Abusos a menores: entre la firmeza y la prudencia

El tan famoso, cacareado y difundido caso de supuestos abusos hacia un menor en Granada, cometido por un grupo de sacerdotes, finalmente ha quedado en nada. Tan en nada que en el proceso civil el menor ha sido condenado, incluso, a pagar las costas judiciales. Tan en nada que los sacerdotes acusados han sido restituidos en su ministerio sacerdotal.

El caso surgió hace meses con una enorme repercusión incluso en medos de información nacionales como radio y televisión. Telediarios se abrieron con la noticia.

El protocolo de la Santa Sede en estos casos es estrictísimo: retirar cautelarmente al acusado de sus funciones sacerdotales y pasar la denuncia al juez. Comprendo a los obispos y superiores porque pocas cosas pueden resultar más desagradables que encontrarte con un presunto caso de abusos a menores entre los tuyos. Normal que a la primera apliquen medidas cautelares y se laven las manos poniendo los hechos en conocimiento de la justicia.

Así se hizo en el llamado caso de los “romanones”, en Granada. Ahora que han sido absueltos de todos los cargos, en lo civil y en lo eclesiástico, me surgen un montón de preguntas y reflexiones, la primera sobre esa presunción de inocencia a la que se supone que todos tenemos derecho, porque aquí te llega un mozalbete o un señor hecho y derecho, te acusan de abusos y, a nada que sea medio creíble el asunto, te encuentras de la noche a la mañana fuera de la parroquia, con el sambenito de abusador y en medio de un proceso judicial.

Supongamos que al cabo de meses o años una sentencia firme reconoce tu inocencia. De momento te has tragado meses de ser acusado de abusador, has dejado la parroquia, estás bajo sospecha y aguantando encima la mala fama en todas partes, porque aquí los secretos, por lo civil o por lo eclesiástico, son siempre secretos a voces. Aparte de ese “algo habría”. Es decir, aunque seas declarado inocente, te quedas con ello, porque nadie se va a molestar en dar a tu inocencia la misma publicidad que a la sospecha y porque ese “algo habría” no se te quitará del todo en los días de tu vida.

Nunca he tenido acusación es de este tipo, pero sí me tocó aguantar el ser acusado de mantener relaciones con una mujer casada. Y no es nada agradable estar en boca de todo un pueblo que te mira con su guasa, porque estas acusaciones se creen a la primera. La gente está deseando lo más mínimo para meterse con el cura. Tuve la enorme suerte de unos compañeros que me apoyaron y de unos superiores que jamás dudaron de un servidor. Pero aún hoy, tras muchos años “algo habría”.

Pienso en compañeros que pudieran ser acusados falsamente de abusos hacia menores, o yo mismo, y miedo me da. Por eso, aún a sabiendas de que nuestros obispos son cautos en extremo, no me resisto a decirles que lo sean, que sean extremadamente prudentes. Para el sacerdote que ha cometido estos abusos, soy el primero que pido las máximas penas canónicas y que sea puesto inmediatamente a disposición de la justicia civil. Pero también pido la máxima prudencia ante cualquier acusación. 

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05:24

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