La sociedad tiene problemas complejos que requieren soluciones complejas. Esta coyuntura podría ser la oportunidad para que la enseñanza superior volviera a ser relevante. La universidad –encallada en el debate sobre los límites de la libertad de expresión– busca su encaje social entre el pragmatismo y la herencia humanística.
Vivimos en tiempos líquidos. La ciudadanía critica que los políticos no saben dialogar para llegar a acuerdos. La democracia pasa por un mal momento, tensionada entre la legitimidad que otorgan los referéndums y la autoridad de los representantes electos. Se suceden episodios que fuerzan las costuras de la libertad de expresión. El diccionario Oxford declara posverdad como palabra del año 2016. El Brexit y el auge de los populismos replantean la misma idea de Europa. Muchos los ciudadanos navegamos en este mar de incertidumbres. ¿Cómo podemos encontrar respuestas a preguntas tan fundamentales?
Laberinto universitario
Sobre el papel, la universidad podría ser la brújula que necesitamos: un ámbito de reflexión con potencial para sumergirse en problemas complejos y profundos. No obstante, ella misma parece estar buscando la salida a su propio laberinto. En los últimos 50 años, la universidad ha experimentado cambios importantes. Posiblemente por influencia de la revolución industrial, la dimensión práctica de los conocimientos ha acabado siendo la preponderante. Este giro debería haber acercado la universidad a las necesidades reales de la sociedad. No obstante, hay quien lamenta que “todas las disciplinas se han vuelto más y más especializadas, y más y más cuantitativas, por lo que cada vez son menos accesibles al gran público”.
Aceprensa
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