de Europa. Primero, a los trece años, a París, desde 1581 a 1588, para estudiar bajo la dirección de los jesuitas del Colegio de Clermont. Después. tras una visita rápida a su familia, a la Universidad de Padua, en la que obtiene los grados en ambos derechos. Después un rápido viaje por Roma y las principales ciudades de Italoa. Al regresar, en el verano de 1592, Francisco de Sales contaba con una formación humanística, filosófica, teológica y jurídica realmente excepcional. No es extraño que su padre concibiera grandes planes sobre él. Sin embargo. en su espíritu continuaba ardiente el deseo de consagrarse a Dios. El conflicto tenía que producirse.
De acuerdo con su primo Luis se ideó la manera de salvarlo. Obtenido en secreto el nombramiento de preboste del cabildo catedral, la primera de todas las dignidades, el padre cedió por fin. El 18 de septiembre recibía el diaconado. Y el 18 de diciembre de 1593 el sacerdocio. Ya tenemos a Francisco de Sales presidiendo el cabildo, y constituido en sacerdote.
Lo que sigue resultó increíble para sus contemporáneos. El nuevo canónigo se lanza a ejercitar intensamente los ministerio sacerdotales. Predica con una oratoria sencilla, transparente y llena de unción. Se pasa largas horas en el confesionario. Atiende a los pobres y es el paño de lágrimas de todos los desgraciados de Annecy. Y cuando ya empezaba a extrañar esta conducta se produce un auténtico golpe teatral.
La provincia de Chablais, que formaba parte de la diócesis, había sido arrasada por el protestantismo. La coyuntura política se presentaba relativamente favorable para poder restablecer allí el catolicismo. Pero hacía falta un misionero de talla que acometiera la empresa. Francisco de Sales se ofrece. El obispo acepta. En vano el anciano padre protesta. Juntos los dos primos Francisco y Luis salen, un inolvidable 14 de septiembre de 1594, camino del Chablais a pie, sin criados, y casi sin dinero. El 16 de septiembre entraban en Thonon, sede principal de la herejía, e iniciaban su trabajo. Fueron meses muy duros. Sólo en abril de 1595 se produjeron algunas conversiones. Pero el movimiento general no había de producirse hasta mucho más tarde, en 1598, durante la visita del obispo a la región, que ya pudo considerarse recuperada para el catolicismo.
Fue precisamente en esta época de su vida cuando se produjo el episodio que habría de hacer de San Francisco de Sales el patrono de los periodistas católicos. Los protestantes, movidos unos por el miedo y otros por el respeto humano, no acudían a escuchar la predicación de los misioneros. De esta forma los esfuerzos de éstos se estrellaban ante la imposibilidad de hacerse oír. San Francisco se decidió a cambiar de táctica. Ya que no le oían de viva voz, le leerían. Dicho y hecho: durante el día redactaba unas hojas que por la noche se distribuían a las puertas de las casas. Así tenemos sus célebres Controversias, libro maravilloso, escrito en un estilo punzante y vivo, verdadero modelo de periodismo católico, los descubrimientos de los manuscritos han mostrado hasta qué punto fueron estos escritos, mucho más aún que la versión que anteriormente se conocía, auténticos modelos de estilo atractivo, lleno de movimiento y de color. Y el éxito que se obtuvo en la empresa demostró también el acierto con que había sido concebida: quienes no le oían, lo leyeron y terminaron conviniéndose.
De entonces es también el episodio emocionante de sus visitas a Teodoro de Baza. Jugándose la vida, entra Francisco en Ginebra y conversa durante varias horas con el heresiarca, ya viejo y enfermo. Parece cierto que Teodoro llegó a reconocer la verdad del catolicismo. Estaba, sin embargo, demasiado comprometido para poder romper los lazos que le retenían en el protestantismo. Francisco tuvo la pena de no poder lograr que se hiciera pública su conversión, que tanta resonancia hubiera tenido.
Cuando el obispo de Ginebra, monseñor de Granier, celebró la fiesta de las cuarenta horas en Thonon, y se pasó los días recibiendo abjuraciones, bendiciendo iglesias restauradas y confirmando a sus feligreses recobrados, no pudo menos de pensar que nadie mejor que Francisco de Sales para ser su coadjutor. Así se lo dijo al interesado. Este, sin embargo, estaba lejos de poder pensar en tal cosa. Agotado por el trabajo de aquellos años, hubo de retirarse cinco meses a su casa natal para restablecer su salud quebrantada. Hubo un momento en que todo el mundo creyó que iba a morir. Restablecido contra toda esperanza, partió para Roma. Era noviembre de 1598. El Papa confirmo la elección, en una escena emocionante, en la que hizo el elogio público de su gran sabiduría. De regreso a Annecy el obispo electo continuó predicando, mientras llegaban las bulas y se podía celebrar su consagración.
