En mi vida he visto costosos monumentos funerarios estéticamente horribles. Tan horribles que hubiera que haber enterrado al arquitecto dentro con el difunto, como hacían los faraones con algunos constructores cuando acababan de levantar sus pirámides.
Ahora bien, hay un monumento funerario que me parece de una belleza insuperable: el memorial del presidente estadounidense Harding. Ya lo había mencionado en este blog. Pero he querido volverlo a mentar con algo más de extensión, porque es difícil lograr un mausoleo con más clase, con más finura, que ese memorial. Encima es de una sencillez sublime. La sencillez siempre tiene una belleza propia.
Este memorial es tan magistral por fuera, como arrebatador en su interior. Y en su centro esas dos lápidas carentes de aditamentos teatrales. El árbol, la hierba, todo confabula a hacerlo más bello. Hay cosas que las puedes hacer más grandes, pero no más bellas. Un mal arquitecto hubiera querido añadir estatuas histriónicas, adornos y otras cosas a la sobriedad de esas líneas. Pero ésta es una obra que descansa en su propia perfección.
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