Demasiado miedo a hablar en la Iglesia

Muchos de los lectores de este blog, así como de los que me siguen en las redes sociales son compañeros sacerdotes, y lo que me sorprende de muchos de ellos, por no decir casi de la totalidad, es que me muestren su asombro por las cosas que digo, afirmando que están de acuerdo en muchas de mis apreciaciones pero que jamás se atreverían a decirlo en público, y mucho menos en un blog que cuenta con miles y miles de lectores.

Sí. Triste realidad el miedo en compañeros y en grupos e instituciones, que se muestran críticos o no muy conformes con cosas que ven en el santo padre o en sus obispos o superiores, pero que no dicen nada por si acaso. Esto se llama falta de caridad. Punto.

Yo creo que se equivocan. El papa Francisco nos ha dicho desde el inicio de su pontificado, y ha repetido en numerosas ocasiones, por ejemplo en el sínodo de la familia, que desea que todos nos expresemos con libertad, que seamos capaces de presentar sinceramente nuestras opiniones y que no tengamos miedo a nada. Supongo que eso deja claro que no hemos de temer ni al papa, ni al obispo ni al superior. Lo realmente grave es pensar una cosa, callarse, y dar palmadas en la espalda diciendo que todo muy bien, mientras por lo bajo o en otros círculos sostenemos todo lo contrario. Si el papa es de esa opinión, y así lo ha reiterado en numerosas ocasiones, estemos tranquilos que nuestros obispos no harán lo contrario.

Desde esa convicción no tengo reparo en escribir lo que pienso, mi visión de las cosas, opiniones, sugerencias. Eso sí, en mis libres opiniones, mías y muy mías, intento colocar tres límites:

–          El respeto absoluto a las personas, aunque a veces me haya pasado y tengo que seguir corrigiéndome.  Porque una cosa es discrepar en un modo de acción pastoral, una forma de ver las cosas, un criterio, y otra lanzarme al cuello de quien lo propone llamándole de todo menos bonito y acusándole de ser el toro que empitonó a Granero y el virus causante del ébola mundial.

–          El respeto absoluto a la doctrina de la Iglesia, que siempre ha de quedar a salvo. Hay cosas que para un servidor no son opinables y punto: la maldad del aborto, el robo, el insulto, la calumnia, la divinidad de Cristo, la validez del catecismo. Por ejemplo.

–          La obediencia siempre manda. Es decir, que uno piensa que una cosa es mejor o peor y tiene su derecho, e incluso su deber, de expresar su opinión. Eso sí, si el obispo dice que es conveniente, a por ello. Pongo un ejemplo. En Madrid, en cuaresma, se nos ha pedido colaboración para predicar la misericordia en parroquias y en ofrecer cada parroquia para impartir esas charlas. Reconozco que tengo mis dudas de lo acertado de este asunto. Pero el primero que se ha ofrecido como sacerdote y ha puesto la parroquia a disposición de la diócesis, servidor.

Y junto a estos límites, el del trabajo. Porque como dice Pablo, hay muchos ocupados en no hacer nada y que se pasan el día de crítica en crítica y de reproche en reproche. Si no trabajamos, si la parroquia no se atiende, si está cerrada todo el día y no nos encuentran ni para atender a un enfermo, entonces calladitos, no sea que con la crítica estemos tratando de tapar nuestras vergüenzas.

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03:13

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