Cuando celebro la misa y llega el momento de la fórmula de la transubstanciación, me gusta inclinarme al máximo sobre el ara apoyando los codos sobre ella. Es el modo en que muestro a Dios la máxima reverencia que tengo por ese acto milagroso.
Muy a menudo pienso acerca de la conveniencia de que la Iglesia permitiera al celebrante postrarse en ese momento ante el altar. Y no sólo eso, creo que sería bueno poder permanecer así durante tres o cinco minutos.
Si me escucha alguien que esté en las alturas jerárquicas de la Iglesia y le parece buena mi sugerencia, por favor, que la eleve donde tenga que elevarla.
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