9 de febrero.

«Salomón ofrece sacrificios antes de construir el Templo» (102 x 155), colección privada, Madrid; id. (180 x 178 cm, completado por Solimena, 1702), Palacio de la Zarzuela.

«Salomón ofrece sacrificios antes de construir el Templo» (102 x 155), colección privada, Madrid; Palacio de la Zarzuela.

MARTES DE LA SEMANA 5ª DEL TIEMPO ORDINARIO

Primer Libro de los Reyes 8,22-23.27-30.

Salomón se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: “Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, que mantienes la Alianza y eres fiel con tus servidores, cuando caminan delante de ti de todo corazón. Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra? Si el cielo y lo más alto del cielo no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo he construido! No obstante, Señor, Dios mío, vuelve tu rostro hacia la oración y la súplica de tu servidor, y escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu servidor. Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre el lugar del que tú dijiste: ‘Allí residirá mi Nombre’. ¡Escucha la oración que tu servidor dirige hacia este lugar! ¡Escucha la súplica y la oración que tu servidor y tu pueblo Israel dirijan hacia este lugar! ¡Escucha desde tu morada en el cielo, escucha y perdona!

Salmo 84,3-5.10-11.

Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente.
Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios.
¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar!
protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados.

Evangelio según San Marcos 7,1-13.

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”. El les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. Y les decía: “Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: ‘Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte…’ En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!”.

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1. (año II) 1 Reyes 8,22-23.27-30

a) Es impresionante la estampa de este joven rey, Salomón, delante del pueblo, con los brazos elevados al cielo, dirigiendo a Dios, en el Templo recién edificado, una solemne oración en nombre de todos. Al frente de un pueblo que se considera propiedad de Dios, Salomón se siente rey y sacerdote a la vez.

Aquí leemos una selección de su hermosa oración, que en el libro de los Reyes aparece bastante más larga. Da gracias a Dios por su fidelidad. Reconoce que Dios no necesita templos ni puede quedar encerrado en ellos. Es consciente de que Dios es trascendente, el todo otro, y a la vez que está también muy cercano a su pueblo.

Y termina pidiéndole, por sí mismo y por todos los miembros de su pueblo presentes y futuros, que preste siempre atención y escuche las oraciones que se le dirijan en este Templo.

El salmo nos hace cantar la alegría y el orgullo que los judíos sentían por su Templo: «Qué deseables son tus moradas, Señor… dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre…».

b) Todas las religiones dan importancia al lugar sagrado, lugar de oración y de encuentro con la divinidad. Los judíos tuvieron, durante el tiempo de su peregrinación por el desierto, su «tienda del encuentro», y después este Templo de Jerusalén.

Para nosotros la novedad radical ha sido la persona de Cristo, que además de ser el sacerdote y la víctima y el altar, también se nos presenta como el auténtico Templo del encuentro con Dios: «Destruid este Templo y lo reedificaré en tres días».

Los cristianos, desde el principio, dieron más importancia a la comunidad que al edificio.

Al contrario de los paganos y de los judíos, que ponían énfasis en el templo como lugar de la presencia divina, «domus Dei» “casa de Dios”, al que pocos tenían acceso, los cristianos entendieron el lugar de culto sobre todo como «domus ecclesiae» “casa de la Iglesia -etimológicamente del verbo griego kaleo: llamar, lugar de los llamados-, la casa de la comunidad, considerando a la comunidad misma como lugar privilegiado de la presencia de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo».

Los judíos -y ahora nosotros- eran invitados a no «absolutizar» su Templo. Los profetas ya se encargaron de advertirles que no podían buscar en el Templo como un álibi (coartada) para descuidar el cumplimiento de la Alianza con Yahvé: «No os fiéis de palabras engañosas diciendo: Templo del Señor, Templo del Señor, Templo del Señor. Si me juráis vuestra conducta y obras, si hacéis justicia y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar» (Jeremías 7,4-7).

Pero a la vez, los cristianos vieron muy pronto la conveniencia de construir iglesias para la reunión de la comunidad y la celebración de su oración y sus sacramentos, en un espacio separado de los espacios profanos.

Nuestro aprecio y respeto al lugar de nuestro culto está aún más motivado que el que los judíos tenían a su Templo: para los que nos reunimos en él y también hacia fuera, por la imagen de una iglesia con su campanario en medio del pueblo o de las calles de la ciudad, como recordatorio hecho piedra de nuestra dirección existencial hacia Dios.

2. Marcos 6, 53-56

a) La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las manos antes de comer.

Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores.

Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de interpretaciones caprichosas, llegan a anular el mandamiento de Dios (que si es importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

El ejemplo del cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente. Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrecer a él, lo que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad. Pensemos en clave de misericordia, no solamente por este año santo, sino porque es la mente de Dios que actuemos por misericordia y no por legalismo.

b) Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta.

Por ejemplo si somos dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso tramposas, por encima de la caridad o de la justicia.

Tal vez nosotros no seremos capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no las manos antes de comer. Ni tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra? ¿tenemos también nosotros la tendencia a aferrarnos a la «letra» y descuidar el «espíritu»? ¿en qué nos escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia?

Seria muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7).

«El universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen» (prefacio común IX)


17:35
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