4 de abril.

MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

 Libro de los Números 21,4-9.

Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!”. Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes”. Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: “Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.

Salmo 102,2-3.16-21.

Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor;
no me ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído, respóndeme pronto, cuando te invoco.
Las naciones temerán tu Nombre, Señor, y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria:
cuando el Señor reedifique a Sión y aparezca glorioso en medio de ella;
cuando acepte la oración del desvalido y no desprecie su plegaria.
Quede esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor:
porque él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo,
para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte. Los hijos de tus servidores tendrán una morada y su descendencia estará segura ante ti,

Evangelio según San Juan 8,21-30.

Jesús les dijo también: “Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir”. Los judíos se preguntaban: “¿Pensará matarse para decir: ‘Adonde yo voy, ustedes no pueden ir’?”. Jesús continuó: “Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: ‘Ustedes morirán en sus pecados’. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”. Los judíos le preguntaron: “¿Quién eres tú?”. Jesús les respondió: “Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.

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1. Son diversas las interpretaciones que los entendidos ofrecen sobre este episodio en el desierto: la plaga de picaduras de serpientes y la curación que se conseguía mirando a la serpiente de bronce enarbolada por Moisés.

Podría ser que esta serpiente recordara restos de idolatría en la región. Con frecuencia este animal era divinizado en las diversas culturas, por ejemplo como símbolo de la fecundidad. Parece que se permitió exhibir una imagen de la serpiente incluso en el Templo de Jerusalén, por la antigüedad de la costumbre y la interpretación más religiosa que se le daba en relación a Yahvé: hasta que el rey Ezequías mandó destruirla (cf. 2 R 18,4).

El sentido más probable parece que era éste. En el desierto abundaban las serpientes, que constituían un peligro para el pueblo peregrino. Una plaga especialmente mortal fue interpretada como castigo de Dios por los pecados del pueblo, y así mirar a esa serpiente mandada levantar por Moisés se podía entender como un volver a Dios, reconocer el propio pecado e invocar su ayuda. El libro de la Sabiduría valora esta serpiente no en sí misma, sino como recordatorio de la bondad de Dios, cuando el pueblo la mira: «el que a ella se volvía, se salvaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador de todos» (Sb 1 6,ó-7). No salva mágicamente, sino por la fe. Sería lo que el salmo de hoy nos invita a decir: «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti, no me escondas tu rostro el día de la desgracia».

2. Pero, si no sabemos qué significaba la serpiente del desierto, lo que sí sabemos es que el NT la interpreta como figura de Cristo en la Cruz: y él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador.

En este capitulo octavo, que empezamos a leer ayer, estamos ante el tema central del evangelio de Juan: ¿quién es Jesús? El mismo responde: «yo soy de allá arriba… yo no soy de este mundo… cuando levantéis al Hijo del Hombre (en la cruz) sabréis que yo soy».

Los que crean en él -los que le miren y vean en él al enviado de Dios y le sigan- se salvarán. Y al revés: «si no creéis que yo soy, moriréis en vuestro pecado».

Quienes le oyen no parecen dispuestos a creer: se le oponen frontalmente y el conflicto es cada vez mayor.

3. El mismo Jesús, en su diálogo con Nicodemo, nos explica el simbolismo de esta figura: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna» (Jn 3,14). Y en otra ocasión: «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12, 32-33). Este «ser levantado» Jesús se refiere a toda su Pascua: no sólo a la cruz, sino también a su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre.

Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días. Miraremos a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción en estos últimos días de la Cuaresma y en el Triduo Pascual. Le miraremos no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «yo soy» que nos ha repetido tantas veces en su evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos.

Una consigna prioritaria del Jubileo del año 2000, ya desde los años de su preparación, es la de fijar nuestros ojos en ese Jesús que Dios ha enviado a nuestra historia hace dos mil años, y que es el que da sentido a nuestra existencia y nos salva de nuestros males.

No entendemos cómo podían ser curados de sus males los israelitas que miraban a la serpiente. Pero sí creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal.

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