Homilía para la Epifanía del Señor 2018 B
Abraham, el Padre de los creyentes, dejó su país y la casa de sus padres para ir hacia un lugar que no conocía, dejándose guiar por Dios. De él nace un pueblo que, después de muchos recorridos a veces tortuosos, se estableció en Palestina, con Jerusalén como capital, tanto religiosa como política, volviéndose a establecer después de cada uno de sus exilios.
Por otro lado, es a un pequeño resto de Israel, diezmado por el exilio y recién reinstalado en la Ciudad Santa, que el segundo (o tercer) Isaías proclama que Jerusalén será un polo de atracción para las naciones. En esta profecía, los judíos vieron el anuncio de un nuevo crecimiento de Jerusalén, que la habría hecho famosa y gloriosa a tal grado que todos los pueblos vendrían a visitarla. Ahora, cuando se realiza esta profecía, no son reyes poderosos que se presentan en Jerusalén, sino unos Magos, es decir, “astrólogos”, son personas humildes, aunque traen regalos de valor.
El rey de los judíos nació, y ni los sabios ni los líderes religiosos de Israel lo saben, ni siquiera Herodes, que lleva el título de rey de Judea. La gran alegría del nacimiento de un salvador fue anunciada por primera vez a los humildes pastores en la montaña por los ángeles. No es así para los magos. Será diferente para ellos.
Mientras hoy en día perseguimos los planetas, las estrellas e incluso las galaxias, con nuestras naves espaciales, los magos eran hombres sabios que se dejaban guiar por las estrellas. ¿Era simplemente una forma de ingenuidad infantil, o una creencia primitiva en astrología? Nada de esto. Era más bien una expresión de la creencia de que toda la naturaleza está en manos del creador, que la usa para revelarse y revelar sus mensajes.
La estrella que condujo a los Reyes Magos a Jerusalén desaparece cuando piden información de los habitantes de esta ciudad. La respuesta que reciben es correcta: el Niño nació en Belén, pero la invitación de Herodes a informarle es una trampa. Tan pronto como partieron de nuevo, la estrella se les aparece nuevamente y los conduce a la casa donde Jesús está con su madre María. Cuando ven la estrella están llenos de alegría y cuando encuentran al niño se postran en adoración, como los pastores en la noche de Navidad
Jerusalén no pierde fácilmente sus privilegios. No es solo Herodes, sino toda Jerusalén, con él, que se deja llevar por una gran inquietud, cuando los Magos anuncian el objeto de su búsqueda. Muchos en Jerusalén esperaban la venida del Mesías. Y cuando los Magos dicen que lo están buscando, algunas personas inmediatamente consultan los libros y encuentran la respuesta correcta. No es en Jerusalén que debe nacer, sino en la pequeña ciudad de Belén. Pero es una perspectiva que perturba demasiado, para poder aceptarlo como un hecho. La tensión entre Jesús y los líderes religiosos del pueblo, la tensión que lo conducirá a la muerte, ya comenzó.
Este relato, muy rico en símbolos, nos enseña muchas cosas. Antes que nada, debemos aprender, como los sabios, a discernir todo lo que Dios nos dice acerca de Él a través de la naturaleza y los eventos naturales. La historia de los Reyes Magos ha nutrido la imaginación ingenua de nuestra infancia. En la adultez tenemos que desarrollar un segundo ingenio, que nos permite de vez en cuando discernir una estrella, que nos muestra la voluntad de Dios sobre nosotros, tener el coraje de seguirla, incluso sin saber a dónde nos lleva. Dejarse atrapar en una búsqueda espiritual, más allá del apoyo de la cultura humana y religiosa del entorno, ha sido la característica común del monaquismo de todas las edades. De hecho, los magos de nuestro evangelio parecen extrañamente cercanos a esos monjes itinerantes que están en el tiempo de Jesús a través de Asia y que se encontrarán en la primera generación del cristianismo siríaco.
Otra lección que podemos extraer es que el camino espiritual que Dios nos hace recorrer a través de la vida es, a menudo, un camino lleno de trampas a través de las cuales él nos guía, pero que él no las pone (son producto de la libertad), sin volver jamás atrás. Si tenemos que volver al punto de partida, siempre nos toca hacerlo por otra calle, que a menudo es un más allá.
Al observar lo que sucede a diario, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, hoy es fácil ser pesimistas e incluso dejarnos deprimir. Pero la vocación de todo cristiano, y más aún la de las personas llamadas a vivir una vocación, es saber contemplar las estrellas en la noche del mundo contemporáneo y discernir todas las manifestaciones de Dios, todas sus Epifanías.
Decía Benedicto XVI en la Epifanía de 2010: «Sigamos el camino de los Magos que llegan a Jerusalén. Sobre la gran ciudad la estrella desaparece, ya no se ve. ¿Qué significa eso? También en este caso debemos leer el signo en profundidad. Para aquellos hombres era lógico buscar al nuevo rey en el palacio real, donde se encontraban los sabios consejeros de la corte. Pero, probablemente con asombro, tuvieron que constatar que aquel recién nacido no se encontraba en los lugares del poder y de la cultura, aunque en esos lugares se daban valiosas informaciones sobre él. En cambio, se dieron cuenta de que a veces el poder, incluso el del conocimiento, obstaculiza el camino hacia el encuentro con aquel Niño. Entonces la estrella los guió a Belén, una pequeña ciudad; los guió hasta los pobres, hasta los humildes, para encontrar al Rey del mundo. Los criterios de Dios son distintos de los de los hombres. Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, un amor que pide a nuestra libertad acogerlo para transformarnos y ser capaces de llegar a Aquel que es el Amor. Pero incluso para nosotros las cosas no son tan diferentes de cómo lo eran para los Magos. Si se nos pidiera nuestro parecer sobre cómo Dios habría debido salvar al mundo, tal vez responderíamos que habría debido manifestar todo su poder para dar al mundo un sistema económico más justo, en el que cada uno pudiera tener todo lo que quisiera. En realidad, esto sería una especie de violencia contra el hombre, porque lo privaría de elementos fundamentales que lo caracterizan. De hecho, no se verían involucrados ni nuestra libertad ni nuestro amor. El poder de Dios se manifiesta de un modo muy distinto: en Belén, donde encontramos la aparente impotencia de su amor. Y es allí a donde debemos ir y es allí donde encontramos la estrella de Dios. Así resulta muy claro también un último elemento importante del episodio de los Magos: el lenguaje de la creación nos permite recorrer un buen tramo del camino hacia Dios, pero no nos da la luz definitiva. Al final, para los Magos fue indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas podían indicarles el camino. La Palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina».
Dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios; con María la Madre de Jesús y san José, sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda. Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo puede darnos. Y también nosotros podremos convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de la luz que Cristo ha hecho brillar sobre nosotros. Amén.
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