Padre Leonardo Castellani, ahora en francés

Si un libro no está en francés, difícilmente un francés lo lea, salvo que tenga un interés enorme por ello. Hace un tiempo, sin ir más lejos, conversando con el único monje argentino que hay en la famosa Abadía de Fontgombault, pasó esto:

- Padre Javier: hay un jesuita muy interesante, que vivió durante todo el siglo XX y murió por la década de los ’80. Un tal Castellani: ¿ud. lo conoce? ¿qué le parece? – me preguntó.

Pensando que era una broma, simplemente me reí (hace años que leo a Castellani). Pero no…; el monje, organista, iconógrafo y artista, que entró hace más de cuarenta años en esa gran abadía francesa, nunca había oído hablar en sus ambientes franceses de Castellani. Porque Castellani no estaba en francés, por ende…, no existía…

Hace unos días nomás, la editorial Pierre Guillaume de Roux acaba de publicar una preciosa recopilación que Érick Audouard tradujo para dar a conocer al mejor jesuita del siglo XX argentino, en la lengua de los galos.

Venga entonces la traducción, hecha por este servidor entre gallos y medianoche, que Philippe Maxence le hizo hace unos días en la revista católica francesa y esperemos que varios franceses puedan leer algún día al “profeta incómodo”, como lo llamó Octavio Sequeiros.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


Leonardo Castellani: el escritor del apostolado apocalíptico

 

Obra antológica, «El Verbo en la sangre» introducida gracias a su creador y traductor, Erick Audouard, en el centro de una obra inmensa y hace tiempo desconocida de Leonardo Castellani, sacerdote y escritor argentino fuera de serie. Una primera traducción en francés de quien resulta una de las figuras más grandes de la literatura católica argentina del cercano siglo XX.

Por Philippe Maxence

- Ud. publica en la editorial P. G. de Roux una recolección de textos, magníficamente introducidos con cuidado, de un escritor argentino perfectamente desconocido: Leonardo Castellani. ¿Quién era exactamente este hombre?

- Erick Audouard: Un sacerdote viril, un autor prolífico con un terrible destino que abraza todo el curso del siglo XX. Nacido en 1899, mientras que la bandera argentina acababa de triunfar en la Exposición Universal, muere en 1981, cuando los televisores se multiplicaban en una pequeña nación periférica a punto de estallar la guerra civil. Entre tanto, Castellani se hizo jesuita a los 18 años; se batió a fuego para abrir los ojos de sus contemporáneos; se enfrentó a las autoridades de la Compañía de Jesús; estuvo recluido en España por dos años bajo un régimen de vigilancia; fue expulsado de su orden luego de su evasión en 1949; se encontró en la calle; perseguido, vejado y despreciado hasta el fin de sus días, logrando escribir –a pesar de todo- una cincuentena de libros sobre todo tipo de temas y géneros. Testigo de la verdad del calvario moderno, Leonardo Castellani es un escritor que ha tenido la locura de ser cristiano con un coraje fuera de serie.

-¿Cómo lo ha descubierto?

- Erick Audouard: Por casualidad, o providencialmente, según los puntos de vista. Pasé cierto tiempo en Argentina, pero la mayor parte de los argentinos ignoran su existencia al punto que nadie me había hablado de él. Hace dos años, escuché a un psiquiatra exponer acerca de su poderosa teoría sobre la degeneración de las ciencias. Lo analicé cuidadosamente desde cerca y, desde ese momento, ya no lo he dejado jamás… Es edificante que un médico y no un “hombre de letras” me haya lanzado sobre la pista de Castellani –alguien que buscó de verdad comprender los sufrimientos de su prójimo, a diferencia de los literatos modernos que tienen otros tangos que tocar…

«Testigo de la verdad del calvario moderno, Leonardo Castellani es un escritor que ha tenido la locura de ser cristiano con un coraje fuera de serie».

 

- ¿En qué ramas florece la obra de Leonardo Castellani?

