Historia de mis sotanas (segunda parte)


Las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Así que le pedí a una señora de la parroquia que tomara el patrón de un alba y le pusiera un cuello de sotana. Voy a pasar por alto una serie de experimentos previos de los que prefiero no hacer memoria. Yo no tenía ni idea de costura y se me ocurrieron algunas ideas peregrinas. Cuando uno no tiene ni idea, los resultados son previsibles.

Esos monstruos de tela se los regalé a la parroquia de Santa Trinitá dei Pelegrini de Roma, para que los emplearan con acólitos si un día no tenían suficientes sotanas. Quiero dejar claro que el párroco los miró extendidos y me agradeció mucho el regalo. Muy necesitado debía de estar.

Como decía, la sotana hecha con un patrón de alba, pero con cuello de sotana ya fue un claro avance hacia la meta correcta. La nueva sotana era fresca, amplia y cómoda. Hubiera sido la solución perfecta, sino hubiera sido porque todo el mundo que tenía confianza me decía que parecía una toga de juez. Allí descubrí que lo que valía perfectamente para un alba, no valía para una sotana. Perseveré con ese “hábito talar” no poco tiempo. Pero cuando me miraba al espejo reconocía que tenían razón. Una conclusión clara que saqué de este episodio de mi vida es que cuando todo el mundo está de acuerdo en algo suelen tener razón. Por más que digan que la verdad no es una cuestión de votos, esto suele ser así.

Para más inri, dada la vida feliz que llevaba, dadas las muchas alegrías que me deparaba la vida parroquia, yo había engordado. Resultado: las dos primeras sotanas ya no me cabían. Vamos, que no me cabían de ninguna manera. A veces me preguntaba cómo llegué a caber en esas prendas. ¿Mi cuello era tan delgado? Es que no me cabían ni los brazos. Durante un tiempo, llegué a pensar que quizá tenía más músculo. Pero si era un músculo, desde luego era un músculo blando. Sabía que esa foto de Juan XXIII en mi sacristía era una mala influencia. Pero poner una pintura de Pío XII no arregló por sí sola la situación.

Y la situación era que las dos primeras sotanas ya no me cabían, la del sastre inepto nunca me pudo caber y la cuarta sotana parecía una toga. Era una sotana parroquial (hecha por una señora de buena voluntad), no se le podía pedir mucho.

Hice un quinto intento. La misma señora de la parroquia. Tuvo que descoser una de las sotanas primitivas. Pero, total, ya no entraba en ella. De perdidos al río. Esta sotana la llevé muy poco: era un potro de tortura. Tenía mil fallos. Estrecha por la espalda, no podía levantar los brazos del todo, la tela era pura fibra, hubo que ensanchar el cuello y poner un gancho en el extremo para cerrarlo con una presilla. Operación ésta dificilísima, realmente ardua. La señora me aseguró que con el tiempo lograría hacerlo sin necesitar tanto tiempo.

A estas alturas llegué a una conclusión, una conclusión que se caía por su propio peso, una conclusión que era evidente: cuando fuera a Roma (iba a ir a hacer el doctorado) me compraría una sotana. Ya estaba harto de soluciones de señoras jubiladas. ¡Hacer una sotana no era lo mismo que coser un mantel para el altar de la iglesia! Cuántos experimentos, cuántas incomodidades, para llegar a esa conclusión.


Y así llegamos a la sotana romana, pero ésa es una historia que contaré mañana que es la fiesta de san Martín de Tours.

Let's block ads! (Why?)

10:16

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

SacerdotesCatolicos

{facebook#https://www.facebook.com/pg/sacerdotes.catolicos.evangelizando} {twitter#https://twitter.com/ofsmexico} {google-plus#https://plus.google.com/+SacerdotesCatolicos} {pinterest#} {youtube#https://www.youtube.com/channel/UCfnrkUkpqrCpGFluxeM6-LA} {instagram#}

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets