Alfonso Aguiló nos habla de la importancia del diálogo:
La Sagrada Escritura cubre de elogios a quienes saben escuchar, y desdeña en cambio la actitud de quienes no prestan atención a los demás. “Oído que escucha reprensión saludable, habita en medio de sabios”, dice el libro de los Proverbios; y el apóstol Santiago aconseja “que cada uno sea diligente para escuchar, lento para hablar y lento para la ira”. En ocasiones, los hagiógrafos recurren incluso a una fina ironía: “hablar a quien no escucha, como despertar a alguien de un sueño profundo”.
Un problema frecuente para escuchar es que, mientras otro habla, recordamos algo que tiene que ver con lo que nos cuenta, y estamos pendientes de decir “la nuestra” en cuanto haya una pausa. Se producen entonces conversaciones quizá animadas, en las que unos a otros se quitan la palabra, pero en las que se escucha poco.
Otras veces, el problema es que la conversación no surge de modo espontáneo, y hay que poner empeño en buscarla, con inteligencia. En esos casos, hay que evitar la presunción, es decir, la tendencia a mostrar a cada momento nuestra agudeza o nuestros conocimientos; por el contrario, conviene mostrarse abiertos y receptivos, deseosos de aprender de los demás, de modo que ampliemos cada día nuestro abanico de intereses. De este modo escucharemos con atención cosas que quizá inicialmente no nos interesan demasiado, sin que eso implique hipocresía por nuestra parte: se trata muchas veces de un esfuerzo sincero por sobreponerse al propio criterio, y por agradar y aprender.
Saber conversar requiere conjugar la audacia con la prudencia, el interés con la discreción, el riesgo con la oportunidad. Es preciso no caer en la ligereza, estar dispuesto a rectificar unas palabras precipitadas o inoportunas que quizá se nos han escapado, o una afirmación un poco rotunda que tendríamos que haber ponderado mejor. En todo caso, las buenas conversaciones dejan siempre poso: vienen después de nuevo a la memoria las ideas, los argumentos expuestos por unos y otros, surgen nuevas intuiciones, y nace la ilusión de continuar ese intercambio.

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