Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 1 a. Semana – Ciclo C

Vocación de Leví“Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían, un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Al ver que comía con publicanos y pecadores, unos fariseos les dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!” (Mc 2, 13-17)

La riqueza puede dar bienestar.
¿Dará siempre la felicidad?
Resulta extraño que una simple llamada, y un simple “Sígueme”, pueda levantar de su mostrador de los impuestos a alguien no parecía tener problemas económicos, al menos si juzgamos por el final del texto.
Las riquezas pueden dar bienestar, pero no dan la felicidad ni la plenitud de la vida.
Pueden llenarnos de cosas, pero no llenan nuestro corazón.
Leví tenía dinero, sin embargo, algo le debía faltar.
Posiblemente una palabra que le abriese otros horizontes que los de ganar dinero.
Una simple palabra basta para pintar una sonrisa en los labios.
Una simple palabra basta para despertar una vida dormida.
Una simple palabra basta para despertar nuevos horizontes.
Una simple palabra basta para cambiar toda una vida.
El simple hecho de que alguien se fije en ti, es suficiente para abrirte a la vida.

No siempre los malos son malos por propia voluntad.
Es posible que muchos sean malos porque los demás no les damos importancia.
Porque los demás los marginamos.
Es posible sean malos porque los buenos ya los bautizamos de malos.
Es posible que muchos sean malos porque los buenos los hemos dejado demasiado solos.

Y los malos pueden también ser buenos.
El mismo Jesús llama a los malos para ser de su grupo.
¿Quién conocía el corazón de Leví a quien no le faltaba nada?
¿Quién conocía el vacío que llevaba dentro quien lo tenía todo?
Aquella mañana, Leví sintió como si una primavera se despertase dentro de su corazón.
Aquella mañana, Leví sintió que para alguien era importante.
Sintió que alguien quería contar con él.
El sol que iluminaba el Lago, entró también dentro de su corazón.
“Se levantó y lo siguió”.

Fue tal su alegría, que aquella noche hizo fiesta en su casa.
Fue tal el agradecimiento a quien le llamó, que le hizo una fiesta con sus discípulos.
Fue tal el cambio de su corazón que también invitó a sus colegas publicanos.
Y como Jesús también es celebrante, no podía decir no.
A Jesús le encantan las celebraciones.
No importa quien esté en ellas.
No importa si junto al convertido también toman asiento el resto de publicanos.
No importa que los buenos se escandalicen.
No importa que los buenos murmuren y hablen mal.

Lo único que a Jesús le interesa:
Es que alguien a quien la religión excluía se haya unido a los suyos.
Es que alguien a quien se le consideraba marginado se ha puesto en pie y le haya seguido.
Es que alguien esté dispuesto a seguirle sin condiciones ni pedir explicaciones.

Para Jesús todo el que vuelve a Dios es un acontecimiento de gracia que merece una fiesta.
Para él la fiesta está por encima de los escándalos.
Para él la fiesta de una conversión es más importante que las críticas de los buenos.

¿Cuánto nos alegra hoy a nosotros que alguien regrese a Dios?
¿Cuánto nos alegra hoy a nosotros que alguien sienta la alegría del cambio de su corazón y lo celebre con una comida?
¿A cuántos que hemos visto cambiar hemos invitado a una cena o unas copas?
¿A cuántos malos y ahora son buenos, les hemos organizado una comida?
Y sin embargo, también Jesús hoy, luego que se te han perdonado los pecados, te invita a la mesa de la Eucaristía.

Un amigo mío no había pisado la Iglesia desde su primera comunión. Se había casado por lo civil. Ahora estaba viudo. En uno de esos golpes de la gracia, decidió buscarme. Se confesó y, claro, le dije fuese a comulgar. Una pareja que lo vio comulgar se me acerca y, escandalizada me dice: “Padre, ¿cómo la gente no va a perder su fe, si fulanito, a quien todo el mundo conoce por la vida que lleva, se acerca a comulgar?” Muy tranquilo, no se me ocurrió otra cosa que decirle: “La pena es que nadie haya aplaudido en la Iglesia”.

Clemente Sobrado C. P.

Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario


09:49

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