Domingo 07 de Febrero de 2016
Domingo 5º durante el año
Verde
Antífona de entrada Sal 94, 6-7
Vengan, inclinémonos para adorar a Dios, doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó; porque él es nuestro Dios.
Oración colecta
Dios nuestro, cuida a tu familia con incansable bondad, y, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza, defiéndela siempre con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Señor y Dios nuestro, que has creado los frutos de la tierra para sostener nuestra fragilidad, haz que estos dones se conviertan en sacramento de vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión cf. Sal 106, 8-9
Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres, porque él sació a los que sufrían sed y colmó de bienes a los hambrientos.
O bien: Mt 5, 4.6
Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Oración después de la comunión
Señor, que nos hiciste compartir el mismo pan y el mismo cáliz, concédenos vivir de tal manera que, unidos en Cristo, demos fruto con alegría para la salvación del mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
1ª Lectura Is 6, 1-2a. 3-8
Lectura del libro de Isaías.
El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Y uno gritaba hacia el otro: “¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria”. Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!”. Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: “Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”.
Palabra de Dios.
Comentario
El relato de la vocación de Isaías puede parecerse al llamado que Dios hizo a cualquiera de nosotros. Dios nos llama, desde su Gloria se abaja a nuestra humanidad, y eso mismo nos hace sentir una distancia infinita entre nuestro pecado y su santidad. Y aún así, nos envía. Porque el pueblo necesita palabras, voces, y gritos, que anuncien la salvación que Dios regala.
Sal 137, 1-5. 7c-8
R. Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque has oído las palabras de mi boca. Te cantaré en presencia de los ángeles y me postraré ante tu santo Templo. R.
Daré gracias a tu nombre por tu amor y tu fidelidad. Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. R.
Que los reyes de la tierra te bendigan al oír las palabras de tu boca, y canten los designios del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R.
Tu derecha me salva. El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.
2ª Lectura 1Cor 15, 1-11
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano. Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.
Palabra de Dios.
O bien, más breve: 1 Cor 15, 3-8. 11
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.
Palabra de Dios.
Comentario
“La evangelización debe contener siempre –como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo– una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios. No una salvación puramente inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales pero que se agotan en el cuadro de la existencia temporal y se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto, Dios, salvación trascendente, escatalógica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 27).
Aleluya Mt 4, 19
Aleluya. “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”, dice el Señor. Aleluya.
Evangelio Lc 5, 1-11
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Palabra del Señor.
Comentario
El permanente desafío es trabajar en nombre de Jesús. Los proyectos pastorales, la catequesis y todas las tareas que hacemos en la Iglesia, sin Jesús, corren el riesgo de volverse puro activismo. El Espíritu Santo nos dispone para la escucha. Escuchemos lo que Jesús nos manda hacer, y hacia allí encaminemos nuestros esfuerzos. Él trabaja con nosotros, está en nuestra barca.
Oración introductoria
Jesús, gracias porque hoy tengo la oportunidad de suplicarte que entres a la barca de mi vida. Por intercesión de tu Madre santísima, quiero apartarme de mis preocupaciones y de todo lo que me distraiga o impida escucharte en esta oración.
Petición
Concédeme desprenderme de todo aquello que me ata al puerto de mi egoísmo.
Meditación
1.- Contesté: aquí estoy, mándame. La vocación del profeta Isaías se realizó, algunos siglos antes, en una situación muy parecida a la vocación de Simón y de sus compañeros, tal como acabamos de ver y analizar. También el profeta Isaías se sintió llamado por Dios a la misión profética después de haber experimentado, ante una teofanía excelsa, su propia indignidad e impureza: “yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”. Sintiéndose purificado por Dios, se puso incondicionalmente a su servicio. El profeta Isaías, como más tarde la Santísima Virgen, Simón y sus compañeros, se ofreció a Dios desde la humildad y el reconocimiento de su pequeñez, consciente de que el Señor levanta a los humildes y destrona a los soberbios. Sabiendo que si buscaba su propia gloria, nunca podría encontrar la gloria de Dios.
