Decía el escritor George Bernard Shaw: “no es cierto que el poder corrompa, es que hay políticos que corrompen el poder”.
El poder político, que es el conjunto de medios eficaces para realizar las promesas electorales, de por sí no es corrupto. El poder no corrompe, sino que hay políticos que por estar corrompidos, por carecer de una estructura de valores sólida, corrompen el poder poniéndolo al servicio de intereses particulares o, simplemente, utilizándolo para delinquir.
La corrupción política proviene, por tanto del mal uso del poder, no del poder en sí que es necesario para desarrollar la acción política y promover el bien común. Es precisamente cuando el político no se plantea el bien común como fin de su acción, cuando todo se tambalea.
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