La liturgia diaria meditada - Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan (Jn 1, 6-8. 19-28) 17/12


Domingo 17 de Diciembre de 2017
3° de Adviento
Morado o rosado.

(Semana III para el Salterio).

Martirologio Romano: Conmemoración de los santos Lázaro, hermano de santa Marta, a quien lloró el Señor al enterarse de que había muerto, y al que resucitó, y María, su hermana, la cual, mientras Marta se ocupaba inquieta y nerviosa en preparar todo lo necesario, ella, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras (s. I).

Antífona de entrada         Cf. Flp 4, 4-5
Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca.

Oración colecta    
Dios y Padre nuestro, que acompañas bondadosamente a tu pueblo en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da su salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Ayúdanos, Padre, a ofrecerte este sacrificio como expresión de nuestra propia entrega, para que así cumplamos debidamente lo que tú mismo nos mandaste celebrar y obtengamos la plenitud de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión      Cf. Is 35, 4
Digan a los que están desalentados: “Sean fuertes, no teman, nuestro Dios viene y nos salvará”.

Oración después de la comunión
Señor y Dios nuestro, imploramos tu clemencia para que la fuerza de este alimento divino, liberándonos de todo pecado, nos prepare para la celebración del nacimiento de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.

1ª Lectura    Is 61, 1-2. 10-11
Lectura del libro de Isaías.
El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
Palabra de Dios.

Comentario
El Mesías –”Ungido por Dios”– llega con una buena noticia para los pobres y cautivos. Sí, Dios está de su lado y quiere cambiar la tristeza en alegría. Dios quiere celebrar la fiesta de bodas con su pueblo. Por eso, llega el tiempo del regocijo y la celebración.


(Sal) Cf. Lc 1, 46-50. 53-54
R. Mi alma se regocija en mi Dios.

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz. R.

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. R.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia. R.

2ª Lectura    1Tes 5, 16-24
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica.
Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.
Palabra de Dios.

Comentario
Cada una de estas exhortaciones nos señala alguna condición para vivir estos últimos días del Adviento: en alegría y oración, con discernimiento, bajo el soplo del Espíritu y en santa expectativa porque confiamos en que Jesucristo viene.

Aleluya        Is 61, 1
Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.

Evangelio     Jn 1, 6-8. 19-28
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. “¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el Profeta?”. “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.

Comentario
“Voz del que clama en el desierto”. Y esta imagen nos hace mirar a todas las realidades secas y yermas que nos rodean. ¡Falta agua! ¡Falta vida! ¡Falta corriente de sanación y dinamismo! Como Juan Bautista, seamos profetas de este tiempo nuevo que se acerca: el Mesías viene a rociarnos y renovarnos con el agua viva y el fuego de su Espíritu.

Oración introductoria 
Señor, sabes que no soy el mejor, conoces toda mi miseria, pero por esto mismo vengo ante ti con la confianza de que me escucharás y me enseñarás el camino. Señor, ayúdame a creer. Quiero confiar plenamente en ti. Dame la gracia de esperarlo todo de ti y en ti. Enséñame a amar a los demás, para mostrarte el amor que te tengo. 

Petición 
Señor, que me dé cuenta del amor que me tienes y que me has mostrado al hacerte como uno de nosotros. 

