En el encuentro con aquella mujer de Naín se pone de manifiesto que Jesús se hace cargo inmediatamente del dolor y comprende los sentimientos de aquella madre que ha perdido a su único hijo. Jesús comparte el sufrimiento de aquella mujer. Para amar es necesario comprender y compartir.
Nosotros le pedimos hoy al Señor que nos dé un alma grande, llena de comprensión, para sufrir con el que sufre, alegrarnos con quienes se alegran... y procurar evitar ese sufrimiento si nos es posible, y sostener y promover la alegría allí donde se desarrolla nuestra vida. Comprensión también para entender que el verdadero y principal bien de los demás, sin comparación alguna, es la unión con Dios, que les llevará a la felicidad plena del Cielo.
No es un "consuelo fácil" para los desheredados de este mundo o para quienes sufren o fracasan, sino la esperanza profunda del hombre que se sabe hijo de Dios y coheredero con Cristo de la vida eterna, sea cual sea su condición.
Robar a los hombres esa esperanza, sustituyéndola por otra de felicidad puramente natural, material, es un fraude que, ante su precariedad o su utopía, conduce a esos hombres, tarde o temprano, a la más oscura desesperación [1].
Nuestra actitud compasiva y misericordiosa -llena de obras- ha de ser en primer lugar con los que habitualmente tratamos, con quienes Dios ha puesto a nuestro lado, y con aquellos que están más necesitados. Difícilmente podrá ser grata a Dios una compasión por los más lejanos si despreciamos las muchas oportunidades que se presentan cada día de ejercitar la justicia y la caridad con aquellos que pertenecen a la misma familia o trabajan junto a nosotros.
La Iglesia sabe bien que no puede separar la verdad sobre Dios que salva de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y por los más necesitados [2]. "Las obras de misericordia, además del alivio que causan a los menesterosos, sirven para mejorar nuestras propias almas y las de quienes nos acompañan en esas actividades.
Todos hemos experimentado que el contacto con los enfermos, con los pobres, con los niños y los adultos hambrientos de verdad, constituye siempre un encuentro con Cristo en sus miembros más débiles o desamparados y, por eso mismo, un enriquecimiento espiritual: el Señor se mete con más intensidad en el alma de quien se aproxima a sus hermanos pequeños, movido no por un simple deseo altruista -noble, pero ineficaz desde el punto de vista sobrenatural-, sino por los mismos sentimientos de Jesucristo, Buen Pastor y Médico de las almas" [3].
Pidamos al Corazón Sacratísimo de Jesús y al de su Madre Santa María que jamás permanezcamos pasivos ante los requerimientos de la caridad. De ese modo, podremos invocar confiadamente a Nuestra Señora, con palabras de la liturgia: Recordare, Virgo Mater... Acuérdate, Virgen Madre de Dios, mientras estás en su presencia, ut loquaris pro nobis bona, de decirle cosas buenas en nuestro favor y por nuestras necesidades [4].
(1) Cfr. F. OCARIZ, Amor a Dios, amor a los hombres, Palabra, 4ª ed., Madrid 1979, p. 109.
(2) Cfr. JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25 - III -1987, 37.
(3) A. DEL PORTILLO, Carta 31 - V - 1987, n. 30.
(4) GRADUALE ROMANUM, Solesmes, Desclée, Tournai 1979. Antífona de la Misa común de la Virgen.
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