Mala pastoral la que parte de la aceptación de la derrota

Malas cosa es que los mismos sacerdotes nos apuntemos al caballo siempre perdedor. Mal negocio partir de la derrota. Mal asunto el de la resignación y la bajada de exigencias. Malo porque es partir ya de la aceptación del fracaso como algo del todo inevitable.

Dos son las principales derrotas que demasiadas veces asumimos los pastores: la resignación y las rebajas. Hoy quiero referirme a ellas.

ESTO NO TIENE SOLUCIÓN. Resignación. Desesperanza. Conformismo. Llegas a la parroquia, al movimiento, a la asociación y ves lo que ves. Lo de siempre, con la queja de toda la vida, que ya ni en quejarnos somos medio originales: no viene nadie, no se puede hacer nada, ya lo intentamos dos veces, no hay remedio, la gente, la sociedad, el ambiente.

Tristísimo que esto nos ocurra a los pastores, porque esta actitud, en definitiva, es una falta de esperanza y un desprecio a la acción de la providencia y a la fuerza de la gracia.

Necesitamos mirar más en amplitud, confiados en que el Señor triunfará, aunque por caminos que hoy nos resultan ignotos y según unos tiempos que son los suyos, no los nuestros. Toca descansar en la fuerza de Dios, pedir al Señor su gracia y confiar en que es justamente la gracia de Dios la que habrá de mover montañas.

A los pastores nos toca estar al frente del rebaño, ilusionar, creernos que todo es posible, rezar, celebrar, vivir, inventar, dar vueltas a la cabeza, leer, mirar. Si nosotros, los curas, no confiamos en el Señor y no creemos en la fuerza de la gracia, que puede hacer de las piedras hijos de Abraham, estamos perdidos del todo. La pastoral del mantenimiento del último rescoldo acaba en las cenizas del futuro. El pábilo vacilante acaba apagándose y de forma definitiva.

ALGUNA COSA DE CÁRITAS. Es el otro signo de derrota. En absoluto quiero afirmar con esto que Cáritas no sea importante, que lo es. Digo que si en lugar de anunciar a Jesucristo, celebrar los sacramentos, fomentar la oración y la vida de la gracia en cada cristiano, nos limitamos a lo único que aparentemente tiene un cierto éxito, volvemos a apuntarnos a la derrota previa.

Hace no mucho, hablando con unos amigos de la descristianización de su parroquia, de su barrio, me decía que se habían planteado ayudar con los deberes a niños que estén en dificultad. Lo que me pregunto es si en un mundo sin Dios, sin esperanza, destrozado moralmente, donde la trascendencia es callada cuando no atacada ¿lo único que pueden ofrecer una parroquia, un sacerdote es decir misa para las cuatro benditas viejecitas de siempre y dar clases a cuatro niños? Tenemos la Eucaristía, la Palabra, la gracia, los sacramentos…

Parece que, en lugar de preguntarnos cómo llevar a la gente a Cristo, a la gracia, a la conversión, que es lo que realmente necesitamos para ser santos y llegar un día al cielo, nos limitamos a darles lo que para nosotros resulta más gratificante por agradecido: la clase al niño, tampoco es para tanto, los mandamientos si puedes, la misa tampoco es tan importante… Hasta acabar convirtiendo el mensaje de Cristo en un llevarnos bien si podemos. Derrotados. Fracasados.

Escribo esto para decirme a mí mismo que no puedo ni resignarme ni caer en el qué más da. Y se lo pido a Dios. Porque sé que ahora, en estas sencillísimas parroquias, es un riesgo serio que corro. Tocará rezar y pedir oraciones. 

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