Pues casi, casi, como la coca-cola. Y como el señor cardenal, en un alarde de incisión e inteligencia de la problemática vocacional -amén de la angustia de quedarnos sin sacerdotes autóctonos en este país- nos ha pedido a todos “creatividad", le sugiero que contrate a la misma compañía publicitaria de la coca-cola para poner anuncios ad hoc, al menos en las grandes capitales.
Igual daban más resultado que “las pastorales mudas” que no alimentan a las ovejas y las matan de hambre, y mejoran los números de los pastores echados a la bartola, gastados en comer y beber como buenos mercenarios, y sin dar un palo al agua, que es muy cansado. O, en lugar de poner en los campanarios banderas locales, republicanas o independentistas, unos buenos neones o unos buenos colorines al laser, con una música chillona, y mejor aún si es de autoría con género fluido y fluyente, pues igual conseguían seminaristas -o así-, con mucho ritmo y mucha marcha, que es lo que mola.
De hecho. en su discurso ha colocado toda la tarea vocacional -la iniciativa, el mantenimiento y la responsabilidad- en los exclusivos y divinos hombros del Señor -que ciertamente no los hay mejores-, al decirnos, el buen y benéfico cardenal, que “Jesús es el único competente para invitar", vocacionalmente hablando. O sea y para aclararnos: él no se siente ya autorizado -a saber cuándo fue la última vez que hizo algo así; o la primera y última; o ni la primera siquiera- a plantearle a nadie la vocación, y pretende -así lo dice- quitarnos a todos el mandato del Señor y de la Iglesia.
Así, y ya puestos, nos quitamos toda la responsabilidad moral y eclesial, empezando por todas las cabezas visibles -muchas también invisibles, como ectoplasmas- de las diócesis: todo queda en Sus manos; no en el sentido clásico -el de toda la vida- de que “Él es el que da el incremento", sino en el sentido -tan actual y moderno: de ayer mismo, oigan- de que es Él el que lo ha de hacer TODO. “Typical spanish": uno trabajando y, justo los que más obligación tenían de echar una mano, mirando; pero eso sí: a la hora de cobrar, todos, por supuesto; y si no llega para todos, que no cobre el currante: que además con su acometida nos ha dejado en muy mal lugar.
Tal propuesta responde a otro anuncio publicitario de cuando yo era jovencito: “¡Que trabaje Ruton!". Pues eso. Claro que de un plumazo, el buenazo e inteligentísimo cardenal, se ha cargado toda la historia de innumerables e innumerables vocaciones suscitadas por tantísimos párrocos, religiosos y religiosas, padres y madres, catequistas…, incluso obispos, arzobispos y cardenales. ¡Hasta Papas!. Claro que esos eran “de los de antes". Justo, todo lo que ahora ya no sirve… porque se ha optado por no hacerlo; y, como era previsible y es contabilizable a día de hoy, nos hemos quedado in puribus, con una mano delante y otra atrás en el horizonte vocacional en casi todo el mundo occidental.
Pero ya no hay que seguir haciéndolo porque eso es de antes, era lo que se hacía. ¿Daba buenos resultados? Sí. Pues es igual: prohibido hacerlo. Y punto. ¿Lo de ahora da algún resultado? No. Pues es igual: se va a seguir haciendo así: y que invite Jesús, y que pague el que lleve la bolsa.
En España, sin ir más lejos, un montón de diócesis no tienen seminario -no tienen ni medio seminaristas-, ni lo esperan. Y los cierres -con regularidad periódica y certificada- de tantas casas y tantos conventos, algunos con cientos de años de historia y de servicio a la Iglesia y a las gentes es el resultado más sangrante de toda la historia de la pastoral vocacional postconcliar. Todos los datos estarán, supongo, en el despacho del señor Presidente. Sin olvidarnos de señalar la defección de miles y miles y miles de sacerdotes en todo el mundo, en los años setenta -casi ciento cincuenta mil sacerdotes, más casi ochenta mil religiosos- que también tiene que ver con la formación que se ha dado a los sacerdotes y religiosos en todos esos años en y desde sus centros de formación. Más los “casos” -contados, pero casos- de toda la porquería sexual que se ha destapado desde hace unos años, pero que se engendró puertas adentro de esos mismos centros.
Para abundar más en el despropósito, ahora lo que prima -sigue el señor Presidente de la CEE- es que “los cristianos no debemos ser proselitistas… en busca de adeptos”; y, en la pastoral vocacional, tal como está planteada desde lo más arriba, “tampoco somos reclutadores de personal para nuestras obras”: casas apostólicas, familias religosas, seminarios, etc. No. Nada de eso. Tal actitud no solo se califica de obsoleta, sino que está prescrita -por prohibida- en el hacer de la Iglesia Católica a día de hoy y hasta donde se pueda estirar el tema. Esperemos -y pidamos al Señor-, que no mucho más.
No cabe mayor aberración intelectual, pastoral, moral, eclesial y espiritual en el mundo jerárquico católico. Es ya marca de la Casa -de la Iglesia Católica de hoy, desde hace unos cinco años: ¡qué largos y penosos se nos hacen a muchos!-, este lenguaje zafio y desnortado -adeptos, reclutadores de personal-, alejado hasta de la más mínima educación humana para desacreditar en directo el quehacer más específicamente “sacerdotal” -más católico- de sus miembros: suscitar vocaciones. Porque así se ha perpetuado la Iglesia y sus mejores instituciones.
Con estas descalificaciones groseras, insultantes e injustas, ¿quién se va a atrever a decirle nada a nadie en el plano vocacional? Claro que, como “el Señor escribe derecho con renglones torcidos", seguramente se van a atrever los mejores hijos de la Iglesia. Y traerán también a los mejores: ¡al tiempo!
Sólo supera esta debacle lo de la comunión eucarística a los que no pueden recibirla -están en peacdo mortal o ni siquiera son católicos-, y lo de que se mantengan en unión marital los “católicos” no-casados, o reajuntados una vez más. lo hayan estado antes o no.
Con éstos planteamientos la batalla por las vocaciones ya está perdida: no ha lugar, porque nos habríamos pasado ya al enemigo. Y no hay batalla si una de las partes ni se presenta.
Es descorazonador a tope. Pero tendremos que seguir en otro momento con el discursito del señor cardenal, porque el tema da mucho más de si y, por tanto, lo requiere. Amén.
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