Oficio de lecturas - Sabado de la semana I - Tiempo de Adviento



OFICIO DE LECTURA - SÁBADO DE LA SEMANA I - TIEMPO DE ADVIENTO
Del propio del Tiempo. Salterio I

V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.
R. Sus decretos y mandatos a Israel. 

PRIMERA LECTURA

Año I

Del libro del profeta Isaías 13. 1-22

EL DÍA DEL SEÑOR

Oráculo contra Babilonia, que recibió el profeta Isaías, hijo de Amós:

Sobre un monte pelado izad la enseña, gritadles con fuerza agitando la mano, para que entren por las puertas de los príncipes. Yo he dado orden a mis consagrados, he convocado a los soldados de mi ira, entusiastas de mi honor.

Escuchad: tumulto en los montes, como de gran muchedumbre; escuchad: alboroto de reinos, naciones reunidas. EL Señor de los ejércitos revista sus ejércitos para el combate. Van llegando de tierra lejana, del confín del cielo: el Señor con las armas de su ira, para devastar la tierra.

Ululad, que está cerca el día del Señor: como azote del Potente llegará. Por eso, los brazos desfallecerán, los corazones humanos desmayarán, espasmos y angustias los sobrecogerán, se retorcerán como mujer que da a luz. Uno a otro se mira espantado; rostros febriles, sus rostros. Mirad: Llega el día del Señor, implacable, con cólera e incendio de ira, para hacer de la tierra un desierto y exterminar de ella a los pecadores. Los astros del cielo, las constelaciones, no destellan su luz; se entenebrece el sol al salir, la luna no irradia su luz.

Tomaré cuentas al orbe de su maldad, a los perversos de su crimen. Terminaré con la soberbia de los insolentes, el orgullo de los tiranos lo humillaré. Haré a los hombres más escasos que el oro; a los mortales, más que metal de Ofir. Por eso, sacudiré los cielos y se moverá la tierra de su sitio. Por la cólera del Señor, el día del incendio de su ira. Y serán como cierva acosada, como rebaño que nadie congrega: uno se vuelve a su pueblo, el otro huye a su tierra. Al que alcanzan lo atraviesan, al que apresan lo matan a espada. Estrellan a los niños ante sus ojos, saquean sus casas, violan a sus mujeres.

Mirad: Yo incito contra ellos a los medos, que no estiman la plata, ni les importa el oro: sus arcos acribillan a los jóvenes, no perdonan a los niños, sus ojos no se apiadan de las criaturas.

Quedará Babilonia, la perla de los reinos, joya y orgullo de los caldeos, como Sodoma y Gomorra en la catástrofe de Dios. Jamás la habitarán ni la poblarán, de generación en generación. El beduino no acampará allí ni apacentarán los pastores. Apriscarán allí las fieras, los búhos llenarán sus casas, anidará allí el avestruz, y los chivos brincarán; aullarán las hienas en las mansiones y los chacales en los palacios de placer. Ya está a punto de llegar su hora, sus días no tardarán.

RESPONSORIO    Jl 2, 11. 12. 13; cf. Ap 6, 17. 16

R. Grande es el día del Señor, terrible es, ¿quién lo resistirá? * Pero ahora convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso.
V. Ha llegado el día grande de la ira del que está sentado en el trono y del Cordero: y ¿quién podrá resistir?

R. Pero ahora convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso.


Año II

Del libro del profeta Isaías 21, 6-12

EL VIGÍA ANUNCIA LA RUINA DE BABILONIA

Así me ha dicho el Señor:
«Ve y coloca un vigía; lo que vea que lo anuncie. Si ve gente montada, un par de jinetes, montados en jumentos o montados en camellos, que preste atención, mucha atención y que grite: "Lo veo"».

Como vigía, Señor, yo mismo estoy de pie toda la jornada, y en mi atalaya yo sigo erguido toda la noche. Mirad: llega gente montada, un par de jinetes, y anuncian:

«Ha caído, ha caído Babilonia; las estatuas de sus dioses yacen destrozadas por tierra.»