2.- Por último, se me apareció también a mí. Todos conocemos de memoria la llamada que Dios le hizo a Pablo, su vocación, en el camino de Damasco. Primero le derribó del caballo y después le hizo su apóstol. San Pablo, antes de su conversión, era un judío valiente, honrado y comprometido con la defensa de su religión, que quería exterminar a sus enemigos con la fuerza de su propio brazo. Pero cuando Cristo le derriba se da cuenta de su propia fragilidad, de que nada puede por sí mismo, de que sólo vaciándose de sí mismo podía llenarse de Dios. Él, mirándose a sí mismo, se consideraba el último de los apóstoles, pero con la fuerza de Cristo había trabajado como el que más. Porque, como él mismo nos diría más tarde, sólo “por la gracia de Dios, soy lo que soy”, porque “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. También la vocación de Pablo, como antes la vocación del profeta Isaías y la de Simón y sus compañeros, estuvo precedida por el reconocimiento de su propia fragilidad y de su propio pecado, de su previa conversión a Cristo, del reconocimiento previo de la grandeza de Dios.
3.- Nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Todos hemos pasado por algunos momentos malos, en los que no veíamos posibilidad alguna de conseguir lo que buscábamos y nos entraron ganas de abandonar y tirar la toalla. Pero alguien que nos conocía y nos quería bien nos animó a seguir luchando y, al fin, después de mucho trabajo y esfuerzo, conseguimos salir adelante. Si esto puede pasar en el orden puramente material de los negocios y empresas humanas, con mucha más razón debemos confiar los creyentes que pasará en el orden de nuestras luchas y afanes espirituales. La confianza en Dios y en la palabra de Cristo debe ser para nosotros una fuerza que nos fortalezca interiormente y una luz que nos guíe en nuestro diario caminar. Simón tenía razones suficientes para sacar las redes a la playa y descansar sosegadamente aquella noche; de pesca sabía él tanto, por lo menos, como Nuestro Señor. Pero para Simón no se trataba tanto en aquel momento de dejarse guiar por sus conocimientos, sino de confiar ciegamente en la palabra de su Maestro. Sabía Simón que Jesús le quería y que, por eso, de ninguna manera le iba a aconsejar algo que fuera malo para él. También “el milagro de la pesca milagrosa”, tal como nos lo narra hoy Lucas en su evangelio, debe ser para nosotros un signo de la fuerza y de la eficacia de nuestra confianza en Dios y en la palabra de Cristo. ¡La fe mueve montañas! Trabajemos nosotros duro, rememos y breguemos con entusiasmo y dejemos que sea Dios el que, al final, nos ayude a conseguir lo que nosotros, por nuestras solas fuerzas, no éramos capaces de conseguir.
4.- No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Las tres lecturas de este domingo nos hablan del tema de la vocación, de la llamada que Dios hace a las personas para que realicen una determinada misión en su vida. Los compañeros de Simón se habían quedado sobrecogidos y admirados ante la magnitud de la pesca recogida; la palabra del Maestro había sido una palabra de una eficacia sobrehumana. Sin duda su Maestro era una persona admirable y bendecida por Dios, ante la cual ellos, pecadores, sólo podían arrodillarse y obedecerle. Esa era la condición previa que Jesús quería de ellos, antes de hacerles pescadores de hombres: que no confiaran tanto en sus saberes y en sus propias fuerzas, que se fiaran absolutamente de Dios. Simón y sus compañeros habían aprendido la lección y “dejándolo todo, lo siguieron”. Esta debe ser la actitud de toda persona que se siente llamada al apostolado: remar y trabajar duro, pero, al final, reconociéndose débiles y pecadores, fiarse de Dios y trabajar en su nombre.
Petición
Señor, te pido que me des la la humildad para hacer lo que Tú me pides. Que confíe en que Tú sabes el camino para mi salvación.
Diálogo con Cristo
No quiero pedirte que te apartes de mí. Soy un pecador, no soy digno de tu presencia, pero mi corazón se moriría sin el calor de tu gracia. Contigo lo tengo todo. Contigo puedo convertir mi nada en un maravilloso todo. Contigo puedo ser el pescador de esos hombres que navegan por su vida sin saber a qué puerto les conviene llegar. Contigo soy feliz y dichoso, nunca permitas que me aparte de Ti.
Publicar un comentario