La liturgia diaria meditada - La parábola de los invitados que se excusan (Lc 14,15-24) 07/11


Martes 07 de Noviembre de 2017
Santa María, Madre y Medianera de la Gracia. 
(MO). Blanco.

La invocación de María como Madre y Medianera de la Gracia va unida a la devoción de la llamada “Medalla Milagrosa”. Su origen se encuentra en la visión que tuvo la joven novicia Catalina Labouré en París en 1830. La Virgen María se le apareció con los brazos extendidos hacia todo el mundo, irradiando rayos de luz. Así expresa María su intercesión maternal.

Antífona de entrada         Cf. Lc 1, 28. 42
Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre.

Oración colecta    
Dios nuestro, que en un misterioso designio de tu providencia nos has dado al autor de la gracia por medio de la Virgen María, y la asociaste a la obra de la redención humana; concédenos alcanzar por ella la abundancia de la gracia y llegar al puerto de la salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Acepta, Señor, la ofrenda de expiación y alabanza que te ofrecemos en esta conmemoración de la gloriosa Virgen María, y por la acción del Espíritu Santo conviértela en el sacramento de nuestra redención que Cristo Mediador instituyó para reconciliarnos contigo y ser para nosotros fuente viva de gracia y salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona      Cf. Sal 86, 3; Lc 1, 49
Virgen María, de ti se han dicho maravillas, porque el Todopoderoso ha hecho en ti grandes cosas.

Oración después de la comunión
Te pedimos humildemente, Padre, que renovados por la eucaristía en la fuente de la gracia, con la intercesión de María santísima, vivamos cada día más unidos a Cristo, nuestro mediador, y cooperemos con mayor fidelidad a la obra de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Rom 12, 5-16a
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos dones diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría. Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad. Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes.
Palabra de Dios.

Comentario
La carta enumera una serie de consejos indispensables para la vida comunitaria. Pero en primer lugar, recomienda que cada uno actúe de acuerdo con el don que ha recibido. Los dones constituyen los carismas que sostienen a la Iglesia.

Salmo 130, 1-3
R. ¡Guarda mi alma en la paz junto a ti, Señor!

Mi corazón no se ha ensoberbecido, Señor, ni mis ojos se han vuelto altaneros. No he pretendido grandes cosas ni he tenido aspiraciones desmedidas. R.

Yo aplaco y modero mis deseos: como un niño tranquilo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí. Espere Israel en el Señor, desde ahora y para siempre. R.

Aleluya        Mt 11, 28
Aleluya. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Aleluya.

Evangelio     Lc 14, 1a. 15-24
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Uno de los invitados le dijo: “¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!”. Jesús le respondió: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: ‘Vengan, todo está preparado’. Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes’. El segundo dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes’. Y un tercero respondió: ‘Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir’. A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: ‘Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos’. Volvió el sirviente y dijo: ‘Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar’. El señor le respondió: ‘Ve a los caminos y a lo largo de los cercados, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena’”.
Palabra del Señor.

Comentario
Cuando hacemos una fiesta, nos duele y entristece que se ausenten las personas queridas que hemos invitado. Dios prepara la gran fiesta del Reino; no hay excusa o rechazo que pueda suspenderla. Él quiere que su casa esté llena, y por eso invita a los olvidados y a los excluidos, a los que nadie nunca invita. Ellos entran con gozo al banquete del Reino.

Oración introductoria
Señor, creo en Ti, espero y te amo. No soy digno de acercarme a Ti porque te he fallado, pero confío en tu misericordia. Quiero responder con prontitud a tu invitación, participando con toda mi mente y mi corazón en el banquete de la oración. 

Petición
Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.

Meditación 

Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.

Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!

Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y de admiración.

¿Por qué estas personas rechazan la invitación? Era una gran cena; el que la organizaba seguro que no habrá escatimado nada en su preparación. 

Cristo se encarnó. Dios hecho hombre por nosotros. Nos suena "de toda la vida" esta frase, sobre todo repetida en los días de Navidad que se están acercando, pero de tanto repetirla, quizás no caemos en la cuenta de que ahí cometimos la mayor ingratitud que se ha cometido en la historia de la humanidad: "los suyos no le recibieron". Porque si la gratitud es el reconocimiento por un don que se recibe, para un cristiano la gratitud nace de la fe en Cristo. Y a veces parece que Cristo necesita mendigar para que los hombres acepten el amor que les ofrece, cuando somos nosotros los que deberíamos esforzarnos por mostrarle nuestro amor.

Desearía entonces que nos preguntáramos: ¿cómo vivimos nuestro ser Iglesia? ¿Somos piedras vivas? ¿Nos abrimos nosotros a la acción del Espíritu Santo para ser parte activa en nuestras comunidades o nos cerramos en nosotros mismos, diciendo: "tengo mucho que hacer, no es tarea mía"? 

Que el Señor nos dé a todos su gracia, su fuerza, para que podamos estar profundamente unidos a Cristo, que es la piedra angular, la piedra de sustentación de nuestra vida y de toda la vida de la Iglesia, animados por su Espíritu, seamos siempre piedras vivas de su Iglesia. Está en nuestras manos hacer del mundo un inmenso jardín en el que la gratitud no sea una flor exótica, sino que sea la flor de cada hogar, de cada familia, de cada sociedad.

Propósito
Como muestra de agradecimiento por el don de la Eucaristía, llegar siempre puntual y correctamente vestido a la celebración de la Eucaristía. 

Diálogo con Cristo 
Señor, ¿quién soy yo para que Tú, Dios omnipotente y dueño del universo, me busque y me invite a participar en la oración, en la Eucaristía? Respetas mi libertad cuando me hago sordo e indiferente. Me acoges cuando me acerco, porque nunca me dejas solo en la lucha por mi santificación. Gracias, Señor, por tanto amor y por estar siempre a mi lado. Contigo lo tengo todo y por Ti quiero darlo todo.

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