¿Pueden los fieles elevar las manos en el momento de la consagración?



Pregunta:

Vemos con desconcierto, que nos sentimos como obligados a realizar actos o gestos que nos han enseñado, que son propios de los sacerdotes, por ej: elevar las manos en el momento de la consagración acompañando en las mismas palabras, diciéndonos que nosotros también somos bautizados y podemos hacerlo, ¿eso es correcto? porque sí entiendo el ejercicio del sacerdocio real pero creo que son dos cosas diferentes o ¿aprendí mal?

Respuesta:

La Institutio Generalis Missalis Romani dice que la naturaleza del sacerdocio ministerial se destaca por el lugar preeminente que ocupa el sacerdote (presbiterio, sede) y por la misma forma del rito, en la que entran, ciertamente, los gestos (cf. IGMR, 4). El que los fieles eleven las manos como el sacerdote durante la plegaria eucarística es una suerte de «clericalización» contra la que se pronuncia la Instrucción Redemptionis Sacramentum (n. 45). Además, se dice expresamente:

«52. La proclamación de la Plegaria Eucarística, que por su misma naturaleza es como la cumbre de toda la celebración, es propia del sacerdote, en virtud de su misma ordenación. Por tanto, es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística, por lo tanto, debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el Sacerdote». Es cierto que aquí, la misma Instrucción se refiere al pronunciamiento del texto, pero el gesto de elevar las manos al orar le es indisoluble. En este momento de la Misa, el sacerdote eleva las manos y las extiende como Cristo en la cruz.

Los fieles participan en el modo que les es prescrito:

«54. Sin embargo, el pueblo participa siempre activamente y nunca de forma puramente pasiva: “se asocia al sacerdote en la fe y con el silencio, también con las intervenciones indicadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son: las respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación «Amén», después de la doxología final, así como otras aclamaciones aprobadas por la Conferencia de Obispos y confirmadas por la Santa Sede”». Como se ve, en ninguna parte se dice que eleven las manos juntamente con el sacerdote.

Hay que decir que la pretensión de que todos realicen el mismo gesto junto con el sacerdote, tiene un fundamento en la historia del culto cristiano. Antiguamente, rezaban así los cristianos, siguiendo la práctica judía y la “pietas” de los paganos, cuya  gala hacen profusamente los antiguos frescos y sarcófagos con la figura del «Orante», que luego fue tomado por el arte paleocristiano. Es famoso el «Orante» de la Catacumba de San Calixto (finales del s. II) en Roma.

El Caeremoniale Episcoporum, por su parte, recoge esta tradición para atribuirla al obispo y a los presbíteros:

«104. Es costumbre en la Iglesia que el Obispo o el presbítero dirija a Dios las oraciones estando de pie y teniendo las manos un poco alzadas y extendidas. Este uso en la oración está ya atestiguado en la tradición del Antiguo (Cf. Es 9, 29; Sal 27, 2; 62, 5; 133, 2; Is 1, 15.) y ha sido recibido por los cristianos en recuerdo de la Pasión del Señor. “Pero nosotros, no solamente alzamos las manos, sino también las extendemos y, según la regla de la pasión del Señor, también con la oración hacemos nuestra profesión a Cristo” (Tertuliano, De oratione, 14: CCL 1, 265; PL 1, 1273)».

Otro tanto decía San Máximo de Turín (+465): «El hombre no tiene más que alzar las manos para hacer de su cuerpo la figura de la Cruz; he aquí por qué se nos enseña extender los brazos cuando oramos, para proclamar con este gesto la Pasión del Señor» (Hom. II de Cruce Domini, PL 57, 342).

Además, se sabe que cuando el sacerdote invitaba a los fieles a levantar el corazón («¡sursum corda!»), éstos se ponían de pie, miraban hacia lo alto del ábside y alzaban también las manos como signo de la dirección de su oración hacia oriente y hacia lo alto (Cf. U. M. LANG, Volverse hacia el Señor, Ed. Cristiandad, Madrid 2007, 87).

Con el tiempo, se vio que convenía dejar este gesto para el sacerdote, para las oraciones estrictamente sacerdotales. Así, llega a decir Mons. Righetti: «La posición erguida e la oración, si para los fieles era una práctica vivamente inculcada, para el sacerdote fue siempre considerada como una regla precisa cuando cumple los actos de culto, es decir, en las funciones de mediador entre Dios y los hombres» (M. RIGHETTI, Storia Liturgica, I, Ancora, Milano 2005, 2ª ed. Anastática, 375).

Este principio se aplica sin excepción para la Plegaria Eucarística. Distinto es el caso del Pater Noster. En efecto, en la segunda edición del Misal italiano (1983) se dice expresamente de todos los fieles: “durante el canto o la recitación del Padrenuestro, se pueden tener los brazos extendidos; este gesto, oportunamente explicado, se haga con dignidad en clima fraterno de oración”. El Caeremoniale Episcoporum (1984), sin embargo, ratifica la exclusividad de este gesto para el sacerdote, al establecer que:

«159. Terminada la doxología de la plegaria eucarística, el obispo, con las manos juntas, dice la monición antes del Padre nuestro, que después todos cantan o dicen; el obispo y los con-celebrantes tienen las manos extendidas». La distinción entre el sacerdocio ministerial y el bautismal aparece más clara. Así, pues, el sentido es que el sacerdote alza las manos, como Cristo en la Cruz, y el pueblo fiel participa de pie, como la Virgen María, al pie de la Cruz.

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