“Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. (Lc 2,22-40)
Toda una vida viviendo de una promesa.
Toda una vida viviendo de una esperanza.
Toda una vida que no se cansa de esperar.
Simeón vivió y envejeció creyendo a una promesa.
Simeón vivió y envejeció sin cansarse de esperar.
La luz tardó en alumbrar.
La noche fue larga como para envejecer.
Pero, la esperanza es así, no tiene hora.
Pero, las esperanzas sembradas en el corazón terminan amaneciendo.
Comienza a hacerse luz cuando sus ojos se están ya apagando.
Puede abrazar al Salvador prometido, cuando ya sus brazos están cansados.
Dios nos hace esperar.
Dios no funciona al ritmo de nuestros relojes.
Dios no funciona al ritmo de nuestras prisas.
Pero Dios no falla.
Dios no nos engaña con sus promesas.
Dios no falla a nuestras esperanzas.
La esperanza es así.
Saber esperar, por más que sintamos que el tiempo pasa.
Saber esperar, por más que sintamos que la noche se hace demasiado larga.
Saber esperar, incluso aunque nosotros nos cansemos de tanta espera.
Por fin, los ojos mortecinos del anciano logran ver al Salvador.
Por fin, sus brazos cansados de anciano logran abrazar al Salvador.
Por fin, su corazón logra estrechar a su Salvador.
Una vida llena de promesas y esperanzas.
Para por fin, gozar en la vejez.
Me encanta ver que un anciano logra al final de sus días lo esperado durante toda una vida.
Pero más me encanta contemplar a un anciano cantando de alegría por haber logrado lo que siempre esperó.
Me encanta escuchar que al final de la vida alguien puede cantar de gozo y de alegría.
Es la nueva Epifanía de Jesús.
Es la Epifanía de Jesús a Israel en la persona de un anciano que solo espera la muerte.
Es la Epifanía de Jesús a un anciano que está en el Templo.
En la primera Epifanía, los Magos, regresan a sus tierras por otro camino.
No dicen ni palabra, solo adoran de rodillas y se van.
Ahora es la Epifanía del que también quiere regresar con la vida plena y realizada.
María y José miran, callan y su corazón vive y siente.
Mientras tanto, alguien cargado de años, siente el gozo de haber vivido.
Siento la alegría de María y José.
Siento la alegría dejándose abrazar por quien supo esperar.
Pero, confieso que hoy siento la alegría de un anciano que lleno de gozo, ya no le importa prolongar su vida.
Le basta “que sus ojos le han visto”.
En un tiempo se celebraban la Purificación de María.
Luego se comenzó a celebrar la “Presentación del Niño al mundo”.
Yo celebraría hoy “el Día y la fiesta de los ancianos”.
Yo celebraría hoy “la alegría y felicidad de los ancianos”.
Yo celebraría hoy “la alegría y la felicidad como cumbre de toda una vida”.
Es hermosa la sonrisa de un Niño.
¿Y no es hermosa la sonrisa de un anciano fundida con la sonrisa de un niño?
Es hermoso ver a un niño en la cuna.
¿Y no es hermoso ver a un niño estrechado por los brazos de un anciano?
Es la espera y la realidad abrazadas de un mismo gozo.
Es el ayer que se va pero sosteniendo en sus brazos el futuro que comienza.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario
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