21 de febrero.

Altar de San Leon Magno, Basílica de San Pedro, Vaticano, 19 de febrero de 2013. Se ve al Papa deteniendo a Atila el Huno.

Altar de San Leon Magno, Basílica de San Pedro. Se ve al Papa deteniendo a Atila el Huno.

II Domingo del Tiempo de Cuaresma C

 Cada una de las tres lecturas que hemos escuchado hablan de una forma de transformación radical. El Evangelio narra la transformación radical que vivieron los tres discípulos que se encontraron con Jesús sobre la montaña y que los hace capaces de percibir un brillo o una rápida percepción de su divinidad. La primera lectura nos habla de la transformación de Abraham de la condición de sedentario a la de nómade, en la búsqueda de una tierra prometida, y del estado de pagano, que era entonces, al de adorador del verdadero Dios. En fin, la lectura de Pablo a los Filipenses habla de la transformación de una vida de pecado a una vida de virtud. Todas estas transformaciones podrían ser llamadas de manera muy apropiada con el nombre que tienen en la tradición cristiana: conversión.

Los discípulos que se encuentran con Jesús en la montaña fueron transformados, porque recibieron una iluminación. En el Evangelio, iluminación y conversión van juntas. Jesús, refiriéndose a los ojos del corazón, dice: la luz del cuerpo es el ojo. Si entonces tu ojo es claro, todo tu cuerpo estará en la luz, pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en las tinieblas. Todas las grandes tradiciones espirituales del mundo buscan la iluminación, empleando para esto diversos métodos. En el Evangelio encontramos el método justo y completo: la conversión.

Cuando san Pablo habla de conversión, sabe por experiencia de qué habla. Cuando recibió camino a Damasco la luz que lo cegó, fue preso del amor por Cristo de una manera absoluta de forma que para él la vida era Cristo y la muerte una ganancia. Sus valores se se invirtieron de manera tal que lo que primero consideraba importante se volvió después una locura, en relación con la gracia de conocer a Jesús el Cristo, su Señor.

El psicoanalista Karl Jung (cierto que no es un Padre de la Iglesia, pero lo cito pues el psicoanálisis en sus diversas formas ha contaminado tanto la realidad que todo el mundo sin saber técnicamente el significado, se encuentra influido por él: subconsciente, proyectar, sublimar, acto fallido, etc.) Jung, identifica cuatro encrucijadas, o períodos de crisis (en el sentido etimológico de crisis) o de crecimiento, en la vida de un ser humano normal. El primero es cuando un niño sale del seno de su madre para entrar en la humanidad. El segundo se sitúa en el momento de la pubertad, cuando el adolescente entra en la vida adulta como persona independiente y responsable. La tercera se verifica cuando una persona, habiendo adquirido un cierto grado de vida espiritual, sale de los conflictos que caracterizan la mitad de la vida para descubrir su verdadero yo. Es la fase última y evidentemente aquella en la que se deja el mundo presente para entrar en la eternidad.

Jung piensa que la mayoría de las personas no pasan con éxito a través de estas crisis, y entonces no han nacido nunca completamente, han quedado inmaduras, es que el psicoanálisis siempre es pesimista. Y cree que la razón principal de esto es el miedo de la muerte que precede necesariamente cada uno de estos nacimientos. Así, como los niños no dejan fácilmente el seno materno, el parto es un esfuerzo, se rechaza fácilmente el sufrimiento y el dolor que implica cada nacer de nuevo, y así no se pasa a la etapa sucesiva de crecimiento.

El Evangelio de hoy nos narra como Jesús pasó a través de la crisis de la edad media de la vida, en cuanto hombre. En efecto Jesús estaba entonces más o menos en la mitad de su vida pública. Después de un inicio que había tenido un éxito sorprendente (todos lo alaban y en el colmo de la admiración decían: todo lo hizo bien). Ahora se encuentra en dificultad, las muchedumbres poco a poco lo dejan, porque no era el tipo de Mesías que esperaban. Y los jefes del pueblo querían matarlo. Debía entonces elegir lucidamente que debía ser y no adaptarse a las aspiraciones de la muchedumbre. Debía aceptar la muerte más bien que hacer compromisos a propósito de su misión. Y eso lo conduce a una noche de oración intensa en la montaña, durante la cual, Él, habló de su muerte próxima con Elías y Moisés, esta transformación de Él provocó una transformación en sus discípulos que lo acompañaban: Pedro, Santiago y Juan. Ellos fueron capaces de percibir un poco de lo que Él era.

La Cuaresma debe ser para nosotros no solamente un breve paréntesis penitencial, sino más bien un tiempo de conversión auténtica y profunda, un tiempo de transfiguración. Debe ser un tiempo en el que dejamos de ser el personaje que nos gusta mostrar a los otros, la imagen que nos hemos construido, nosotros, de nosotros mismos y que queremos ver admirada por los otros, para aceptar el desafío de ser simplemente, delante de los otros, lo que somos delante del Dios viviente.

Dice Pedro: “¡Qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas” quedémonos, basta de trabajo dificil e ingrato, aquí estamos bien. Comentando este texto dice León Magno, en cuyo altar del Vaticano celebré la Misa varias veces, es la foto de arriba: “Pero el Señor no responde a esta propuesta, queriendo demostrar no ciertamente que ese deseo sea malo, sino más bien que estaba fuera de lugar, en efecto, no podía ser salvado (el mundo) si no por la muerte de Cristo y el ejemplo del Señor invitaba la fe de los creyentes a comprender que, sin llegar a dudar de la felicidad prometida, debemos todavía, en medio de las tentaciones de esta vida, pedir la paciencia antes que la gloria; la felicidad del Reino no puede, en efecto, preceder el tiempo del sufrimiento”. (Leone Magno, Sermo 38 [51], 2-3.5). Es decir tenemos que volver a pisar la tierra, hay que convertirse efectivamente, transformase, en la vida real y concreta de cada uno, no suprimir el sufrimiento de nuestra vida artificialmente.

Tal transformación requerirá largas horas de oración solitaria sobre la montaña. Y también de oración comunitaria, como hacemos cada domingo, y si podemos entre semana. Continuemos nuestra celebración de la santa Misa, en el curso de la cual osamos acercarnos a Dios con todas nuestras necesidades, para ser nutridos y confortados comiendo y bebiendo su cuerpo y su sangre, y también con el nutrimento que nos da estar cerca de los santos, especialmente de la Santísima Virgen y de nuestros hermanos. Solo con conversión tiene sentido la misericordia que estamos celebrando en este año jubilar, sin conversión no se realiza la misericordia.


09:03
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