Tengo la impresión, mía, solo mía, de que los católicos vamos por la vida con un cierto complejo de culpabilidad unido a una especie de vergüenza de manifestar nuestras más profundas convicciones.
Hace mucho que vengo diciendo que nuestro marketing católico, nuestras campañas de sensibilización pecan de timoratos, algo así como si dijésemos “somos la iglesia católica, pero no queremos ofender y por eso intentamos contar nuestras cosas, pero sin que se note mucho.
Los expertos en publicidad dicen que la gente, que muchas veces ve los anuncios o carteles de refilón, tiene que captar la idea a la primera. Vivimos en la época de las prisas y la inmediatez, y en estas circunstancias pretender que el mensaje que queremos ofrecer exija mirada, contemplación, reflexión y síntesis, es estar fuera del mundo.
Ni en las carteleras parroquiales se fija la gente. Tenemos todos la experiencia de colocar los mejores carteles y observar que nadie se entera de lo más mínimo. Por eso creo que tienen que ser impactantes, claros como el agua clara, simples de comprender. La realidad es que solemos hacer los católicos unas campañas pastorales o de caridad que adolecen precisamente de clara identidad católica. Lo observo cada vez más.
Acabo de encontrarme con el cartel de adviento y navidad de la diócesis de Canarias. Sinceramente, creí que era un anuncio de Ikea. Eso sí, si te fijas mucho, abajo, en una esquinita, dice “Adviento – Navidad 2017”, y aún más abajo, y aún mucho más pequeñito, “Diócesis de Canarias”.
Qué quieren que les diga. Me produce tristeza. Simplemente eso.
Publicar un comentario