Antes, los servicios policiales de los estados totalitarios tenían que esforzarse en reunir la información de los ciudadanos investigados. En un país con grandes números de ciudadanos sospechosos, investigar a todos hubiera supuesto emplear muchos recursos. Por lo cual sólo se investigaba, a fondo, a un número realmente pequeño de personas.
Hoy día con Internet, con las redes sociales, emails, wasups, etc, los sistemas dictatoriales sólo tienen que apretar un botón y allí está todo, ya reunido y clasificado por fechas y personas. El Estado lo tiene todo sobre la persona: conversaciones, gustos, aficiones. En los servidores está lo grande y lo pequeño de ese ser humano, lo importante y lo fútil, desde las conversaciones de trabajo hasta las familiares.
Si el investigado ha tenido una infidelidad, el Estado lo sabe. La esposa, no; pero el Estado, sí. Sabrá de él hasta sus deseos sexuales más ocultos. Sabe lo que le gusta buscar en Internet durante sus ratos libres, cuál su música preferida, sus miedos y preocupaciones. Todo.
Alguien dirá que para el que vive en una dictadura le basta con ser prudente y saber que eso puede ser conocido en el futuro por el estado represor. Pero “ser prudente” significaría tener que limitarse durante toda la vida en las conversaciones, búsquedas, vídeos vistos, música escuchada. Eso en el mundo del año 2017 resulta impensable.
El problema no es que una maquinaria tiránica coloque un espía que te siga, sino que tienes al espía todo el día contigo, hasta que te duermes. El Estado sabrá a qué hora te acuestas, cuando te levantas, o si te has levantado en mitad de la noche y has hecho algo. Lo que sea lo va a saber salvo que leas un libro de papel u ordenes los cajones de la casa.
¡Es un poder formidable si las manos que tienen acceso a ello son las de una estructura represora! El poder del Partido lo tiene más fácil que nunca. Esto da miedo. Y hacemos bien en tener miedo.
Publicar un comentario