Primero: El tenor del texto del padrenuestro en los dos textos de Mateo y Lucas es el de una oración vocal. Jesús sabía que estaba enseñando una oración memorizable para su repetición. Y, por supuesto, dijo lo que quiso que se incluyera.
Segundo: Así lo entendieron los primeros cristianos. Que repitieron esas palabras griegas como oración vocal.
Tercero: Cuando la oración se tradujo al latín, el versículo en cuestión se vertió con toda fidelidad sin cambiar nada.
Las dificultades de nuestro tiempo para su comprensión, ya existían entonces. Pero, tanto en el segundo paso como en el tercero, primó la voluntad de Cristo.
¿Por qué nuestro Maestro dijo eso? Está claro que Dios no tienta. Ahora bien, al respecto hay textos en un sentido y en otro sentido en la Biblia. ¿Por qué? El Tentador por excelencia es el demonio. Pero si Dios permite que el demonio tiente, entonces es cierto que lo hace directamente el demonio, pero porque se lo permite Dios. Es cierto que Hitler construye los campos de concentración. Pero hay una voluntad de Dios de no detenerle. Dios podía y no quiso.
De manera que, estrictamente hablando, Dios no tienta. Pero sí que quiere permitir la tentación. Aquí se pueden traer a colación las palabras de Jesús: Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido cribaros como si fuerais trigo (Lc 22, 31).
Sí, Dios no tienta, pero es Dios quien permite la medida, duración e intensidad de la tentación. De manera que el padrenuestro refleja esa verdad tan misteriosa de un modo tan simple como es una línea en el padrenuestro.
Es como el maravilloso versículo, teológicamente tan profundo: Yo endureceré el corazón del faraón. No tendría la misma fuerza, reflejar ese hecho de un modo más “benigno” para con Dios. No tenemos que esconder la verdad. Dios mismo no se parapeta detrás de una excusa. Al revés, nos muestra la realidad de unos planes que van más allá de lo que pensamos. Aquí está el gran misterio del que habla san Pablo en la Carta a los Romanos acerca de las vasijas.
Le podemos dar mil vueltas, pero, al final, nos encontramos con el misterio de su voluntad que quiere y permite. Santo Tomás le dará una vuelta de tuerca más, magistralmente, al decir con toda verdad que el acto de voluntad divina es único y simple. Todo lo que quiere y permite está contenido en un solo acto procedente de su Ser. Impresionante. ¡Y es verdad!
Las palabras de Jesús en ese ne nos inducas in tentationem están en perfecta continuidad con infinidad de textos del Antiguo Testamento (amé a Jacob, odié a Esaú), con la doctrina de Romanos, con el gran misterio que se despliega en las páginas de la Biblia acerca del misterio de la voluntad de “El que es”.
Es lo que hablaba hace algún tiempo: En las iglesias románicas, el proyecto iconográfico es, a veces, de una inteligencia apabullante. A veces, un solo capitel requiere una larga explicación de diez minutos para ser entendido. Porque entender la escena conlleva conocer un determinado pasaje bíblico y por qué fue escogido por el cantero precisamente; por ejemplo, el traslado de Habacuc. Esto es todo lo contrario que las letras recortadas y pegadas con celo sobre la pared de hoy en día. La conclusión que uno saca es que los fieles de hoy día están atontolinados.
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