Pueblo mío, trillado en la era, lo que he escuchado del Señor de los ejércitos, Dios de Israel, yo te lo anuncio. Oráculo contra Edom. Alguien me grita desde Seir:

«Centinela, ¿qué hay de la noche?; centinela, ¿qué hay de la noche?»

Responde el centinela:

«Viene la mañana, viene también la noche. Si queréis preguntar, preguntad. Convertíos, retornad.»

RESPONSORIO    Ap 18, 2. 4. 5

R. Gritó el ángel con voz potente: «¡Cayó Babilonia la grande!» Y oí luego otra voz que decía desde el cielo: * «Salid de ella, pueblo mío, para que no os hagáis cómplices de sus pecados.»
V. Sus delitos se han amontonado hasta llegar al cielo y Dios se ha acordado de sus iniquidades.
R. Salid de ella, pueblo mío, para que no os hagáis cómplices de sus pecados.

SEGUNDA LECTURA

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre el bien de la paciencia.
(núms. 13 y 15: CSEL 3, 406-408)

ESPERAMOS LO QUE NO VEMOS

Éste es el precepto de nuestro Señor y Maestro: El que persevere hasta el fin se salvará. Y también: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos, llegaréis al conocimiento de la verdad y la verdad os librará de la esclavitud.

Es necesario, hermanos muy queridos, tener paciencia y perseverar, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar esa misma verdad y libertad; porque el hecho de ser cristianos nos exige la fe y la esperanza; pero, para que esta fe y esta esperanza puedan obtener su fruto, nos es necesaria la paciencia.

Pues nosotros no buscamos la gloria presente, sino la futura, conforme a lo que el apóstol san Pablo nos enseña, diciendo: Sólo en esperanza poseemos nuestra salvación; porque la esperanza que ve a su alcance el objeto no es esperanza. ¿Cómo puede alguien esperar lo que tiene ya a su alcance? Pero si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos con anhelo y constancia. La esperanza y la paciencia son necesarias para llevar a buen término lo que hemos empezado, y para alcanzar lo que esperamos y creemos apoyados en la promesa divina.

Finalmente, en otro lugar el mismo Apóstol exhorta a los justos, a los que obran el bien y acumulan tesoros en el cielo que les producirán intereses en bienes divinos, a que sean perseverantes, diciendo: Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a los miembros de la Iglesia. No nos cansemos de practicar el bien; que a su tiempo cosecharemos.

Recomienda aquí que nadie, por impaciencia, deje de obrar el bien, que nadie, vencido o desanimado por las tentaciones y las dificultades, se detenga en la mitad del camino de la justificación y de la gloria, para que no pierda el mérito de las buenas acciones por no haber llevado a su fin la obra comenzada.

En otro lugar el Apóstol, al hablar de la caridad, une inseparablemente con ella la constancia y la paciencia: La caridades comprensiva, la caridad es servicial y no tiene envidia; la caridad no presume ni se engríe; no es mal educada ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. Muestra así que la caridad sólo puede subsistir si sabe soportar todas las cosas.

Y en otro lugar dice: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. De está manera demuestra que es imposible mantener la unión y la paz si los hermanos no se toleran mutuamente y si no conservan el vínculo de la unión fraterna mediante la virtud de la paciencia.

RESPONSORIO    Ha 2, 3; Hb 10, 37

R. Se acerca su término y no fallará; * si tarda, espéralo, porque ha de llegar sin falta.
V. Todavía un poco de tiempo, un poco nada más: y el que ha de venir vendrá.
R. Si tarda, espéralo, porque ha de llegar sin falta.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que para librar al hombre de la antigua esclavitud del pecado enviaste a tu Hijo al mundo, concede a los que esperamos con devoción su venida la gracia de tu misericordia y el don de la verdadera libertad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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