Bienvenidos a Europa
Varias investigaciones concluyen que hay una simplificación excesiva en la lectura del complejo proceso migratorio. A lo sumo, los controles directos como las vallas en las fronteras y las detenciones pueden desviar los flujos, esencialmente trasladando la carga de una nación a la siguiente, pero no son capaces de frenar la migración.
En definitiva, puede que dichas medidas alivien los problemas individuales de los países, pero no suponen ninguna diferencia a nivel europeo.
Según Juan Iglesias, los fondos relacionados con la cuestión migratoria han estado unidos a asegurar la frontera. La publicación de The Migrants Files en junio del año pasado reveló que, desde que comenzó el milenio, Europa ha gastado 13.000 millones de euros para frenar la inmigración —con control de fronteras y políticas de expulsiones y repatriaciones—, una suma ligeramente inferior a los 16.000 millones que se han embolsado los traficantes de personas.
Por otro lado, uno de los pocos casos en los que los Estados miembros se han puesto de acuerdo es el envío de más ayuda al desarrollo. Según Gonzalo Fanjul, existe una idea muy establecida en el imaginario público: “tenemos que apoyarles y ayudarles a desarrollarse para que no vengan”.
Sin embargo, no son los países más pobres los que registran las mayores tasas de emigración; lo que demuestra la evidencia es que a partir de que un país se desarrolla, el proceso migratorio es como una campana de Gauss: se quedan en casa los muy pobres y los muy ricos. “Más ayuda a África básicamente va a acercar a más gente al punto de salida y está muy bien que sea así, porque las migraciones son la herramienta más relevante en términos de magnitud para la convergencia global, la reducción de las desigualdades y el desarrollo”, concluye Fanjul.

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