Pero las cosas habían de complicarse aún más. La diócesis tenía territorios de Saboya, territorios en Suiza y territorios en Francia. Era necesario negociar difíciles asuntos en la corte de París. Y a París, ciudad que tan bien conocía por haber hecho allí sus estudios, volvió Francisco de Sales, desarrollando en los meses que hubo de permanecer un admirable apostolado.
Arreglados los asuntos, de regreso a Annecy, se entera en Lyon de la muerte de monseñor de Granier. Rápidamente se prepara para su consagración. Y el 8 de diciembre de 1603, en la iglesia de Thorens, donde había sido bautizado, recibe, entre maravillas celestiales, la consagración episcopal.
Es admirable la actividad que desplegó como obispo, Siguiendo las huellas de San Carlos Borromeo, a quien toda su vida admiró cordialmente y por quien sintió siempre una devoción apasionada, a pesar de las notabilísimas diferencias de carácter y de manera de concebir el gobierno episcopal que le separaba. San Francisco de Sales se constituye en uno de los más significativos representantes de la maravillosa reforma pastoral que se llevó a cabo en Francia durante el siglo XVII.
Ejemplar en el ejercicio de la catequesis. Lo que comenzó dedicado únicamente a los niños, se hizo pronto el punto de cita de todo Annecy los domingos por la tarde. Las explicaciones sencillas y claras del prelado, atraían a los mayores no menos que a los mismos niños. Fue así un maravilloso obispo catequista. Como supo continuar siendo un inimitable orador sagrado. al que se disputaban las más importantes catedrales de Saboya y Francia para predicar la cuaresma. Como supo ser al mismo tiempo admirable administrador de su diócesis, en la reunión de sínodos diocesanos, en la práctica heroica de la visita pastoral, en la admirable compenetración con su clero. Así como fue también restaurador de no pocas casas religiosas que habían decaído de su primitivo fervor.
Y piénsese que su posición era verdaderamente difícil. Gran parte de su diócesis, infestada por la herejía. rodeaba a Ginebra, la ciudad en que más activamente se había desarrollado el pensamiento protestante. Sus circunstancias políticas eran delicadas, por tener el territorio diocesano dividido en tres soberanías, dos de las cuales, en especial. Francia y Saboya, distaban mucho de estar en relaciones cordiales. Con el pesado fardo de unas estructuras religiosas que, pese al terremoto del protestantismo, no acababan de rendirse a los nuevos tiempos. Es agotador ver las luchas que tuvo para lograr la dotación de sus parroquias por parte de los caballeros de San Mauricio; el tiempo que tuvo que consumir en gestiones diplomáticas en las cortes, en especial en París; las dificultades mismas que le proporcionaban gentes de mentalidad cerrada, que incluso llevaron a denunciarle a Roma como amigo de los protestantes.
Sobrio en la legislación, atiende ante todo y sobre todo a la reforma de las personas a quienes esa legislación se dirige. “Quid leges sine moribus?” “porque ¿para qué valen las leyes sin las costumbres?”
Prueba de esta preocupación suya son sus maravillosos escritos. Alcanza San Francisco de Sales a vivir en una época verdaderamente de oro para la lengua francesa. Y aprovechando esta circunstancia, mediante la utilización de su espléndida formación humanística, nos ha dejado unos escritos que todavía hoy conservan toda su frescura y toda su maravillosa unción.
¿Quién osará decir que su Introducción a la vida devota ha perdido en lo más mínimo su actualidad? Es un libro escrito sin querer, simple reedición, retocada y sistematizada, de las cartas a una señorita que en medio del mundo quería santificarse. Y es, sin embargo, uno de los libros que mayor éxito han tenido en la historia de la literatura mundial. Y, lo que es más aún, de los que más profundamente han marcado una huella en la espiritualidad cristiana. Todo es encantador en él: el lenguaje, las comparaciones, los ejemplos. Hasta la misma disposición, tan moderna, en capítulos breves. Y la tersura en la disposición de las ideas, falta por completo de todo artificio.
Tenemos otras obras maestras que brotaron de su pluma. Así, por ejemplo. el soberbio tratado de teología, modelo acabado de controversia dogmática, digno de quien hoy ostenta el título de Doctor de la Iglesia: el primer titulo del Codex Fabrianus. Tenemos el espléndido Tratado del amor de Dios. Y sobre todo contamos con la maravillosa colección de sus cartas. Escribió sin cansarse, a gentes de toda clase, de cualquier condición y cultura. En ellas brilla de manera maravillosa el celo pastoral, el profundo conocimiento de la psicología humana, la caridad sin limites del Santo.
Pero, como a Santa Teresa, a San Francisco de Sales le podemos conocer no sólo por sus obras, sino también por sus hijas. las religiosas de la Visitación. Es una historia maravillosa. Cuando leemos la Historia de las fundaciones o las Vidas de las primeras madres… nos sentimos transportados a un ambiente poético, limpísimo. lleno de jugosa dulzura, similar al de las florecitas de Asís.
