El Belén y las luces de las ciudades

“Una luz les brilló”, dice Isaías 9,1. Todo el simbolismo de la Navidad está asociado al de la luz. El nacimiento de Jesús es visto por los católicos – y por todos los cristianos – como el brillar ante nuestros ojos de la luz de la gloria de Dios.

Lo contrario de la luz son las tinieblas; es decir, la falta de luz, la oscuridad, la ignorancia y la confusión. Nadie desea caminar en tinieblas, porque nadie desea perder la ruta o hundirse en el absurdo. Y, sin luz, perderse es lo más fácil. Jesús es saludado por Simeón como “luz de las naciones”. Su finalidad, la de Jesús, es iluminar a todos los hombres de todos los pueblos.

Hoy, en este tiempo al menos, hay luces en todas nuestras ciudades. En Vigo, por descontado: Se trata de una de las iluminaciones urbanas más bellas y dignas de mención. No es para menos. Jesús, y su nacimiento, es un acontecimiento luminoso, capaz de disipar las tinieblas de la ignorancia, del miedo, del pecado. Seamos creyentes o no, hemos de procurar ser hombres de luz; personas que aspiran a la verdad, al conocimiento, a la honradez.

Pero todas estas luces, incluso en el mundo secular y en la ciudad secular, remiten, muchas veces sin saberlo, a la luz de Belén. Sobre el humilde portal de Belén, la estrella, que habían visto los Magos, “vino a pararse encima de donde estaba el niño” (Mt 2,9).  La estrella conduce al Niño, a Jesús. De Él nada malo nos viene. Jesús es el hombre; es el Niño. Y es Dios, que nos sale al encuentro.

Las luces de Navidad, guiadas por la estrella, nos conducen a lo esencial: a respetar a Dios, respetando al hombre. Y este mensaje es válido para todos. Aunque si se seculariza hasta la extenuación, quizá el mensaje deje de serlo: no será ya ni mensaje ni válido.

Es muy importante que, en tiempo de Navidad, no se caiga en el absurdo de pretender celebrar la “Navidad” olvidando el motivo de la misma: la Navidad es la fiesta del Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

Ese nacimiento marcó hasta la numeración de los años y de los días. Marcó, asimismo, el valor de la condición humana y de la dignidad de la persona. Ocultarlo sería no solamente absurdo, sino hasta contrario a los buenos fines que se deben perseguir.

Que un Ayuntamiento, como el de Vigo, organice un Belén monumental, que, sin complejos, diga, de modo bello y artístico, lo que debería ser de dominio público, es una gran noticia. Es un signo muy grande de libertad, de respeto a la verdad de las cosas. Es, asimismo, una apuesta por el futuro del hombre y del mundo.

No es solo cosa de los católicos. Es algo que deben preservar todos los que deseen seguir respetando a los hombres.

Guillermo Juan Morado.

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