Acabamos de leer en el Evangelio que dijo Jesús a los suyos, los discípulos que lo seguían: Dad de comer a la gente. Y que ellos respondieron: No tenemos. También nosotros, escuchamos hoy en nuestro interior, de parte de Dios, una invitación a socorrer a nuestros semejantes. Ojala no respondemos lo mismo que los primeros: Nada tenemos, pobres somos.
¿Qué debiéramos hacer? ¿Podemos seguir haciéndonos los sordos? ¿Qué nos dice el Evangelio que hizo Jesús?: Tomó lo poco de que disponía, pronunció una bendición sobre ello y lo mandó repartir. Y se obró un gran milagro. Y comieron todos hasta saciarse. Y eran unos cinco mil hombres.
¿Será esto magia? No. En absoluto. Es, nada menos, que la gran lección que nos da a los hombres el mismo Dios: Solucionar los problemas humanos, nos dice, no es cuestión de magia, sino de entrega. La entrega de lo poco (los cinco panes y los dos peces) solucionó el hambre de una multitud. La entrega hasta la muerte transformaría el mundo.
Es lo que hizo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, en la Cruz y lo que se actualiza misteriosamente en cada Misa. Es lo que festejamos en el día del Corpus. Sí, hoy precisamente celebramos la presencia sacramental entre nosotros del Dios entregado. Una presencia silenciosa, sacrificada, oculta, pero real y llena de eficacia. A través de ella se transforman los corazones humanos, que le dan acogida; se transforman los pueblos y mejora el mundo. Pero, percibirla y beneficiarse de ella requiere ejercicio de fe, requiere fiarse de lo que no vemos. Y requiere compromiso, es decir coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos.
Celebrar esta solemne Eucaristía y pasear por las calles el Santísimo Sacramento, nos permite recordar estas verdades y nos ayudará a reavivarlas. Queremos que Dios esté presente en nuestras calles, en nuestras casas y en nuestros corazones. Queremos que su entrega hasta la muerte nos ayude a nosotros a entregarnos en la vida familiar, con los vecinos, en el trabajo. Queremos, así, que nuestro pueblo siga siendo un bonito pueblo cristiano, como siempre lo ha sido, donde todos nos sintamos, por encima de rencillas y defectos, verdaderamente hermanos. Que la Virgen María, Mujer Eucarística, como la llamaba SanJuan Pablo II, nos ayude y nos enseñe. Y que la procesión, que haremos tras la Misa, sea respetuosa y especialmente solemne, para honra y gloria de Nuestro Señor. Que así sea.
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