Dios puso en el camino de San Francisco de Sales, de manera impensada, un alma excepcional: Santa Juana de Chantal. Ambos se esforzaron por responder a una necesidad que entonces se sentía vivamente: hacer accesible la vida religiosa a quienes por su salud, su educación o sus compromisos en el mundo no tenían acceso a las formas hasta entonces existentes. Así, sin pretensiones ningunas, con absoluta sencillez, nació el 6 de junio de 1610 la Orden de la Visitación.
Hoy no podemos hacernos idea de la revolución que la nueva Orden supuso en la mentalidad de aquel siglo XVII. A pesar de que, por condescendencia con el arzobispo de Lyon, gran parte del primitivo proyecto de San Francisco no llegara a realizarse, las nuevas religiosas aparecían como algo sorprendente. Su difusión fue rapidísima, y puede decirse que en todas partes eran recibidas con entusiasmo. Por otra parte. al difundirse los escritos de San Francisco y extenderse su devoción, era lógico que por todas partes las reclamaran.
La raíz de esta universal aceptación estaba en la sobrehumana sabiduría y prudencia de que el Santo había dado muestra al redactar las constituciones. No cabe un conocimiento más profundo de la psicología humana en general y de la femenina en concreto. Sin austeridades espectaculares, se logra deshacer por completo la propia voluntad y sumergir el alma en un ambiente de caridad, de amor de Dios, de continua oración y mortificación. Ambiente que no está reflejado sólo en las constituciones, sino también en un precioso libro: los “recreos” o “entretenimientos”, deliciosa narración de las charlas que el santo obispo mantenía con sus hijas durante el tiempo de esparcimiento. Allí se muestra el Santo cual era, comentando algunas cosas, aclarando dudas, exhortando a la perfección a sus hijas queridisímas. Pero esto, y la narración de mil anécdotas de aquellos primeros tiempos de la Orden, exigiría un espacio de que no disponemos.
Se aproximaba el final de su vida. Fue necesario volver a París para algunos asuntos diplomáticos en la corte. Como había ocurrido antes, también ahora San Francisco se dedicó de lleno a la predicación. Tuvo, además, el gozo de conocer y tratar íntimamente a San Vicente de Paúl, a quien confió el cuidado espiritual del recién creado monasterio de la Visitación.
De regreso de París, pasa por Turín, se desvía hacia Avignon y por fin llega a Lyon, Allí se detuvo unos días. El de San Esteban, después de haber celebrado la misa, despacha diferentes asuntos y por la tarde preside el recreo de sus hijas, las religiosas de la Visitación. Al terminar, da como conclusión esas sencillas palabras: “No deseéis nada, no rehuséis nada, a ejemplo del Niño Jesús en la cuna”. Al día siguiente, fiesta de San Juan, vio que se le nublaba la vista, se confesó, celebró la misa, dio la comunión y se despidió de la superiora: “Adiós, hija mía, os dejo mi espíritu y mí corazón”
Todavía el 28 recibió algunas visitas, Pero ya por la tarde le asaltó la muerte. Y con la mayor sencillez, mientras invocaba a los Santos Inocentes, cuya fiesta se estaba celebrando, rindió su alma pura e inocente a Dios, con la misma calma y serena majestad que habían presidido toda su vida. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y llevaba veinte de episcopado. Era el 28 de diciembre de 1622. El 18 de enero siguiente Annecy obtenía para sí su sagrado cuerpo, y, en efecto, el 28 de enero llegaba a su amadísima catedral. No iba a ser fácil, sin embargo, verle en los altares. Su fama de santidad fue clamorosa desde el primer momento. Santa Juana de Chantal trabajó a fondo por conseguir su beatificación. Sin embargo, defectos procesales, minúsculas rivalidades, envidia por parte de unos, nacionalismo por parte de otros…, mil obstáculos habrían de oponerse a su rápida beatificación. Unos querían que fuera una gloria de Saboya; para otros se trataba de una gloria de Francia. Sólo la tenacidad admirable de una mujer excepcional. Francisca Magdalena de Chaugy, habría de conseguir que, por fin, el 28 de diciembre de 1661, el papa Alejandro VII realizara la beatificación.
Pocos años después, en 1665, se examinaban los milagros en orden a su canonización. Ahora la cosa fue rápidamente. Ese mismo año era canonizado y su fiesta se fijaba el 29 de enero. El 16 de noviembre de 1877 Pío IX, por un breve solemne, confirmaba el decreto de la Congregación de Ritos, confiriendo a San Francisco de Sales el título de Doctor de la Iglesia.
Patrono de la prensa católica, doctor de la Iglesia, es al mismo tiempo protector de una de las obras más florecientes de la Iglesia de Dios: la que otro santo, San Juan Bosco, puso bajo su protección al iniciarla en Turín: la obra que justamente por eso se llamaba salesiana.
En la prensa católica, en la inmensa multitud de instituciones de los salesianos y salesianas, en los monasterios de la Visitación de que está sembrado el mundo entero, San Francisco de Sales continúa viviendo y operando entre nosotros. Y muerto hace siglos, aún nos habla, aconseja y estimula.

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