La liturgia diaria meditada - Salieron a su encuentro diez hombres leprosos (Lc 17,11-19) 15/11


Miércoles 15 de Noviembre de 2017
Misa a elección:

Feria. Verde.
San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia. (ML). Blanco.

Martirologio Romano: San Alberto, apellidado "Magno", obispo y doctor en Iglesia, que ingresó en la Orden de Predicadores en París, enseñó de palabra y en sus escritos las disciplinas filosóficas y divinas, y fue maestro de santo Tomás de Aquino, uniendo maravillosamente la sabiduría de los santos con la ciencias humanas y naturales. Después se vio obligado a aceptar la sede episcopal de Ratisbona, esforzándose asiduamente en fortalecer la paz entre los pueblos, pero al cabo de un año prefirió la pobreza de la Orden a toda clase de honores y murió santamente en Colonia, en la Lotaringia Germánica. (1193/1206 - 1280).

Antífona de entrada         Cf. Sal 87, 3
Que mi plegaria llegue a tu presencia, Señor; inclina tu oído a mi clamor.

Oración colecta    
Dios todopoderoso y rico en misericordia, aleja de nosotros todos los males, para que, sin impedimentos en el alma y en el cuerpo, cumplamos tu voluntad con libertad de espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

O bien de san Alberto Magno
Dios nuestro, que hiciste grande al obispo san Alberto por conciliar el saber humano con la fe divina; concédenos que, siguiendo sus enseñanzas, por el progreso de las ciencias lleguemos a conocerte y amarte más profundamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Mira con bondad este sacrificio, Señor, y concédenos alcanzar los frutos de la pasión de tu Hijo, que ahora celebramos sacramentalmente. Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

Antífona de comunión      Cf. Sal 22, 1-2
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas y me conduce a las aguas tranquilas.

Oración después de la comunión
Te damos gracias, Padre, por la eucaristía que nos ha alimentado; imploramos tu misericordia para que, por el Espíritu Santo, quienes recibimos la fuerza de lo alto perseveremos fielmente. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Sab 6, 1-11
Lectura del libro de la Sabiduría.
¡Escuchen, reyes, y comprendan! ¡Aprendan, jueces de los confines de la tierra! ¡Presten atención, los que dominan multitudes y están orgullosos de esa muchedumbre de naciones! Porque el Señor les ha dado el dominio, y el poder lo han recibido del Altísimo: Él examinará las obras de ustedes y juzgará sus designios. Ya que ustedes, siendo ministros de su reino, no han gobernado con rectitud ni han respetado la Ley ni han obrado según la voluntad de Dios, él caerá sobre ustedes en forma terrible y repentina, ya que un juicio inexorable espera a los que están arriba. Al pequeño, por piedad, se le perdona, pero los poderosos serán examinados con rigor. Porque el Señor de todos no retrocede ante nadie, ni lo intimida la grandeza: Él hizo al pequeño y al grande, y cuida de todos por igual, pero los poderosos serán severamente examinados. A ustedes, soberanos, se dirigen mis palabras, para que aprendan la Sabiduría y no incurran en falta; porque los que observen santamente las leyes santas serán reconocidos como santos, y los que se dejen instruir por ellas también en ellas encontrarán su defensa. Deseen, entonces, mis palabras; búsquenlas ardientemente, y serán instruidos.
Palabra de Dios.

Comentario
Estas palabras van dirigidas a los gobernantes, quienes serán juzgados de acuerdo con la responsabilidad que les da su cargo. Ellos deben actuar con la sabiduría que viene de Dios, la cual trae el discernimiento y la justicia.

Salmo 81, 3-4. 6-7
R. ¡Levántate, Señor, y juzga a la tierra!

¡Defiendan al desvalido y al huérfano, hagan justicia al oprimido y al pobre; libren al débil y al indigente, rescátenlos del poder de los impíos! R.

Yo había pensado: “Ustedes son dioses, todos son hijos del Altísimo”. Pero morirán como cualquier hombre, caerán como cualquiera de los príncipes. R.

