La Transfiguración del Señor
El Evangelio habla de la transformación radical que han vivido los tres discípulos que se encuentran con Jesús en la Montaña y que los vuelve capaces de percibir como un fulgor, como una rápida percepción de la divinidad de Cristo. La primera lectura hablaba de la transformación de Abrahán, que contra lo esperado pasa de estar asentado en un lugar a ser nómada en búsqueda de la tierra prometida, y del estado de pagano, como era entonces, al estado de adorador del verdadero Dios. La lectura de Pablo a los Filipenses habla de la transformación de una vida de pecado a una vida de virtud. Todas estas transformaciones podrían ser llamadas de manera muy apropiada con el nombre que tienen en la tradición cristiana: son conversiones.
Los discípulos que se encontraban con Jesús sobre la montaña fueron transformados, porque recibieron una iluminación. En el Evangelio, iluminación y conversión van de la mano. Jesús refiriéndose a los ojos del corazón, dice: la luz del cuerpo son los ojos. Si tu ojo está sano, todo el cuerpo está en la luz; pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Cómo llegamos a la iluminación: a través de la conversión.
Cuando San Pablo habla de conversión, sabe por experiencia, de qué cosa está hablando. Cuando recibe en el camino a Damasco la luz que lo cegó, fue preso de amor por Cristo de una manera absoluta de tal manera que para él la vida era Cristo y la muerte una ganancia. Sus valores se ordenaron tanto que lo que antes consideraba importante se vuelve para el como desperdicio, confrontado con la gran gracia de conocer a Jesucristo, su Señor.
Se podría decir con alguna escuela psicológica, a manera de ejemplo, no como dogma, que el nacimiento se extiende a cada paso de madurez en las etapas del crecimiento. La primera es cuando el niño sale del seno de su madre. La segunda la encontramos en el momento de la pubertad, cuando el adolescente entra en la vida adulta como persona que debe tender a la independencia y a la responsabilidad. La tercera se verifica cuando una persona, habiendo adquirido un cierto grado de vida espiritual, sale de los conflictos que ocupan mucho tiempo en su vida, para descubrir mejor su yo y abrirse al prójimo. Y la etapa última es evidentemente cuando deja el mundo presente para entrar en la eternidad.
Algún autor ha escrito que muchas personas no pasan con éxito a través de estas etapas, que generan crisis, y entonces se podría decir que no han llegado a nacer completamente. Se cree que la razón principal de esto es el miedo a la muerte que precede necesariamente cada uno de estos nacimientos. Así, como el niño no deja fácilmente el seno materno, se rechazan fácilmente los sufrimientos y el dolor que implica cada nacer de nuevo, ese dolor hace que maduremos y que encontremos la vida de Verdad. Por la cruz se llega a la resurrección, es el mensaje de la transfiguración.
Jesús es el modelo en ir asumiendo y cumpliendo las etapas de su vida. Ve que su hora se aproxima y en la Montaña en una noche intensa de oración habló de su muerte próxima con Elías y Moisés. Esta transformación en él provocó una transformación en sus discípulos que lo acompañaban. Ellos entonces eran capaces de percibir un poco aquello que Jesús era como hombre y como Dios, y lo que significaba llegar hasta el fondo en su misión.
Que María santísima nos acompañe al Tabor para que nos transformemos asumiendo nuestra vocación y misión.

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