Una colecta dominical de 7,49 euros

Pues sí. Esta fue la colecta dominical ayer en una de mis parroquias. Exactamente: 7,49 euros. La pastoral rural, incluso en Madrid, tiene su pobreza particular. Poblaciones que apenas llegan al centenar de habitantes, atendidas por sacerdotes que llevamos tres, cuatro o cinco pueblos, y que vamos haciendo lo que buenamente se puede.

Incluso en las parroquias más sencillas de Madrid capital, no sabemos lo que es mirar por un euro más o menos. Al menos es mi experiencia. Por más que haya que pagar créditos, que estemos pendientes de amortizar la construcción de todo el complejo parroquial, nadie mira especialmente por unos pocos euros, por una hora más o menos de encendido de luces, una lámpara de 60 vatios o mejor de cuarenta o un grifo que gotea un poco. Poco más o menos puede ser.

En cualquiera de estas parroquias las cosas son muy distintas. Diez euros de más o menos son la colecta de domingo y medio. Por eso la gente ha aprendido a cuidar su magra economía hasta el céntimo. ¡Qué remedio! Un cartucho de tinta para la impresora, por ejemplo, equivale a no menos de dos colectas. El recibo de la luz ¿a cuántas equivale, y eso cuidando todo al máximo?

En mis pueblecitos no tenían costumbre de misa diaria. Ahora celebro al menos el domingo y dos días de diario en cada parroquia. Alguien me decía que, claro, a cuánto nos iba a subir la luz así, que ya nos podíamos preparar, que la parroquia no podía.

En Madrid, mi diócesis, existe una cosa que se llama fondo diocesano, que se nutre de las aportaciones de parroquias con más posibles, y ayuda a aquellas que, como mis tres pueblos, son del todo incapaces de autofinanciarse, y sé que no nos va a faltar nada de lo imprescindible gracias a este fondo.

Esta gente, buena y generosa, ayuda a su financiación encargándose voluntariamente de prácticamente todo. Ellos hacen generosamente la limpieza y aportan los productos necesarios para la misma, se encargan de mantener en perfecto estado los ornamentos, regalan material para la catequesis de los niños, se encargan de pequeñas reparaciones y hasta cuentan con la generosa colaboración de los respectivos ayuntamientos que saben que el templo parroquial es de todos y aportan lo que buenamente pueden. Esto hace que los gastos disminuyan, al punto que parroquias tengo con un presupuesto anual que apenas llega a los novecientos euros ¡con colectas que no alcanzan los veinte euros!

Sepan, los que viven su fe en parroquias con más posibilidades, que sus aportaciones también llegan a los que andamos peor, y que no deben sentir dolor por esas cantidades que entregan mensualmente a ese fondo común. Gracias a ellos, otros pueden disponer de luz eléctrica, calefacción, casa parroquial, sacerdote y unos mínimos para el trabajo pastoral.

Yo sé que en las parroquias es más fácil explicar las necesidades de Cáritas, el Domund o las tragedias que socorre Manos Unidas, pero yo les digo que hay otras necesidades, cercanas, prójimas por próximas, eclesiales, que tenemos a muy pocos kilómetros y que también tienen su mano a los hermanos más favorecidos. Si hoy, en Madrid, en poblaciones con apenas cincuenta habitantes, se puede seguir celebrando la fe, atendiendo espiritualmente a los fieles, y cuentan con un sacerdote a su servicio, es gracias a la generosidad de los más favorecidos. Que Dios les premie todo esto. 

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