10 de abril.

LUNES SANTO

Libro de Isaías 42,1-7.

Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.

Salmo 27,1-3.13-14.

De David. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré?
Cuando se alzaron contra mí los malvados para devorar mi carne, fueron ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropezaron y cayeron.
Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza.
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor.

Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: “¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

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1. En esta Semana Santa como primera lectura leemos los cuatro cantos del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías. Los tres primeros, del lunes al miércoles. El cuarto, en la impresionante celebración del Viernes Santo. Son cantos que nos van anunciando la figura de ese Siervo, que podría referirse al mismo pueblo de Israel, pero que, poco a poco, se va interpretando como el Mesías enviado por Dios con una misión muy concreta en medio de las naciones.

El primer canto, que escuchamos hoy, presenta al Siervo como el elegido de Dios, lleno de su Espíritu, enviado a llevar el derecho a las naciones y abrir los ojos de los ciegos y liberar a los cautivos. Se describe el estilo con el que actuará: «la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará».

Como la misión de ese Siervo no se prevé que sea fácil -y así aparecerá en los cantos siguientes- el salmo ya anticipa la clave para entender su éxito: «el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?… Cuando me asaltan los malvados, me siento tranquilo: espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».

2. La entrañable escena de Betania sucedió «seis días antes de la Pascua», en Betania, y por eso se lee precisamente hoy.

La queja de Judas sirve para señalar la intención del gesto simbólico: Jesús es consciente de que su fin se precipita, e interpreta el gesto de María como una unción anticipada que presagia su muerte y sepultura.

La muerte de Jesús ya se ve cercana. Además, sus enemigos deciden matar también a Lázaro.

3. Jesús es el Siervo verdadero. El enviado de Dios para anunciar su salvación a todos los pueblos. El Mesías que demuestra ser el Siervo entregando su propia vida por los demás.

El pasaje que hemos leído en Isaías resuena casi al pie de la letra en los relatos que los evangelistas nos hacen del bautismo de Jesús en el Jordán: también allí se oye la voz de Dios diciendo que es su siervo o su hijo querido, y aparece el Espíritu sobre él, y empieza una misión de justicia y buena noticia.

También de él se puede decir que no quebró la caña que estaba a punto de romperse, sino que se mostró siempre lleno de paciencia y tolerancia (no como Santiago y Juan, que quieren hacer llover fuego del cielo sobre el pueblo que no les recibe, o como Pedro, que saca su espada y hiere a los que detienen al Maestro). Más tarde Pedro, con un conocimiento mucho más profundo de Jesús, podrá decir que «pasó haciendo el bien» (Hch 10).

También de él se podrá decir que devolvió la vista a los ciegos y se preocupó de liberar de sus males a toda persona que encontraba sufriendo. Y de esto somos más conscientes precisamente en vísperas de celebrar el Triduo de su muerte en la Cruz y su resurrección a la nueva existencia.

Ayer celebrábamos con él su entrada en Jerusalén, con un gesto decidido de asumir sobre sus hombros el destino que nos hubiera correspondido a nosotros. El Siervo camina hacia su muerte. Con unción previa incluida. Nuestros ojos estarán fijos en él estos próximos días, llenos de admiración. Dispuestos a imitar también nosotros, en su seguimiento, sus mismas actitudes de fidelidad a Dios y de tolerante cercanía para con los demás. Dispuestos a vivir como él «entregados por».

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Para reflexionar:

Reflexionamos sobre el episodio de María de Betania, en Mateo 26, 3-13, directamente unido a la Pasión, aun por el hecho de que, a partir de él, Judas toma la decisión definitiva de traicionar a Jesús.

Conocemos el episodio: Jesús se encuentra en la casa de Simón el leproso, en Betania; se le acerca una mujer con un frasco de alabastro, con aceite perfumado muy precioso, y se lo derrama en la cabeza mientras está a la mesa. “Al ver esto los discípulos, se indignaron y decían: ¿A qué viene este despilfarro? Pudo venderse a gran precio, y darse a los pobres. Jesús se dio cuenta y les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Ha hecho una buena obra conmigo. Pues siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho para mi sepultura. En verdad os digo que donde sea predicado este evangelio, en todo el mundo, se hablará también de lo que está ha hecho, para recuerdo suyo”.

