Homilía para el 11º domingo durante el año B
En las lecturas de este domingo es necesario antes que nada fijarse en el contraste entre aquello que se dice como una promesa del profeta Ezequiel, en la 1ª lectura y la realidad del reino que nos presenta la 2ª parábola del Evangelio que hemos proclamado. Ezequiel habla del brote grande que corona el cedro… Extenderá sus ramas, dará fruto, y se hará un cedro magnífico. En cambio la parábola de Jesús habla del reino como un grano de mostaza, la más pequeña de las semilla, pero una vez sembrada se pone a crecer, y termina más grande que todas las hostilizas. Ser más grande que las hortalizas no quiere decir ser como un cedro del Líbano (árbol gigante). En los dos lugares se habla de pájaros que pueden asentarse a la sombre de las ramas; pero no es lo mismo asentarse sobre las ramas de un gran cedro que entre las ramas de un arbusto como las mostaza. ¿O sí? Un águila puede asentarse en las ramas de un cedro, pero no en las de un arbusto; pero los humildes y pequeños pajaritos estás más seguros entres las ramas de un arbusto que entre las ramas de un grandioso cedro con la peligrosa compañía de las grandes aves rapaces.
En un mundo de grandes y pequeños, los pequeños suelen ser devorados u oprimidos. Israel siempre fue un pueblo pequeño entre los pueblos grandes. Pensaba que la única manera de ser exitoso era intentar hacerse grande él también. Sus profetas alimentaban esa esperanza. Pero Jesús enseña que los planes de Dios no van por aquí. El proyecto de Dios es una humanidad de hermanos, sin grandes ni pequeños. Los cedros no son plantación de Dios sino el resultado de una historia humana cargada de violencias y de injusticias.
La 1ª parábola, del Evangelio, nos visualiza el plan de Dios: un campo que un hombre ha sembrado con buena semilla, y de día y de noche, mientras él duerme o está sembrando, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra, sola, produce primero el brote, después las espigas y finalmente el trigo dentro de las espigas. Entonces, cuando el grano ya está a punto, se va cegarlo, porque ha llegó el tiempo de la siega.
La “siega” significa que el grano plantado no tiene que competir con las otras para ver quién es más importante. Toda la plantación será juntada y llevada a su casa. Toda la cosecha es invitada a participar de la misma vida del sembrador. El huerto donde están sembradas las semillas no se debe convertir en un campo de batalla, si no en el espacio mimado y protegido para que nazca y crezca una gran y exuberante variedad de vida.
Las parábolas sugieren, pero cada uno debe completarlas desde la propia en experiencia y opción. Pero, quién decide ser discípulo, las debe entender de acuerdo con aquello que quiere decir el Maestro, por eso el Evangelio dice al final: en privado lo explicaba todo a sus discípulos.
Jesús expone el proyecto de Dios; pero cada uno lo entiende según sus disposiciones. Quién aspira a ser cedro no puede aceptar vivir en un simple huerto. El plan de Dios no se enuncia hablando magistralmente como de algo que está fuera de nosotros. El reino de Dios está en nosotros, y nosotros estamos en Él. Encajar bien o mal depende de las pretensiones de cada uno (hay gente que se cree que es más que otra). Es según la actitud de cada uno que es posible entenderlo o no, gozarlo o no.
No se puede hacer un jardín bajo un cedro o un abeto o un simple pino. Son árboles que segregan substancias nocivas para otros vegetales. En cambio se puede plantar un jardín con una higuera o un olivo, o una parra, etc. Sus frutos combinan espléndidamente. ¿No han aprovechado nunca un buen pan con jamón o queso, con un buen aceite, higos o uvas? ¡Una delicia! Vivimos conviviendo y compartiendo, cuando estamos equilibrados. Pero convivimos de verdad si cada uno entiende su vida particular como un servicio a la Vida compartida. Eso es lo que decimos comunión, y que engendra comunidades. Ojalá en el jardín de nuestra parroquia haya muchos árboles que sepan crecer juntos, y no aquellos que tienen pretensiones o segregan resinas que no dejan crecer otras plantas.
Que María, nuestra Madre, nos ayude a ser buenos árboles y ha vivir en comunión.

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