Ayer vi el vídeo que más me ha estremecido en todo el año. El vídeo que me ha dejado con el corazón en un puño durante un buen rato. En la cinta se ve cómo el escalador Wu Yongning, especializado en trepar por edificios solo con sus manos, cae al vacío.
Lo que me impresiona es que, antes de ver el vídeo, ya he leído el titular en el periódico y sé lo que va a pasar. Y resulta, para mí, tan angustioso ver cómo el joven hace ejercicios de calentamiento relajado, sin ninguna preocupación, sin saber que la superficie en la que está no le ofrece la más mínima rugosidad, saliente o ángulo para trepar, de nuevo, hacia arriba.
En el vídeo se advierte que hay un momento justo en el que se da cuenta de que en esa pared no puede ya subir hacia arriba ni soportarse para ir descendiendo.
El minuto y el segundo exacto en que llega a esa conclusión está clarísimo: entonces ya sólo quiere volver a subir, ¡pero no puede!
Un instante antes de colgarse de esa cornisa podía haber dado marcha atrás: y no habría pasado nada, hubiera podido tener cincuenta o sesenta años por delante. Un instante después: ya no hay nada que hacer; se esfuerce lo que se esfuerce, le quedan unos segundos de existencia. Un segundo antes… un segundo después…
En fin, aquí está este vídeo. Al verlo, rezad alguna oración, para que antes de morir la gracia tocara su alma con el amor de Dios:
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