Hasta hoy me he preguntado siempre por qué tanto énfasis en este episodio; nada menos que “donde sea predicado este evangelio”: ¿por qué tanta importancia? No sin motivo el Evangelista dice de este episodio algo que no ha dicho de ningún otro, sino de María madre de Jesús. Por tanto, una evidente analogía con el “Magnificat” que recuerda el “sí” de María de Nazaret.

Tal vez podamos entender mejor esta analogía teniendo como fondo a los otros personajes de esta narración: uno es Judas, al otro no se lo nombra sino por homonimia con el jefe de casa, Simón, pero en realidad podemos ya entender que es Pedro.

PEDRO/JUDAS:

Ya hemos meditado bastante sobre la actitud de Pedro respecto de la Pasión de Jesús: Pedro no quiere que Jesús muera por él, preferible morir él por Jesús, pero no Jesús. Trata, pues, de detenerlo, no quiere que Jesús haga nada por él, sino que él es quien quiere hacer algo por el Señor. Esto resuena también en las palabras que le dice a Jesús cuando le va a lavar los pies: “¡No me lavarás los pies jamás!”, no me harás este servicio por el que tenga que agradecerte.

Pedro quiere detener a Jesús, porque se deja llevar por su ansia eficientísima, organizativa. El Señor tiene que quedarse atrás, no admite que pueda hacer algo por él, morir por él, y por tanto, no tiene la actitud justa respecto de la Pasión del Señor.

¿Cuál es la lógica de Judas? Judas hace lo contrario y, como se verá en el versículo 14, al final del episodio, quiere llevar a Jesús a la Pasión. ¿Por qué? Observemos a Judas cuando todavía no había tomado su resolución final que, como decíamos, nace tal vez de un sentimiento de desquite. Judas es el que más insiste en la crítica: “¿Para qué este desperdicio? Se podía vender a buen precio y darlo a los pobres”.

No sé si a ustedes les ha sucedido lo mismo que a mí, que en varias ocasiones me he sentido un poco de acuerdo: en el fondo, ¿no se podía tomar un aceite de menor precio y dar una buena limosna a los pobres? ¿Cuántos de nosotros no hemos pensado secretamente en esto? Por tanto, tampoco nosotros logramos comprender lo que está sucediendo. En el fondo, decimos: los pobres son importantes y Jesús mismo dijo en los versículos anteriores: “Cada vez que hayáis hecho estas cosas a uno solo de estos hermanos míos más pequeños, lo habéis hecho a mí”, y “cada vez que no habéis hecho estas cosas a uno solo de estos hermano míos más pequeños, no lo habéis hecho a mí”.

Por tanto, Judas podría decir: Señor, me baso en lo que dijiste, estos 5.000 pesos se les podían dar a los pobres y no se les dieron, por tanto, es inútil que te los den a ti. ¿Cuántas veces también nosotros no hemos pensado así? Todo es desperdicio; vendamos, pues, todo; vendamos también el tiempo de la oración, porque mientras rezo dejo de asistir a un enfermo, mientras rezo hay alguien que necesita de mí. He aquí la lógica definitiva: si solamente vale el servicio directo al prójimo, entonces tiene razón Judas.

En este episodio vemos que está en juego algo sumamente importante: la actitud del hombre hacia la Redención de Jesús. En efecto, la respuesta de Jesús es amplia: “¿Por qué molestáis a esta mujer?”. Como fórmula es bastante fuerte y, por analogía, me ha impactado sobre todo Pablo (Ga 6, 17) cuando, después de haber discutido en toda la carta contra los que querían las observaciones judaicas, dice: “En adelante nadie me proporcione sufrimientos, porque yo llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús”, es decir, estoy seguro de estar con Cristo, en la plenitud de la verdad.

