No está nada clara la cosa. Uno no sabe muy bien si la prudencia no pueda disfrazar la pusilanimidad, o si la cobardía y el temor no santo preferimos disfrazarlas de prudencia evangélica. O si la que llamamos prudencia no es más que pura comodidad y ganas de no complicarnos la vida.
El hecho es que hay cosas que nos queman, nos abrasan por dentro y nos callamos por la cosa de ser prudentes, no liarla, no echar fuego o mejor no dar argumentos a los de “fuera”. Desde luego es lo más conveniente humanamente hablando. Pero… Aquí hay un problema y serio. Y es el que tenemos los que somos conocidos, leídos, seguidos y comentados.
A humildad ya saben que no me gana nadie. Por eso no me importa decir algo que ya saben: que son miles y miles mis lectores, que son muchos los laicos que me tienen como referente, y no pocos sacerdotes, religiosos e incluso obispos me siguen. Y todos estos son los que me llevan a escribir diciendo lo que pienso y cómo veo las cosas, sabiendo que en este escribir uno anda muchas veces en le línea fronteriza que separan la prudencia y la necesaria audacia.
Lo cierto es que mantener un blog para decir que Dios nos invita a la contemplación de la esperanzada trascendencia, que somos llamados a ser portadores de la sonrisa universal de la misericordia divina y que al morir todos al cielo, me parece una estupidez y una grave tomadura de pelo. El blog tiene sentido para animar a la santidad –la fetén que dicen los castizos, la del catecismo de siempre-, denunciar barbaridades por lo civil y lo eclesiástico, que haberlas haylas, y más abundantes de lo que uno quisiera, y llamar a las cosas por su nombre.
Animar a la santidad no es complicado, aunque uno al hacerlo a veces tenga que denunciar pseudo místicas que aparentando ser la panacea universal no dejan de ser poco más que un engañabobos. Cuántas veces, por ejemplo, he sonreído ante yogas, escuelas de respiración, reikis y demás originalidades cuando tenemos una tradición mística que muchos quisieran. Cuántas he relativizado tanto simbolismo ñoño de rezar con la piedra, la flor y la sandalia como símbolo de nuestro caminar, mientras tenemos el sagrario criando telarañas. Denunciar esto no es romper la comunión eclesial, es abrir los ojos de tanta buena gente a la auténtica espiritualidad cristiana.
Y en cuanto a cosas más gordas… es que no puedes permanecer en silencio. ¿Alguien se piensa que vamos, voy, a estar calladito frente a esa barbaridad de la ideología de género? ¿Vamos a tragar porque los políticos, aunque sean del PP como la señora Cifuentes, estén arrobados por el asunto? Callar de la llamada vulgarmente “ley Cifuentes” sobre ideología de género no es prudencia, es complicidad. Y similar nos puede pasar con cosas eclesiásticas. De alguien como José María Castillo, que hace poco nos decía que el gran problema de la Iglesia es el papado y ahora que viva Francisco que es la gran solución, lo más leve que puedes decir es que no le está sentando bien la edad. Pero hay que decirlo, entre otras cosas porque es obra de misericordia enseñar al que no sabe, y porque hay mucha gente buena despistada porque nadie le ha hecho ver las cosas de otra manera.
Obligación hacia los lectores de los que escribimos asiduamente es ofrecer criterios para que se animen en la santidad y sepan leer los acontecimientos eclesiales con sensatez, sentido común y fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Y es lo que uno intenta. El día en que mis lectores, sean laicos, religiosos, curas u obispos, me hagan ver que estoy hablando y ofreciendo criterios en contra del catecismo y de la doctrina de la Iglesia, ese día cerraré definitivamente el blog. Mientras, dejemos la cosa en mantenernos esa línea sutil de decir las cosas y no faltar a la caridad.
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