Meditación 

1.- Juan venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los testigos de un hecho, o de la vida de una persona, dan testimonio de la verdad de los hechos que se le atribuyen a esa persona. Se da por supuesto que el testigo ha presenciado los hechos, o ha convivido con la persona de la que se habla. Juan el Bautista había visto la luz de Cristo, se había dejado iluminar por la luz de Cristo, y fue esta luz, la luz de Cristo, la que le iluminó a él para reconocer en Cristo al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El testigo debe saber que su papel es importantísimo, pero secundario, respecto a la persona de la que da testimonio. Juan era muy consciente, en este caso, de que el importante no era él, sino Cristo, el Cordero de Dios. Su misión, la misión de Juan, era ser intermediario, ayudar a los demás a reconocer en Cristo al Cordero de Dios, para que se dejaran iluminar por su luz y tuvieran fe en él. Juan aceptó su misión con absoluta humildad y por eso dio testimonio de Cristo ante los sacerdotes y levitas que los judíos habían enviado desde Jerusalén. Les dijo claramente que al que tenían que seguir era a Cristo, no a él, que él solo era el precursor, el mensajero. La única luz salvadora era la luz de Cristo, no su propia luz. Esta es la misión de todos los cristianos: encender, con entusiasmo, en las almas de los que nos ven, o nos escuchan, la luz de Cristo, no nuestra propia luz. Somos transmisores de la luz de Cristo, nos hemos dejado iluminar previamente por su luz, pero nosotros no somos la luz. Si humildad es andar en verdad, los cristianos debemos dar testimonio de la verdad de Cristo, no de nuestras propias “verdades”. Debemos ser testigos transmisores de la luz de Cristo, no usurpadores de su luz.

2.- El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios. Desde tiempos antiguos este tercer domingo de Adviento es llamado domingo “gaudete”, domingo de la alegría. En esta primera lectura, el profeta Isaías pone en boca del Ungido, del Mesías, un cántico de alegría y de alabanza a Dios porque le ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para proclamar el año de gracia del Señor. Estas palabras las hará suyas, Jesús de Nazaret, el auténtico Mesías, cuando se presente en la sinagoga de su pueblo. El Ungido se alegra porque el Señor ciertamente vendrá y hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. La alegría del Adviento cristiano consiste precisamente en eso: en alegrarse por la pronta venida del Señor, porque el Señor viene a encontrarse con nosotros. Nuestra misión es prepararnos para este encuentro, hacerle al Señor más fácil en acceso hasta nosotros, derribando los montes de nuestro orgullo y levantando nuestros ánimos decaídos. Con la esperanza cierta de que el Señor no nos va a fallar; por eso, también hoy nosotros sentimos que nuestro corazón se desborda de gozo con el Señor y nos alegramos con nuestro Dios.


3.- Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. En el salmo responsorial leemos estas palabras que canta María, llena de gozo, en el magnífico himno del Magnificat. Porque María fue el camino privilegiado que Dios escogió para llegarse hasta nosotros. Ella, consciente de la grandeza del Señor y de la humillación de su esclava, sabe que el Poderoso se ha valido de ella para hacer obras grandes y para hacer llegar su misericordia a sus fieles de generación en generación. En este tercer domingo de Adviento unámonos a María y cantemos con gozo las grandezas del Señor que viene a salvarnos.


4.- Estad siempre alegres… no apaguéis el espíritu… guardaos de toda forma de maldad. Estas palabras que san Pablo escribió en su primera carta a los Tesalonicenses pueden ser un buen resumen de la actitud que debemos tener nosotros en este tiempo de Adviento: alegría por la misericordia del Dios que viene a encontrarse con nosotros y purificación de nuestro espíritu, guardándonos de toda forma de maldad. Así haremos del Adviento un verdadero camino para llegar bien preparados a las fiestas de la Navidad.


Propósito 
Este día ayudaré a mi prójimo en la necesidad que le surja. Mostraré la alegría que el Señor me dado y la compartiré con los demás, para comunicarles ese amor de Dios. 

Diálogo con Cristo 
Señor, te doy gracias por el don de la vida y de la fe. También te agradezco por el amor que nos tienes, por la inmensa e inmerecida gracia de ser tu apóstol en la tierra. Muéstrame el camino para agradarte. Ayúdame a compartir tu amor con los demás, amor verdadero y profundo como el tuyo. Dame la fuerza para luchar cada día contra la inconsciencia de vivir apartado de ti. Gracias, Señor, por todo lo que me has dado. 

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09:28

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