Quién soy yo, solo lo comprendo en Aquel que está por encima de mí. Mejor dicho: en Aquel que me ha dado a mí mismo. El hombre no puede comprenderse partiendo de sí mismo. Las preguntas en que aparezca la palabra “por qué” y la palabra “yo”; ¿por qué soy como soy? ¿por qué solo puedo tener lo que tengo? ¿por qué soy, en general, en vez de no ser?; no se pueden responder por parte del hombre. La respuesta solo la da Dios.
Y aquí nos acercamos a lo que significa el Espíritu Santo, del que se nos dice que es “el Espíritu de la verdad”, el que “introduce en toda verdad”; y además, que es el Espíritu del amor. El puede enseñarme a comprender esa verdad que nadie me puede enseñar, esto es, mi propia verdad. Pero ¿cómo? No por ciencia, ni por filosofía, sino penetrando en mí mismo. Pues El es la interioridad de Dios. En el Espíritu Santo es Padre Dios, en el Espíritu Santo es Hijo. Quizá se puede decir incluso: en el Espíritu Santo, Dios es Dios. En Él, Dios se penetra de Sí mismo, y está en unidad consigo mismo, disfrutándose a Sí mismo.
Romano Guardini en “La aceptación de sí mismo”.
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