El archivo parroquial, parte del secreto de confesión

No es infrecuente encontrar en las parroquias laicos encargados del archivo parroquial. Suelen ser personas de confianza que se ocupan tanto de pasar nuevas partidas de bautismo, matrimonio y, en muchos lugares aún, de difuntos, como de emitir las partidas y certificados que puedan solicitarse. No sé si acabamos de ser conscientes de lo que eso significa.

Los libros parroquiales son auténticos chivatos de la vida de las personas. Un asiento de bautismo consta de datos del bautizado, sus padres y abuelos, matrimonio de los padres… En la mayoría de las ocasiones nada especial que reseñar, pero en cualquier caso fuente de informaciones reservadas que a nadie importan.

Ejemplos. Quizá el niño no tenga padre conocido… Tampoco importa a nadie si los padres están casados por la iglesia o no y si el niño nació a los poquitos meses de la boda. O si falta algún abuelo porque el padre o la madre son hijos de soltera…  Podría pasar que el niño fuera adoptado y así constara. O que se bautizara como hijo de padre desconocido y posteriormente hubiera sido reconocido.

Los libros de bautismo tienen lo que se llaman “notas marginales”, donde se apuntan acontecimientos como confirmación, matrimonio, profesión religiosa, ordenación in sacris. Y si se anota eso, también las posibles modificaciones de ese estado, es decir, nulidad matrimonial, dispensa de votos, secularización de un sacerdote.

Creo que es suficiente como para comprender que contienen una información que no puede estar al alcance de cualquiera. Por muy de confianza que sean don Manuel o doña Isabel, no les importa nada si los papás de Vanessa están casados o no, si Héctor es adoptado, o si mamá no tenía padre reconocido.

Tampoco les importa si María del Carmen dejó las monjas y pidió dispensa de votos, si el matrimonio de José fue anulado y con qué condiciones -a veces hay que anotarlo-, o si don Francisco recibió dispensa de celibato y se casó con María. Ejemplos, no de diario, pero sí reales como la vida misma. Y porque esas cosas pueden pasar, de hecho pasan, los libros sacramentales no se dejan a nadie y punto.

Por eso me atrevo a decir a mis compañeros sacerdotes que guarden los libros sacramentales como oro en paño, que sea el sacerdote quien pase partidas, se responsabilice de ese tesoro y que nadie toque eso.

Los libros sacramentales deberíamos considerarlos casi como parte del secreto de confesión. Ponerlos en manos de cualquier laico, por muy de confianza que sea, me parece pudiera considerarse traición a la confianza de la gente. Por eso, aunque sea más trabajo, más incordio, más problemas, ÚNICA Y EXCLUSIVAMENTE los sacerdotes, y conscientes de que lo escrito en ellos pertenece a las personas y debemos guardarlo con exquisito cuidado.

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