Pobre Iglesia. De las rebajas, a los saldos

Los comerciantes saben muy bien la diferencia. Lo suyo es vender, como sea, y para eso tienen sus ventas normales, días de rebajas para sacar lo que no acaban de quitarse de en medio, y saldos, que es ver como deshacerse de las últimas existencias como sea y al precio que sea.

En nuestra querida Iglesia el problema es que nos acucian los números, que no el mensaje ni la fidelidad, ni la santidad de los fieles o el celo por convertir almas a Cristo, quizá olvidándonos de que no solo es eso lo primero, sino que, además, curiosidades de la vida, cuando somos fieles la gente viene.

Digo que nos apremian los números. Iglesias que antes estaban abarrotadas, o al menos con una más que buena asistencia de fieles, hoy languidecen. Seminarios y conventos sabemos cómo andan, salvo excepcionalísimas excepciones.

Llevamos muchos años de rebajas, más de cincuenta. Qué les voy a contar, un acomodarnos al mundo de tal manera que hemos ido suprimiendo de la fe y de la vida de la Iglesia justo lo que nos hace ser especiales. Una fe que se desprende del misterio para reducirse a puras conjeturas humanas, la misma cristología que presenta un Cristo que es todo lo que haya que ser menos Dios mismo, caridad reconvertida en ONG filantrópica, liturgia amena. Hemos suprimido palabras esenciales, como pecado, redención, conversión, gracia. El infierno antes existía. Todo es compartir, bondad y misericordia ful, que diría un castizo. Iglesia cercana, pareciera, pero Iglesia sin Dios, sin sacramentos, sin gracia, sin doctrina firme.

Rebajas, que no solo no han traído a más fieles, sino que han alejado a muchos que estaban dentro. Hoy echamos la vista atrás y nos encontramos con una mayoría de fieles ancianos, la ausencia sangrante de los jóvenes y unos niños que siguen celebrando la elegancia social de la primera comunión.

Mi pasada experiencia en la parroquia de la Beata Mogas me ha enseñado que lo que de verdad vale, lo que cuesta, lo que es serio, atrae. La capilla de adoración perpetua es la mejor y mayor muestra. Mi primera decisión en los tres pueblitos que asumiré como párroco desde este domingo será la de poner misa diaria, que no tenían. Dos días en cada pueblo, porque si no, ¿de dónde vamos a sacer la fuerza para vivir la fe, empezando por el señor cura?

Lo triste es que, en lugar de aprender del resultado de una Iglesia de rebajas, parece que hay gente empeñada en seguir el camino de la liquidación total. Hace unos días ya dije algo del cardenal de Chicago, Cupich, que ha decidido nada menos que invitar a impartir las charlas cuaresmales en su catedral al jesuita James Martin, ese que decía que la castidad no obliga a los gays, y del que acabo de saber, por Infocatólica, que anda promocionando una cosa que llama “retiro de yoga ignaciano”.

Bueno, pues el cardenal Cupich, acaba de soltar que “los católicos, en aras del diálogo, debemos estar dispuestos a renunciar incluso a las creencias más preciadas”, para contarnos a nosotros, pobres mortales, que “en su diócesis están reinventando la Iglesia”.

Buena ocurrencia, aunque se queda corto. Mucho mejor es abolir la Iglesia católica, o mejor aún, declarar que todos somos hijos de la Iglesia, bautizados o no, que eso no deja de ser una futesa, y que cualquier persona, como hija de Dios por su propia creación, irá al cielo al final de sus días, y que lo importante es compartir. Con esta teoría damos por católicos a todos los habitantes del mundo, incluyendo por supuesto al islam, que son católicos, solo que con otras costumbres.

Pasamos de la doctrina de Cristo, esa tan exigente y malvada de Trento, que, por lo visto, y a pesar de ella, fue capaz de dar a tal cantidad de santos, a las rebajas, y ahora a los saldos. El próximo paso, liquidación por derribo.

En tres pueblos de la Sierra, como en la última aldea de la Galia, servidor intentará seguir anunciando el evangelio íntegro, según lo hemos recibido de la Iglesia y resume el catecismo. Evangelio de gracia y oración, de catecismo y doctrina segura, de caridad con todos, empezando por los próximos. Tenemos la mejor poción mágica: el deseo de servir al Señor y las oraciones en la capilla de adoración perpetua de la Beata Mogas, que me han asegurado no nos faltarán. Así sea. 

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05:46

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