Aleluya        1Tes 5, 18
Aleluya. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. Aleluya.

Evangelio     Lc 17, 11-19
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino, quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.

Comentario
¡Cuántas obras maravillosas hace el Señor por nosotros! Nos ama, nos libera, nos restaura… Y estos procesos de transformación llegan al punto máximo cuando nuestro corazón agradecido se vuelve hacia Jesús. En definitiva, cada circunstancia de nuestra vida es un paso para estar más cerca de él.



Oración introductoria
¡Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, por este momento de oración! ¡Gracias por el don de tu amistad, de tu gracia y de tu misericordia! Concédeme que nunca sea un hijo ingrato o indiferente a los innumerables dones que me regalas, como es el poder tener este encuentro de amor contigo en la oración.

Petición
Señor, dame un corazón agradecido, contigo y con los demás.

Meditación 

En tiempos del Señor, los leprosos formaban parte del estamento de los marginados. De hecho, aquellos diez leprosos fueron al encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc 17,12), pues ellos no podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido acercarse a la gente («se pararon a distancia»).

La gratitud no es sólo un gesto de cortesía y de buena educación en las relaciones sociales. No consiste sólo en decir "gracias", de labios para afuera, a quienes nos han hecho un favor o nos han prestado un buen servicio. La verdadera gratitud es una virtud humana y cristiana sumamente hermosa, que brota desde lo más profundo del corazón. Es la respuesta de las personas nobles ante los beneficios que reciben, porque saben que no se merecen ese servicio de que han sido objeto; reconocen la gratuidad de las atenciones de los demás y se sienten deudoras, desde el fondo de su alma, hacia aquellos que les han mostrado su bondad y benevolencia. Están convencidas de que, si las han ayudado, es por la bondad de esas personas y no porque ellos se lo merecen. Por eso, la gratitud, si es sincera y auténtica, va siempre acompañada de una grandísima humildad y sencillez interior, y sólo se da en las almas grandes y generosas. Por eso es tan admirable encontrarse con una persona verdaderamente agradecida. 

Nuestro Señor también se sorprendió ante la ingratitud de los hombres y se maravilló al constatar que muy pocos saben ser agradecidos. 

Realmente, para ser agradecidos, necesitamos ser humildes. "Uno de ellos -nos narra el evangelista- viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias". Una persona orgullosa o autosuficiente es incapaz de estos gestos de reconocimiento. Sólo quien se siente indigno de tan gran beneficio, puede también sentirse deudor, y dar gracias a Dios por tamaña bondad y misericordia.

¿Somos nosotros personas agradecidas? ¿Sabemos reconocer y dar gracias a Dios nuestro Señor, desde lo más profundo de nuestro corazón, todos los dones y beneficios que nos concede a cada rato? ¿Estamos de verdad convencidos de que no merecemos tanta bondad de parte de Dios, y que todo lo que tenemos es sólo porque Él es inmensamente generoso con nosotros?

¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...? ¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar de participar frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra mejor vivencia de cada día.

¡Cuántas veces sucede que, en vez de darle gracias por lo que tenemos, nos quejamos por aquello de lo que carecemos! O, en lugar de sentirnos inmensamente felices por lo que nos regala, nos quejamos amargamente porque debería concedernos también otras cosas.

Yo no creo que actuamos así por malicia. Lo que pasa es que somos a veces tan descuidados en nuestro trato con Dios que, en vez de valorar y de agradecer sus dones, nos comportamos como hijos caprichosos, pensando que todo se nos debe. "Todo es gracia" -nos dice san Pablo - y no se debe nada a nuestros méritos. Si Dios nos diera sólo aquello que se nos debe en justicia, seríamos unos pobres desgraciados y unos pordioseros toda la vida.

Propósito
Ojalá que de hoy en adelante seamos más agradecidos con Dios nuestro Señor y con todas aquellas personas que nos hacen algún favor. Pero conscientes de que la gratitud, si es genuina, nos debe llevar también a compartir con los demás las cosas que Dios nos regala con tanta generosidad.

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