“Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Llegaron cuatro llevando a un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico… “Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. (Mc 2, 1-12)
Ayer veíamos a un leproso romper con todas las normas legales de la impureza.
Alguien que no se resignaba a vivir impuro y marginado.
Alguien que luchaba haciéndose más fuerte que su propia lepra.
Hoy nos encontramos con un paralítico
Ser paralítico:
Es no poder moverse a ninguna parte.
Es vivir condenado a estar tumbado en su camilla.
Es vivir necesitado de todos.
Es vivir de la caridad de todos.
Es vivir condenado a la inutilidad.
Es vivir condenado a ser un estorbo para todos.
Pero lo peor es vivir resignado a su postración.
No tener fuerzas ya para luchar.
Darse por vencido y derrotado.
Renunciar a vivir con dignidad.
No tiene nombre, porque la resignación hasta nos priva de sentir lo que somos.
Mala es la enfermedad, peor la resignación.
Mala es la pobreza, peor la resignación.
Mala es la miseria. Pero la peor miseria es la falta de ilusión por luchar y superarse.
Hay muchas parálisis:
Hay la parálisis del cuerpo.
Hay la parálisis de la inteligencia, incapaz de pensar y necesita que otros piensen por él.
Hay la parálisis de la inteligencia, que impide que los demás piensen.
Hay la parálisis del corazón, incapaz de amar a nadie, ni siquiera a sí mismo.
Hay la parálisis de los sentimientos, incapaces de compadecerse del sufrimiento ajeno.
Hay la parálisis de la historia, de los que solo creen en el pasado.
Hay la parálisis de los que se niegan a todo cambio.
Hay la parálisis de los que tienen miedo a lo nuevo.
Hay la parálisis de los que se niegan a crecer y viven colgados del cordón umbilical.
Hay la parálisis de los que se quedan en buenos porque temen ser mejores.
Hay la parálisis del pecado que nos impide vivir la experiencia de Dios.
Hay la parálisis de las instituciones que viven estancadas por miedo al cambio.
Hay parálisis de muchas comunidades en las que cualquier cambio resulta escándalo.
El paralítico no tiene nombre:
Porque paralítico puedo ser yo, y puedes ser tú.
puede ser el seglar que prefiere la pasividad en la Iglesia.
puede ser el sacerdote que no se arriesga a la creatividad.
puede ser la Iglesia misma que se niega a ir por delante abriendo caminos nuevos.
podemos ser todos, por el pecado, el egoísmo, y la falta de sensibilidad.
Por eso se necesita de cuatro o de uno o de diez:
Que tengan el coraje de cargar con nuestras parálisis.
Que tengan el coraje de buscar sanarnos de nuestros miedos.
Que tengan el coraje de destejar nuestras vidas para llegar hasta Jesús.
Que tengan el coraje de destejar la Iglesia y ponerla delante de Jesús.
Tampoco ellos tienen nombre, podemos ser todos.
No se trata de hacer ellos mismos de médicos.
Se tata de ponerlo delante de Jesús.
Porque solo Jesús es capaz de sanarnos de la parálisis de nuestros miedos.
Porque solo Jesús es capaz de decirnos “levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Porque solo Jesús es capaz de abrir nuestras mentes y decirnos que pensemos y seamos creativos.
Porque solo Jesús es capaz de decirnos que vivamos abiertos y sepamos comprender a los que piensan distinto.
Porque solo Jesús es capaz de abrir nuestros corazones paralizados por nuestros intereses personales.
Porque solo Jesús es capaz de “perdonar nuestros pecados” de no fiarnos de las mociones del Espíritu que habla también en los otros.
Necesitamos de ese Jesús que nos sane y nos ponga a andar:
Para que nadie se aleje, porque nos ven marginados de la realidad.
Y que la gente vuelva a “quedar atónita y den gloria a Dios diciendo: “Nunca hemos visto una cosa igual”.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario
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