Me parece que Jesús dice algo semejante: esta mujer tiene razón, sólo ella ha comprendido y no debe ser molestada. ¿Por qué ha comprendido? Jesús continúa: “Ella ha hecho una obra buena conmigo”. Los judíos hablaban a menudo de acciones buenas, que eran precisamente las obras de misericordia y Jesús parece decir: Yo también soy alguien, yo también soy objeto de su amor, de su misericordia, por tanto lógicamente no me pueden negar algo con el pretexto de dárselo a otro; también yo soy una persona delante de ustedes, que puede tener necesidad de ustedes. Podemos intuir este significado: esta mujer ha obrado bien, me ha honrado y esto es justo; nadie puede decir que se pierda tiempo o se malgaste dinero.

Después continúa Jesús con una frase que, como bien sabemos, ha sufrido mistificaciones terribles, es una frase que ha hecho mucho mal a la Iglesia y a los pobres:

“Los pobres siempre los tendréis con vosotros”. Como sabemos, esta frase ha sido utilizada para decir que, en el fondo, siempre habrá pobres, los pobres no pueden acabarse. Jesús, al pronunciar esta frase, corrió el riesgo de terribles malos entendidos.

Pero si lo hizo, quiere decir que tenía algo importante para decirnos: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis”. ¿Sobre qué nos hace reflexionar Jesús? Me parece que, si leemos esta frase a la luz de las palabras que dijo anteriormente (“Cada vez que hayáis hecho estas cosas a uno solo de estos hermanos míos más pequeños, lo habéis hecho a mí…”), entendemos el sentido que me parece hemos tratado de profundizar en estas mediaciones: lo que hagan a ellos, lo hacen a mí, pero lo que hacen a mí, lo hacen a ellos. Es decir, no crean poder llegar a ser Iglesia de eficiencia, que sí organiza la beneficencia, pero sin ser Iglesia de amor.

Si estas dos cosas no van juntas y a un cierto momento se separan la una de la otra, la Iglesia se convierte en obra social como las otras, una grande organización en la que se pregunta para qué conservar ese residuo de oraciones en vez de darles un significado secular; para qué leer el Evangelio en vez de leer una obra de sociología, pues al fin y al cabo el significado es el mismo.

Me parece que Jesús nos hace comprender, clara y fuertemente, este vínculo inseparable que Pedro, y sobre todo Judas, tratan de romper: cuando yo ya no esté, siempre tendrán a los pobres, siempre habrá un hermano, ayudando al cual me ayudarán a mí, pero cuando me ayuden a mí, ayudarán a los demás.

Pero aquí nos encontramos solamente en el umbral del misterio, porque Jesús añade todavía una frase: “Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho para mi sepultura”.

Me parece que María de Betania representa el “sí” de la humanidad a la muerte de Jesús. No es Pedro quien dice a Jesús: Tú no harás esto, sino que es la humanidad la que le dice a Jesús: te doy gracias, oh Señor, te alabo y te honro por el amor con el que das la vida por nosotros. Es la participación de la humanidad en la muerte del Señor, participación que es pasiva, es humillante, si quieren, para quien desea estar siempre en el primer puesto. Humillante para Pedro y para Judas, humillante para todos nosotros, que quisiéramos hacer algo por el Señor, pero a quienes el Señor dice en realidad: ustedes creen hacer algo por mí, pero si tienen el corazón iluminado como esta mujer, entenderán que soy yo quien estoy haciendo algo por ustedes. Esta mujer está aceptando mi amor de Salvador: es la única que ha entendido el Evangelio. El Evangelio es el amor de salvación, por eso será predicado. EV/GRATUIDAD

La buena noticia aparece, pues, aquí en una persona que ha logrado comprender que el Evangelio no es gloriarse de hacer algo por el Señor, sino dar gracias porque el Señor hace algo por nosotros pobres. Los primeros pobres por ayudar somos nosotros.

