Aciprensa tuvo la amabilidad de publicar un artículo sobre mis consejos para predicar. Un lector, uno solo, se manifestaba disconforme con tres puntos míos. No me importa explicarme un poco más.
Evitar hablar del pecado, del castigo, del mal.
Hay que esforzarse por ofrecer una visión de la religión que sea lo más evangélica posible. Jesús hablaba con bellas parábolas, curaba, fortalecía al débil y consolaba al triste. Cierto que aparece el Mal, el pecado, el infierno es sus palabras. Pero si uno escucha a Jesús, observa que el Evangelio es, ante todo, una buena nueva, una grata noticia: la existencia de un Dios comprensivo, paternal y pronto al perdón. La otra dimensión existe. Pero, repito, ante todo, es un anuncio de salvación.
Predicar poco de temas morales. No predicar nunca de temas políticos u opinables. Evitar historias personales. Lo que hay que hacer es centrarse en la Palabra de Dios.
Si en los sacerdotes “progresistas” de los años 70 había un exceso de predicación acerca de temas sociales, en los sacerdotes ortodoxos que hacen oración, se observa una cierta tendencia a predicar acerca de temas morales. Es natural esa reacción, porque hay una gran ofensiva en la cultura dominante acerca de esos temas.
Pero no podemos dedicar la mitad de los sermones a los temas morales. La Palabra de Dios va más allá de las cuestiones morales. ¿Por qué estar predicando siempre acerca de los divorciados y la homosexualidad, cuándo se puede predicar más acerca del impresionante y bellísimo misterio de Dios?
Las historias personales del propio predicador pueden ser provechosas como excepción. Pero si se convierte en una costumbre, existe el riesgo de que el predicador se convierta en el centro de la predicación. Ya en el seminario nos advertían del riesgo de contar historias personales edificantes bajo el velo del anonimato, porque, sin darse cuenta, puede uno elogiarse amparado bajo ese velo.
Tratar de no levantar la voz ni exaltarse. Jamás reñir en un sermón.
Sí, ya sé que existió san Juan Bautista y el profeta Natán y Jeremías. Pero prefiero intentar imitar a san Juan Evangelista, dando su miel a los hijos. En los enfados y el tono de profeta enfadado con la diestra en alto, no deja de existir un cierto peligro de autoexaltación. El pasaje de los mercaderes del Templo no es el único en el que Jesús se enfadó, hay varios. Pero Jesús nos muestra la dulzura de Dios. Lo otro fueron excepciones.
Cuando un predicador es siempre dulce, comprensivo, bondadoso, benigno y paternal, si alguna vez se enfada con razón, entonces ese sermón tiene un impacto impresionante en todos sus feligreses. Mientras que el que siempre se enfada da una impresión de mera retórica.
Conclusión:El lector que me criticaba ha afirmado que esos puntos parecían dictados por el mismo Satanás. ¿Es ese lector un cantamañanas? Probablemente, sí. Un cantamañanas que no tiene mejor cosa que hacer con su tiempo que acosar a pobres predicadores como yo. Pero le perdono, porque sin duda sus palabras han sido fruto de su mucha ignorancia.
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