- Erick Audouard : Filósofo, poeta, teólogo, traductor de Santo Tomás de Aquino, novelista, satirista, ensayista y redactor de un millar de artículos en la prensa, Castellani fue un escritor y un pensador, pero es necesario precisar que su escritura y su pensamiento, en verdad radicales, no tienen mucho que ver con esos divertimentos más o menos inofensivos en los que se han convertido la literatura y la filosofía. Su genio singular se desarrolla en la literatura a través de cuentos místico-policiales, fábulas, poemas y novelas de una imaginación literalmente profética; en la crítica literaria, donde brilla su discernimiento teologal y la sal de una finísima ironía; en la prensa política, su patriotismo natural se enfrenta a las idolatrías internacionalistas y nacionalistas; en la investigación psicológica, en la enseñanza filosófica, en la exégesis de las Sagradas Escrituras sobre todo, – que no son en él disciplinas momificadas sino caballos que él monta con un extremo vigor, usando allí toda su erudición, talento poético e intuición visionaria. Y lo más admirable, es la unidad de esta obra casi monstruosa, -unidad que no se explica sino por su Fe y su búsqueda apasionada de la comprehensión. Sea cual fuere el género en el que él se desenvuelva, Castellani tiene el sentido del hombre porque tiene el sentido de Dios.

- En el artículo titulado «Hopkins entre los jesuitas», Castellani escribe: «entre los grandes artistas, la modalidad artística no estaría separada del hombre, es decir, de la personalidad misma» ¿Este punto no se le podría aplicar a él mismo?

- Erick Audouard: Absolutamente; Ud. da aquí en el clavo de su conflicto con la Iglesia oficial. Es claro que, en este artículo, Castellani pasa en limpio sus cuentas con los jesuitas que no podían soportar su anticonformismo y su originalidad artística, consubstanciaales a su naturaleza y su vocación, y es por esto que lo trataron con tanta crueldad y cobardía. Imagínese que se escandalizaban porque él osaba llevar un cinturón de cuero por sobre la sotana… Al mismo tiempo, cuando Castellani hablaba de lo que debió sufrir Baudelaire, Bloy, Hopkins, Kierkegaard o el último Wilde por ejemplo, habla de cosas que él conoce realmente y personalmente, a saber, de tormentos y de tentaciones a partir de una sensibilidad y de una inteligencia superiores expuestas a una moralina farisaica.

- Castellani y Chesterton están muy cerca, como Ud. ha escrito finamente pero aunque Castellani haya hecho conocer al escritor inglés, lo haya leído y meditado a fondo, estamos frente a dos universos, dos temperamentos, dos vocaciones…

- Erick Audouard: Ambos son muy diferentes pero complementarios. He llegado a la conclusión de en estos dos tipos de espíritus se encarnan dos grandes polos de la resistencia a las aberraciones de nuestro tiempo. En uno, se trata de un católico laico, convertido, que pertenece a una minoría inglesa todavía llena de esperanza; en otro encontramos a un sacerdote violentamente confrontado a la realidad interna de la Iglesia, en franca pérdida de su sustancia. Tengo una admiración infinita por Chesterton, que estaba lejos de ser un ingenuo embelesado; sin embargo, el destino, el pensamiento y el carácter de Castellani –con su humor heroico en medio del martirio- me parece, en cierto sentido, el signo más anticipador, si no el más seguro, de los peligros que nos amenazan hoy. Él ha visto al Anticristo y ha dicho que él veía. Viendo ahora las cosas que han ocurrido, como sabemos, yo agregaría de manera un tanto provocadora, que el castellanismo es la continuación del chestertonismo.

- Chesterton lucha alegremente contra el mundo moderno; su amigo Hilaire Belloc lo hace de manera más pesimista. ¿Cuál es la actitud de Castellani frente a las catástrofes del mundo moderno?

- Erick Audouard: La actitud que habría tenido San Pablo si hubiese vivido en tiempos de las pantallas y del colapso antropológico global. La obra de Castellani, es la Carta a los Tesalonicenses en el tiempo de la técnica asesina. Hay una catástrofe en el mundo moderno, pero no se trata de una catástrofe que este mundo desea designar para perpetuarse. Leer a Castellani, es inmunizarse contra todos los falsos expertos-profetas, -que vienen con sus pompas fúnebres o soluciones tranquilizadoras, pues ellos mismos son el problema que pretenden resolver. En fin: ¿qué nos enseña Castellani? Que la gran desilusión que sucede a los optimismos progresistas no es otra cosa que la desesperación a la cual la humanidad está librada fuera de la esperanza cristiana. Tal es su apostolado apocalíptico. Si nos da miedo, es que hay una imperiosa pedagogía de la Gracia; como él lo formula con su pluma inimitable: “El Cristianismo no ha sido hecho para consolar, sino para atemorizar. El consuelo lo da luego del temor. Corran la voz”.

