La Virgen es fea. Mejor dicho, la imagen de la Virgen de los Dolores que veneramos en la parroquia, es fea. Eso me dicen. Sin embargo, a mí me emociona porque me parece que es una imagen de Nuestra Señora del todo real.
Mañana viernes, tradicional viernes de Dolores, a las 20 h., saldrá de nuevo la imagen de Nuestra Señora de los Dolores en procesión por las calles del barrio de Tres Olivos. En esta ocasión, acompañada y servida por los más de cien hermanos de la recién estrenada Hermandad del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora de los Dolores, y la presencia en la procesión de la banda “Maestro Guillén”, de Guadalix de la Sierra.
Estamos celebrando un cuidado triduo que nos prepara para este día. En él, vamos meditando en los tradicionales siete dolores de la Virgen María.
Precisamente ayer, en la meditación, decía yo a los fieles que tenemos una gran suerte de contar con esa imagen fea. Es verdad que lo parece: entrecejo muy marcado, cara con un rictus de dolor inconfundible, bolsas en los ojos, párpados y ojeras enrojecidos. Precisamente por eso es una imagen muy viva.
La Virgen lleva en esos ojos treinta y tantos años de sufrir. Desde el nacimiento de Jesús en Belén de cualquier manera, hasta dejar depositado el cuerpo del hijo en el sepulcro. Un rostro deshecho por la visión del hijo con la cruz a cuestas camino del calvario, la crucifixión, la terrible agonía de Jesús en la cruz, la muerte del hijo y ese terrible instante en que se lo depositan en los brazos. El dolor de ver cómo arrancan su cadáver de su abrazo, lo amortajan y lo dejan en la sepultura. El desgarro de la losa corrida tapando el cuerpo.
Qué digo treinta años. Dos mil años de sufrimiento. Cristo muerto y parece que no ha ocurrido nada. El mundo empecinado en el pecado. Dos mil años de divisiones e infidelidades. Dos mil años de olvido de Dios. Dos mil años y seguimos matándonos en guerras absurdas, muriendo la gente de hambre, buscando dinero y placer. Todo esto marca cada día una nueva arruga en el rostro de la Virgen hasta tener que reconocer que se han agotado sus lágrimas.
Nuestra imagen de la Virgen de los Dolores me recuerda mucho a esas mujeres de pueblo a las que tantas veces vi llorar frente a sus tragedias y que llegaban a un punto en el que ya ni llorar más podían. Rostros serenos, muy serenos, pero rostros enrojecidos de dolor, de llanto, de pena. Ojos hinchados, párpados que revientan de pena, ojeras preñadas de sufrimiento.
No. No es la belleza de la modelo de última hora solo preocupada por sí misma, ni la de la actriz que se cuida de que nada pueda perturbar su falsa impasibilidad, y que esconde un alma sin más sentimientos que una mera fachada. Es la belleza de la mujer de Nazaret que acepta el dolor, lo acoge como voluntad de Dios y lo ofrece, unido al sufrimiento de Cristo, por la salvación del mundo.
Con esta imagen, fea que dicen algunos, salimos mañana viernes en procesión a las 20 h. Por si quien acompañarnos. Invitados están.
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