Esta mujer, pues, es el símbolo de la humanidad que se dejó amar por Jesús en su Pasión. Es el símbolo de la realidad de María: esta mujer hace de modo “intuitivo” este gesto, pero quien lo hace “plenamente”, lo sabemos por Juan, es María, quien como madre acepta el absurdo de que su Hijo sufra por ella. Una madre querría aceptar cualquier sufrimiento por su hijo y no viceversa; en cambio, como esta madre no posee a Jesús, sino que está poseída por él como humanidad y como Iglesia, entonces a través de un camino doloroso de fe, un largo camino, que Juan y Lucas nos describen, llega al Calvario dispuesta a dejarse salvar por los sufrimientos del Hijo.

Es ella quien dice su “sí”, no un “sí” para hacer algo, sino un “sí” para dejar hacer, que es la cosa más terrible que ella, como madre, puede aceptar. Ella querría hacer cualquier cosa, en cambio el sí del dejar hacer es precisamente la espada que atraviesa su corazón, y contemporáneamente es el sí de la humanidad que, pisoteando el orgullo de la propia salvación, dice: Señor, te doy gracias porque eres más bueno que nosotros, porque viniste en ayuda de nosotros que somos pobres.

Al meditar esto, cada uno podría decir: ¿en dónde estoy? ¿Estoy con Simón, preocupado por retener a Jesús? ¿Con Judas, preocupado por cualquier iniciativa que debe seguir adelante a toda costa? ¿O digo con María de Betania y con María de Nazaret: “Haz tú, Señor, gracias? Digo: “Señor, déjame obrar a mi” o “Señor, te doy gracias porque obras tú”?.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S. MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág. 224ss


UNCIÓN PARA EL ENTERRAMIENTO

La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que corresponde al campo de lo anecdótico. Pero el mismo Jesús añade en el evangelio: «En verdad os digo: dondequiera que se predique el evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mc 14,9). ¿Pero en qué radica esta afirmación que dura a través de los tiempos? El mismo Jesús nos ofrece una interpretación, cuando dice: «Lo ha hecho… anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; cf. Jn 12,7). Así, pues, él compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que era corriente entre los reyes y los potentados. Tal unción era una tentativa de salir al paso a la muerte: solamente en la putrefacción, en la destrucción del cuerpo, así se creía, completa la muerte su obra. Mientras queda el cuerpo, el hombre no se ha deshecho, no ha muerto totalmente. Según eso, Jesús ve en el rasgo o gesto de María la tentativa de asestar un golpe a la muerte. El reconoce ahí un esfuerzo malogrado, pero no inútil, que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la inmortalidad. Pero lo ocurrido en los días siguientes muestra la impotencia de tal esfuerzo humano; no existe ninguna posibilidad de proporcionarse a sí mismo la inmortalidad Ni el poder de los ricos ni la abnegación de los que aman pueden conseguir esto. En fin de cuentas, tal tentativa de «unción» es más una conservación que una superación de la muerte. Sólo una unción es suficientemente fuerte para oponerse a la muerte, a saber, el Espíritu santo, el amor de Dios. La pascua es su victoria, en la que Jesús se muestra como el Cristo, como el «ungido» de Dios.

Sin embargo, la acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.

¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción de la fe y del amor. Una frase del evangelio puede dar, tal vez, más color a esta afirmación. Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó del aroma del aceite o perfume (12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo: «Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. Pero también hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a sí mismo. Él se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad. Pero, detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva concepción de la salvación del mundo y de Israel.

Él había acudido a Jesús con una esperanza bien determinada; según ella, le midió a él y por ella le negó. Así representa él no sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la incapacidad de escuchar, de oír y obedecer frente a la humildad del aro que se deja conducir incluso a donde no quiere. «La casa se llenó del aroma del perfume»_¿ocurre así con nosotros?_¿Exhalamos el olor del egoísmo, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la vida, que procede de la fe y lleva al amor?

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 82 s.

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