- Si hubiese que leer un texto de esta recopilación, ¿cuál sería vuestro consejo?

He realizado Le Verbe dans le sang (El Verbo en la sangre) para que ofrezca un gran número de entradas posibles, con tres partes distintas: la primera sobre la literatura, la segunda sobre la política y la filosofía y la tercera sobre la visión propiamente crística del mundo. Pero el estilo de Castellani es tan genialmente simple, tan sintético, tan nuclear; y su palabra posee tal poder germinativo que la encontramos por doquier, tanto en un artículo muy denso sobre Nietzsche como en un lapidario y ridículo Credo del incrédulo. Como en la vida, nada está aislado en su obra, pues un mismo soplo la anima y la atraviesa. Todo lo que puedo aconsejar al lector, es permitir dejarse vivificar por este soplo, esperando rencontrar aquello de lo cual más necesitamos: la simple fuerza de ser hombre. Y, llegado el caso, meditar esta palabra de Lichtenberg, que bien podría haber escrito Castellani mismo: « Estas obras son como un espejo: cuando un mono se mira en él, no descubre la imagen de un apóstol».

 

Philippe Maxence

Fuente: «L’Homme Nouveau» Nº 1654 (6-1-2018, pp. 18 y 19).

Traducción: P. Javier Olivera Ravasi


Extractos

¿Es esto Buen Sentido?

¿Es esto Lógica?

Pues sí señor; pero es la lógica haciéndose la loca; esa filosofia que segun Pascal se burla de la filosofía.

Es el Sentido Común borracho.

— ¿De qué borracho?

— Borracho de Poesía y Teología. De bracete con su hija la Alegría de Vivir.

(Saint Gilbert du Bon Sens, page 65).

«El hombre es un esencial buscador de cadenas; y no digamos nada de las mujeres. Justamente por eso les gusta tanto oír el ruido de rotas cadenas. Es para buscar otras. Juramentos de amor, contrato matrimonial, votos religiosos, promesas de fidelidad eterna, férrea disciplina militar, jurídica construcción de leyes, constituciones y cartas magnas, lealtad al jefe, consecuencia al amigo, apego a la tierra natal… donde quiera que el hombre puede encontrar una cadena que lo libere de su esencial cambiabilidad y contingencia y que lo ate a un algo permanente, como un náufrago a un mástil, allí se siente feliz y noble. Y lo mas fenomenal es que se siente libre.»

(À l’école de Rousseau, page 151).

«Los receptores están tan descompuestos que usted trasmite una melodía —según piensa— y ve luego con asombro que han recibido un barullo. Se malentiende lo más sencillo y se buscan alusiones personales siniestras en las tesis generales.

— ¿Cómo se atreve usted a aludir irreverentemente al Super Archisinagogo del Tibet?

— Dispense, patrón, no lo conozco, ni sabía que existía.

Yo siempre hablo en tesis general, aunque naturalmente procuro hablar de la realidad. Si seguimos así, no se va a poder hablar. ¿Quién predica en un loquero? Y sin embargo, hay una manera de predicar que vale hasta en un loquero, y son los hechos. Hay que rogar a la Luz Increada que le dé a uno la palabra que es un hecho, como dicen del Hijo de Dios, que sus hechos eran palabras y sus palabras eran hechos. Él mismo fue el Logos hecho carne, la Verdad en un cuerpo y alma de Varón, la gran Idea-Hecho que soñara Platón. Un hecho no se falsifica, él existe. La mejor manera de predicar la fe cristiana es ser un hecho cristiano. La mejor manera de enseñar a Cristo es hacerse otro Cristo, aunque sea —si uno no puede más— un pobre cristo.»

(Vous avez dit révolution?, page 157).

«El mundo ha retrocedido en caridad y convivencia tanto como ha adelantado en técnica; y el hombre moderno vive tan prisionero del terror como el hombre de las cavernas. De donde las gentes tratan de ahogar el miedo invisible que llevan adentro en un mar de diversiones febriles a las cuales llaman “cultura”; cuanto más “excitantes", mejor. Dejarlas que las llamen como quieran. Yo las llamo “silbar en la oscuridad”. Ce qui, on le sait, n’a jamais éclairé personne»

(Culture ou culturopathie, page 173).

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