“Dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras y las pone por obra se parece a aquel hombre prudente que edifico su casa sobre roca. El que escucha estas palabras mías y nos las pone en práctica se parece a aquel hombre que edificó su casa sobre arena”. ( Mt 7,21,24-27)
Dos palabras que pueden definirnos a cada uno:
Escuchar.
Actuar.
Escuchar:
Lo que nos dice Jesús.
Lo que nos anuncia Jesús.
Lo que nos revela Jesús.
Primero siempre será la palabra de Jesús, no la nuestra.
Primero siempre será escuchar la palabra de Dios.
No basta con oírla.
Tiene que resonar en nuestro corazón.
Tiene que tocar las fibras secretas de nuestro espíritu.
Actuar:
No basta que hablemos mucho.
Ni que hablemos mucho con Dios.
Las palabras pueden ser buenas.
Pero también nos pueden engañar.
La actitud del cristiano comienza no tanto por hablarle a Dios.
Sino por escucharle a Dios.
No basta decir “Señor, Señor”.
Tampoco es suficiente “oír”.
Es preciso “escuchar”.
El “oír” queda en las orejas.
El “escuchar” queda en el corazón.
Pero tampoco es suficiente “escuchar”.
Las palabras valen poco, cuando no van acompañadas del “compromiso”.
Escuchar sin obras sirve de poco.
Es preciso “escuchar a Dios”.
Pero luego es preciso “traducirlas en la práctica”.
Las palabras que “no se traducen en “vida” las lleva el viento.
Tendríamos que “hablar menos” y “escuchar más”.
Pero tendríamos que “escuchar más”, para “vivir más”.
La vida cristiana no se sustenta en las palabras de los hombres.
La vida cristiana se construye sobre la “roca de la Palabra de Dios”.
Los que anunciamos la Palabra, ¿la hemos escuchado primero?
Los profetas repetían: “Esto dice el Señor”.
Lo que predicamos, es realmente lo que “dice el Señor”, lo que “hemos escuchado al Señor”.
Jesús se hizo “Palabra de Dios encarnándose y haciéndose uno de nosotros”.
Por eso Juan le llama “Palabra”.
Pero una palabra encarnada, comprometida, vivida.
Una palabra llevada hasta las últimas consecuencias.
Su última palabra fue la Cruz.
Y la Cruz estaba clavada sobre una roca.
Pablo nos diré que “no vaciemos la palabra de Jesús”.
Nuestra preparación durante el Adviento tendrá como base:
“escuchar la Palabra Dios”.
“construir sobre la Palabra de Dios”.
Silenciemos nuestras palabras y que hable nuestra vida.
Clemente Sobrado C. P.
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